Aunque Caronte estaba tan cerca, las máquinas de Plutón estaban diseñadas para funcionar sin necesidad de consejo o ayuda procedente de allí o de cualquier otra parte. La orden de Drake de ser conducido a las criomatrices fue acatada sin rechistar.
La superficie de Plutón era uno de los lugares más tranquilos de todo el sistema solar. Sin embargo, en ocasiones se producían impactos de meteoritos o residuos cometarios. Las matrices, en aras de la seguridad, se habían colocado a gran profundidad para evitar cualquier contratiempo.
No se le había ocurrido a Drake que él mismo pudiera constituir uno de estos contratiempos, no hasta haber sido conducido al menos a un kilómetro de distancia por una rampa descendente. La máquina que lo acompañaba y él entraron en una gran cámara abierta, donde su traje fue colocado dentro de otro de mayor tamaño. El espacio que había entre ambos trajes se llenó de helio líquido.
—¿Esto es necesario? —Podía imaginarse que el segundo traje interferiría con su movilidad.
—Es necesario. En el interior de las criptas no se puede liberar energía alguna para evitar que aumente la temperatura ambiente. Yo no puedo pasar de aquí. Estoy demasiado caliente. —La máquina levantó un arácnido brazo articulado y señaló una pirámide azul que flotaba a medio metro de distancia—. Esta será su guía a partir de ahora.
Desde que abandonaron la superficie no había dejado de oscurecer. Todas las fuentes de luz desaparecieron ahora, mientras Drake seguía a la pirámide voladora fuera de la cámara hacia el siguiente nivel de la cripta de Plutón.
Según la primera máquina, los criotanques se almacenaban en hileras ordenadas dentro de la criomatriz principal. Drake se esforzó por penetrar las tinieblas con la mirada. No podía ver nada salvo el tenue fulgor azul que flotaba frente a él. Estaba a merced de su guía robótica, que debía de conocer la geometría y el contenido de la profunda cripta gracias a su memoria programada.
Encapsulado dentro de su doble traje, Drake siguió el brillo azul, siempre adelante. Hasta que por fin se detuvo. Drake se acercó, y a su débil luz vio el perfil de un criotanque. Era como un enorme ataúd, de dos metros de largo por uno de ancho y otro de profundidad. Aunque la criomatriz se mantenía a una temperatura controlada, para redoblar la seguridad cada tanque contenía, asimismo, su propio termostato y refrigerador.
—¿Este es? —Se agachó, buscando la identificación.
No sabía si la pirámide azul podía oírlo, entenderlo o responderle, hasta que escuchó el sibilante susurro dentro de su casco.
—Este es.
—No veo ninguna identificación. ¿Estás segura de que este es el criocadáver de Anastasia Werlich?
—Estoy segura.
—En ese caso, levántalo con cuidado y sujétalo bien. Llévanos de vuelta a la superficie y hasta mi nave.
No veía de qué manera podía ejercer fuerza alguna la pirámide azul, pero tras un primer instante de vacilación el criotanque se elevó en la débil gravedad. Dos segundos después, el fulgor azul desandaba el camino a través de la cripta. Avanzó constantemente hacia arriba, hasta la cámara del primer nivel, donde Drake se desprendió del traje exterior. Veinte minutos más y se encontró supervisando la delicada colocación del criotanque de Ana en la bodega de popa de su nave.
Los asistentes mecánicos se habían ido y estaba listo para ordenar a la nave que despegara de la superficie de Plutón, cuando el panel de comunicación se iluminó con una cegadora constelación de luces rojas y amarillas.
—El traslado de un criotanque de la criomatriz de Plutón a esta nave no está autorizado —dijo una voz baja—. Devuelva el criotanque a su lugar de inmediato.
Drake se maldijo por estúpido. Las actividades de las máquinas debían de comunicarse automáticamente a algún tipo de banco de datos central. Había sido pura suerte el que, al parecer, la detección de anomalías tardara unos cuantos minutos en llevarse a cabo.
