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No lo había sido, en absoluto. Drake lo sabía. Lo endeble de su resolución hizo que se sintiera consternado. A partir de ahora, dedicaría toda su atención a su objetivo.

Y una cosa más, por encima de todo lo demás: no debía, bajo ningún concepto, volver a mencionar el nombre de Ana delante de Par Leon.

El gran proyecto de Par Leon seguía adelante, más deprisa de lo esperado. Drake y él formaban el equipo perfecto. A mediados del sexto año se aproximaban ya a la culminación. También se habían hecho íntimos amigos, al menos tan íntimos como osaba permitírselo Drake; lo bastante íntimos, no obstante, como para presentir que Par Leon, a todos los efectos el hombre más íntegro que lograría conocer jamás Drake, estaba empezando a preocuparse por otra cosa.

Le dijo poco a Drake, aparte de sugerir posibles colaboraciones en el futuro. Drake supo interpretar su verdadera preocupación. ¿Qué les depararía el futuro cuando terminara el proyecto? Al parecer la idea no había pasado por la cabeza de Par Leon hacía seis años, pero resucitar no era muy distinto de nacer. Y ahora, como un padre, Par Leon se sentía responsable del futuro de su «retoño».

Drake tuvo enseguida ocasión de aplacar sus temores, y de manera insospechada. Mientras seguían dando los últimos retoques a su colosal estudio sobre la música «antigua» del siglo XX y comienzos del XXI, empezó a componer de nuevo. Había aprendido durante la realización del proyecto que los conocimientos musicales de la época anterior a su nacimiento presentaba algunas lagunas de consideración, y él siempre había tenido facilidad para los distintos idiomas musicales. Podía robar algunos trucos a los gigantes del pasado, revestirlos de un estilo moderno y hacerlos pasar por innovadores.

En menos de un año se había forjado una creciente reputación, que él sabía inmerecida, un grupo de imitadores, en su mayoría faltos de talento, y —lo más importante— un boyante crédito financiero.

Por fin podía dedicarse a explorar discretamente una cuestión que había postergado por mucho tiempo. Escogió su momento con cuidado, cuando Par Leon estaba eufórico a propósito de una sección en concreto de influencias temáticas que Drake acababa de completar.

—Un par de días más y habré terminado. —Drake hacía todo lo posible por sonar relajado—. ¿Cómo vas tú?

Conocía la respuesta. Habían convenido que Leon se encargara del último repaso general, a fin de garantizar la homogeneidad del estilo.

—Cuatro semanas, por lo menos, a partir del momento en que tenga todas las partes. —Leon parecía compungido—. No podré realizar el montaje final en menos tiempo.

—No deberías apresurarte. El último repaso es el más crítico. —Drake se desperezó y bostezó—. Me podría quedar para echarte una mano, sabes. Por otra parte, si no me necesitas mientras estés revisando el material, había pensado que podría tomarme unas vacaciones.

—Hazlo. Te has ganado un descanso… te lo has ganado de sobra. —Leon sonaba aliviado. Lo que menos falta le hacía a un proyecto que ambicionara tener algún éxito eran dos personas intentando manejar la pluma al final.

—Estaba pensando en echar un vistazo al resto del sistema solar. Ya sabes, en mi época habíamos visto imágenes de todos los planetas, pero solo un puñado de personas habían logrado llegar a la Luna.

—¡Lo que ya es mucho más lejos de lo que yo haya llegado jamás…, o haya querido llegar! —Las pobladas cejas de Leon se enarcaron—. ¿Por qué quieres ir tan lejos? No eres astrónomo, ni terraformador, ni astronauta. En el espacio no hay absolutamente nada para los músicos.

—Creo que podría ayudarme a componer. Las nuevas experiencias visuales siempre estimulan mi imaginación musical.

