El trabajo seguía adelante, arduo pero, sin duda, no exento de recompensas. El texto que estaban produciendo crecía a un ritmo constante. A comienzos del cuarto año, Drake compartía la convicción de Par Leon de estar creando un clásico. Escuchó la sugerencia de que sería justo que los dos compartieran el mérito, y meneó la cabeza.
—Fue todo idea tuya, Leon, no mía. Podrías haber encontrado a otro que hiciera lo mismo que yo. Pero sin ti para revivirme yo no podría haber hecho nada…
…y aunque compartiéramos el mérito, no me quedaría aquí el tiempo necesario para disfrutarlo. Me iré en cuanto pueda.
Ese era su objetivo secreto, siempre en su cabeza pero sin escapar de sus labios.
Y entonces, al término del cuarto año, ocurrió algo que cambió todos los planes de Drake.
7
«Una llamada salvaje, una llamada atronadora imposible de ignorar»
Drake estaba trabajando. Era tarde o pronto, según la definición. Las mejoras efectuadas en su cuerpo incluían una menor necesidad de sueño, por lo que reservaba la mayoría de sus pensamientos y búsquedas privadas para las horas siguientes a la medianoche. Esta noche había perdido la noción del tiempo mientras se esforzaba por entender, por enésima vez, el complejo trasfondo médico de la enfermedad de Ana. Comprendía por qué una dolencia que se había eliminado de la raza humana llamaba tan poco la atención en la actualidad; pero también le parecía que los tratamientos reservados para otras condiciones podrían surtir efecto en este caso.
Se encontraba acariciando la tentadora idea de estudiar medicina —un empeño que le llevaría años— cuando su portal externo le informó de que tenía visita. Miró el reloj de soslayo. Las ocho de la mañana. Tenía tiempo de echar una cabezada, antes de llamar a Par Leon y organizar el resto del día. Trabajaban bien juntos, los dos eran flexibles, e intercambiaban opiniones, ideas y apuntes cada vez que les parecía útil; pero rara vez se veían en persona.
¿Quién sería, entonces, el visitante, tan temprano y sin cita previa? Vivía en un apartamento diminuto. Estaba amueblado con los enseres imprescindibles, y en cuatro años jamás había recibido visitas.
El portal informó de una nueva solicitud de atención. Drake la aceptó y se levantó al tiempo que se abrían las puertas dentadas.
La visita era una mujer. No esperó a que Drake la invitara a pasar. Entró y paseó la mirada por el interior del apartamento. Pareció abarcarlo todo con un solo vistazo de sus ojos azul zafiro.
—Usted es Drake Merlin —dijo con firmeza—. Me llamo Melissa Bierly.
Lo miró fijamente y Drake experimentó por primera vez la fuerza que desprendía. Aun mucho después, cuando ya conocía toda la historia, nunca supo explicarse el origen de esa peculiar energía. Era asombrosamente hermosa, sin duda, con un rostro redondo y simétrico enmarcado por una melena negra y lisa, con ojos grandes de un azul puro y profundo; pero cualquier compositor, sobre todo si ha escrito música para películas, se ve expuesto a multitud de mujeres atractivas. Al principio pensó que era alta. Luego ella se acercó y se dio cuenta de que estaba equivocado. Apenas si le llegaba a la nariz.
—¿Nos conocemos? —preguntó Drake por fin. Estaba seguro de que no. Había conocido a cientos de personas desde su despertar, por lo general gracias a Par Leon y sus mutuos estudios; pero no se habría olvidado de alguien como Melissa Bierly.
—Aparentemente no, aunque sería… posible. —Había cambiado al inglés—. Vivimos en la misma época, aunque usted estaba congelado cuando yo sólo contaba un año de edad. Ingresé en las criomatrices veinticuatro años más tarde, y esta es la primera resurrección para ambos.
Muerta a los veinticinco; más joven incluso que Ana. Drake señaló una silla, y ella asintió y la aceptó. Él se sentó en la cama baja, frente a ella.