En lugar de responder, cerró las compuertas del exterior y dio la orden de abandonar la superficie de inmediato.
—El traslado de un criotanque de la criomatriz de Plutón a esta nave no está autorizado —repitió la voz—. No cuenta usted con autorización. No intente salir de Plutón. No tiene permiso.
Drake hizo caso omiso de la advertencia. Se dejó caer en el asiento del piloto. ¿Por qué no había despegado la nave? Al salir de la Tierra y de Marte, sus órdenes se habían cumplido en el acto.
Intuía la respuesta: el sistema de pilotaje automático de la nave estaba siendo asaltado desde el exterior. Si quería partir, tendría que asumir el control manual. Sabía cómo pilotar la nave, en teoría, gracias a sus cursos acelerados de astronáutica y sistemas espaciales. En la práctica, nunca había intentado algo parecido.
Aporreó los mandos para apagar el control informático de la nave, maldiciendo a cada mensaje que recibía por respuesta:
—La acción solicitada anulará la guía de dirección automática. ¿Desea continuar?
—Sí.
—La acción solicitada anulará todas las funciones de planificación de trayectoria. ¿Desea continuar?
—Sí.
—La acción solicitada desconectará este vehículo del sistema de navegación de seguridad del sistema solar. ¿Desea continuar?
—¡Sí, sí, sí!
Estaba introduciendo la secuencia de elevación manual a puñetazos, convencido de que en el exterior de la nave se estaban tomando medidas más expeditivas para impedir el despegue.
Al fin —por fin— vio cómo se elevaba la nave. La superficie de hielo y rocas de Plutón se alejaba de él.
Programó una ruta de alejamiento sencilla, en dirección opuesta al Sol. Le daba igual adónde fuera, mientras estuviese lejos de allí.
Tendría que resultar fácil. El pasillo de acercamiento a Plutón estaba desierto cuando llegó. Ahora era un hervidero de naves. Su panel de control mostraba decenas de ellas en el espacio delante de él. ¿De dónde habían salido? ¿Sería igual que el servicio automatizado que había rescatado a Melissa, una red de naves de seguridad invisible que entraba en acción cuando fuera preciso?
No había tiempo para preguntarse el cómo ni el porqué. Las naves del frente estaban agrupándose, dispuestas a interceptar la ruta que había programado él con rumbo al perímetro del sistema solar. De alguna manera estaban al corriente de su plan de fuga. Debía de transmitirse automáticamente, aunque estuviera en modo manual.
—NO INTENTE SEGUIR ADELANTE. —Esta vez la orden fue más alta y perentoria—. REGRESE A PLUTÓN INMEDIATAMENTE.
Drake alcanzó la aceleración máxima de la nave y siguió adelante, directo al corazón del racimo de naves.
—APAGUE LOS MOTORES. HA SUPERADO LA VELOCIDAD DE CUARENTA KILÓMETROS POR SEGUNDO Y SIGUE ACELERANDO. UN CHOQUE A ESA VELOCIDAD PUEDE TENER CONSECUENCIAS MORTALES.
Decir eso era quedarse corto. El impacto con otra nave a cuarenta kilómetros por segundo dejaría un montón de metal fundido y plástico vaporizado flotando en el espacio.
—SE ENCUENTRA USTED EN UNA RUTA DE COLISIÓN.
Una sirena ensordecedora atronó en el oído de Drake. El sistema de detección de la nave estaba dando su propia señal de alarma. La colisión y la destrucción estaban a una fracción de segundo de distancia.
Y entonces, en el último momento, las demás naves viraron. Se abrió el centro de la formación. Drake lo atravesó como una exhalación.
Se preguntó qué lo habría salvado. ¿Acaso los interceptores tenían órdenes de proteger la vida humana? ¿O de impedir su propia destrucción?
Eludió otro grupo de naves que había aparecido a lo lejos. Avanzaban hacia él, pero su nave era demasiado rápida. No tardó en dejarlas atrás. Sin abandonar la aceleración máxima, huyó en busca del borde del sistema solar.