—¿Quieres decir que podríamos escuchar obras nuevas escritas por ti? ¿Entonces a qué esperas? Ve y pásalo bien. Visita Venus, date una vuelta por Titán, pasea por Marte. Produce algo que se equipare a esto. —Par Leon empezó a dar golpecitos en su mesa al ritmo de «Marte, el portador de la guerra», sección de Los planetas de Gustav Holst. Con el proyecto tan próximo a su fin, se sentía de un humor excelente.

—Me encantaría ir. —Drake debía medir con cuidado lo que dijera a continuación—. El caso es que no sé si podré permitírmelo.

La sonrisa de Leon fue sustituida por un ceño fruncido de perplejidad.

—¿Permitírtelo?

—El precio de los billetes. Marte está muy lejos.

Par Leon arrugó todavía más el entrecejo, como si no comprendiera la pertinencia de esa observación.

—¿El precio? ¿Con quién piensas ir?

—Con nadie. Sólo yo.

—Entonces no hay que tener el precio en cuenta. La nave volará sola.

—Pero, ¿quién paga esa nave?

—Eso no tiene importancia. Hay naves disponibles, todas las que quieras. Pero se manufacturan de forma automática. Las máquinas las producen y las pilotan. El empleo de las máquinas es gratuito. Fabricar y tripular una nave no requiere coste humano alguno. El precio importa únicamente si exiges que se dedique tiempo humano a algo. Como ahora. —Par Leon se rió, restaurado su buen humor—. Podría cobrarte este consejo, ¿sabes? Pero no lo haré. Adelante, Drake, tómate esas vacaciones. Te las has ganado, desde luego.

—Lo haré. Dentro de unos días.

—¡Pero aunque tú estés tan loco como para querer ir al espacio, no me pidas que te acompañe!

También Drake se rió. No volvió a sacar el tema delante de Par Leon, pero en el transcurso de la semana siguiente asistió discretamente a cursillos acelerados de astronáutica, astronomía y sistemas espaciales, temas que nunca antes le habían interesado en absoluto. Sus hallazgos lo asombraron. Par Leon había subestimado la situación. Abundaban las naves disponibles, con motores que podían impulsarlas a velocidades cercanas a la de la luz. Eso hizo que Drake reevaluara todos sus planes. Antes pensaba que tendría que volver al estado de congelación. Ahora tenía otras opciones.

Ni siquiera intentó comprender la técnica de depreciación de la inercia que permitía evitar lo que debería haber sido una letal aceleración de 4000g cuando la nave entraba y salía de la zona cercana a la velocidad de la luz. Esa comprensión requería un dominio práctico del lenguaje científico que escapaba a sus posibilidades. En lugar de ello pensó en cómo había cambiado el mundo. Si esta técnica hubiera estado disponible a finales del siglo XX, la habrían aprovechado millones de personas. Ahora, a poca gente parecía importarle. Aunque las estrellas estaban al alcance de la mano, la humanidad no extendía sus brazos hacia ellas. La civilización parecía estable, estática, satisfecha dentro de los cómodos límites del sistema solar. ¿Era eso el progreso, o un retroceso?

Drake estuvo preparado en nueve días. Había hecho todo cuanto podía. La noche previa a su partida invitó a Par Leon a una cena de cortesía. Por ese entonces ya estaba asumido que podían comer y beber sin incomodidad en presencia del otro. Leon había sugerido en un par de ocasiones que no le importaría intimar más aún, pero no se dio por ofendido ante la negativa de Drake.

Fueron al restaurante preferido de Leon, pidieron sus platos favoritos y bebieron sus vinos predilectos. Como incentivo añadido, por casualidad, una de las nuevas composiciones de Drake estaba sonando de fondo.

—Ahí lo tienes. —Par Leon movió la cabeza hacia un altavoz invisible—. Esta es una fama auténtica y merecida. Música de calidad para comer.

—Pero no para escuchar. —Drake aceptó el cumplido con un encogimiento de hombros—. La música de mesa es como el vino de mesa, generalmente nada especial. Telemann la componía tan deprisa como sabía escribir.