Aquellos ojos de zafiro lo traspasaron mientras continuaba:
—Me revivieron hace dos meses. En cuanto tuve ocasión, comprobé cuántos de nosotros estamos aquí. ¿Sabe usted cuántos?
Drake meneó la cabeza, todavía sin abrir la boca. Era una pregunta irrelevante. Irrelevante al menos para sus intereses; a lo sumo, propiciaría la interacción con otros Resucitados. Eso supondría una pérdida de tiempo y una desviación de su objetivo.
—Había menos de cincuenta mil en las criomatrices —prosiguió Melissa—. Cuarenta y ocho mil ochocientos noventa y siete, para ser exactos. La mayoría ingresó en las criomatrices en un período de cincuenta años después que yo. Al parecer la idea pasó de moda cuando la tasa de resurrecciones con éxito se mantuvo en cero durante tanto tiempo. Además, la esperanza de vida había aumentado. Del cómputo total de congelados, tan solo ciento treinta y dos han sido resucitados. ¿A cuántos ha visto usted?
—A ninguno.
—Me lo imaginaba. En cuanto reviví, una de las primeras cosas que hice fue ponerme en contacto con los demás Resucitados. Forman un grupo estrechamente unido.
—No me sorprende. —Drake también estaba hablando en inglés, y sentía el tirón en la caja de cambios mental. Era la primera vez que utilizaba ese idioma en casi cuatro años. Experimentó un anhelo por el pasado, tan fuerte e inexplicable como la vida que regresa con la primavera.
Sabía que la respuesta que le había dado a Melissa Bierly no era del todo sincera. Había estudiado la base de datos de los Resucitados. No recordaba cuántos había, pero sí que vivían en una colonia propia y pasaban juntos todo su tiempo libre.
—Pero usted es único —dijo Melissa. Sus ojos taladraban a Drake—. Es usted el único que no ha establecido contacto con ningún otro.
—¿Le han pedido que viniera a verme? —La presencia de la mujer estaba surtiendo un efecto sobre Drake, relajante e irritante al mismo tiempo. Su vestido gris era tan recatado como reveladores eran los exiguos atuendos de Cass Leemu, pero con Melissa Bierly había una crepitante corriente de tensión soterrada. No sabía si era sexual o de cualquier otro tipo. Él no la había generado, y no le gustaba. Pero estaba allí.
La negra melena se agitó con firmeza, sin que los ojos de la mujer se apartaran de él.
—Los otros no me han dicho nada, salvo para invitarme a unirme a su grupo. He acudido a usted precisamente a causa de su distanciamiento. Verá, me propongo sacar adelante un proyecto. Quiero ver en qué se ha convertido el mundo entero, de polo a polo. No quiero viajar con un grupo. Pero sí quiero compañía.
Antes incluso de responder, Drake sintió la insidiosa tentación de su sugerencia. Conocer el mundo tal como era ahora no podría sino aumentar sus posibilidades de éxito. Los bancos de datos eran de una vastedad inimaginable, pero estaba claro que no podían contenerlo todo. ¿Y si, en algún lugar recóndito de la Tierra, existiera algún tipo de información que permitiera la salvación de Ana?
—¿Y bien? —Melissa se había puesto de pie delante de él, con las manos apoyadas en las caderas.
Drake negó con la cabeza.
—Me temo que es imposible. Estoy atareado con un proyecto de colaboración a largo plazo.
—Si es a largo plazo, ¿por qué no puede esperar un poco? —Se acercó más y le tocó la mano. Era su primer contacto, y Drake sintió la irracional chispa de la atracción.
»No tendríamos que pasar mucho tiempo fuera —continuó. Le sonreía—. Vamos, acompáñeme. Serán sólo unas semanas. Seguro que ya ha hecho antes algún alto en el trabajo.
—Nunca.
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando en este proyecto?
—Cuatro años.
Melissa lo miró con incredulidad.
—¿Sin descanso? Se merece usted unas vacaciones, y apuesto a que también las necesita. ¿Por qué no llama a su colaborador y mira a ver si se muestra de acuerdo?