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En cuanto el espacio estuvo despejado, programó una ruta directa a Canopus.

Por fin pudo respirar. Si en una generación anterior habrían podido acusarlo de asesinato por lo que Tom Lambert y él habían hecho con Ana, en esta, sin duda, lo considerarían un ladrón o algo peor.

¿Qué más daba? Ana y él estaban juntos, eso era lo único que importaba. Aunque todavía era posible que lo siguieran, no veía ni rastro de persecución. Y les costaría atraparlo. La nave seguía acelerando monstruosamente. Pronto se acercaría a la velocidad de la luz, avanzando tan solo ciento veinticinco metros por segundo más despacio que un frente de onda en movimiento. Ni siquiera ese era el límite. Si hiciera falta, podría llegar a rozar la velocidad de la luz por menos de un metro por segundo.

Pero no sería necesario. Examinó el panel de control. A menos que viera indicios de persecución, la velocidad máxima programada bastaría. La dilatación temporal relativista iba a ser un factor a tener en cuenta. Transcurrirían años en la Tierra por cada día de viaje a bordo de la nave. El viaje de ida y vuelta a Canopus ocuparía unos pocos meses de su tiempo, que para la Tierra se traducirían en casi trescientos años.

¿Y para Ana?

Seguía atrapada fuera del tiempo, en su fermata personal, un hiato temporal sin final donde no existían el intervalo ni la duración.

Sintió el tremendo impulso de contemplar su rostro en el interior del criotanque sellado. En vez de eso, se adelantó para escudriñar la lejana estrella que había elegido por destino. Aun a cien años luz de distancia, merced a algún milagro del sistema de imágenes de la nave, Canopus ya aparecía revelada como un diminuto disco brillante.

Se dirigió al lugar donde estaba alojado el ordenador de la nave. Ahora que habían burlado a sus perseguidores, había restaurado el control automático. Sentía curiosidad por ver qué aspecto tenía el ordenador, el procesador multifuncional que lo mismo planeaba trayectorias que preparaba comidas y mantenía todos los sistemas de soporte vital de a bordo.

Levantó el panel de acceso de plástico que daba al procesador principal y se asomó a una pequeña cavidad oscura. Vio una celosía de cuentas rojas, ninguna de ellas mayor que una cabeza de alfiler. Entre ellas saltaban diminutas chispas de luz violeta. Una voz baja procedente del sistema de comunicación de la nave dijo en tono levemente admonitorio:

—Se desaconseja la exposición a fuentes externas de luz so pena de provocar que el ordenador vea disminuida su velocidad y eficiencia.

Drake regresó a los controles y volvió a prestar atención a las funciones generales de la nave. Podía cubrir sus necesidades vitales indefinidamente, al parecer. Su velocidad y maniobrabilidad nunca dejaban de asombrarlo. Y aun así era, en más de un sentido, menos sorprendente que la civilización que la había creado. Una civilización capaz de producir un milagro de rendimiento y potencial como ese, para luego no utilizarlo; ese era el misterio más incomprensible de todos.

¿Sería la dislocación temporal provocada por la dilatación temporal lo que encontraban psicológicamente inaceptable los humanos? Drake dependía de ella. Pero ¿acaso los demás detestaban partir y encontrar a la vuelta a sus amigos en las criomatrices, o puede que incluso muertos? Aunque, conforme aumentara la esperanza de vida, ese sería un factor a tener cada vez menos en cuenta. Si ese era el principal motivo por el que no se utilizaban asiduamente las naves, el futuro debería conocer más tráfico entre las estrellas.

La nave estaba a punto de alcanzar la velocidad máxima estimada. Drake observó que el indicador de masa externa de la nave registraba más de ciento cuarenta mil toneladas, a partir de una masa en reposo de ciento treinta. Para quien lo viera desde el exterior, el propio Drake parecería pesar ochenta y ocho toneladas, y estar reducido a una longitud de menos de dos milímetros. Los escudos ocultaban la vista frente a la nave, pero sabía que la imagen que estaba viendo en su pantalla había sido sometida a una fuerte compensación de movimiento. La vista desprotegida revelaría la radiación de fondo universal de treinta y tres grados, alterada por el efecto Doppler hasta longitudes de onda visibles. A lo lejos, las fuentes sólidas de rayos-X quedaban reducidas a pálidas estrellas rojas.

La nave no se aproximaba siquiera a sus límites de rendimiento. Si fuera preciso, Ana y él podrían volar para siempre, hasta el fin del universo. Aunque estaba seguro de que no haría falta llegar a ese extremo. Cerró los ojos y escuchó una melodía amplia y serena, la música de las mismas estrellas, agitándose en su cerebro. Se tumbó y dejó que la música inundara su mente.

Por primera vez en cinco siglos, Drake se sentía en paz.

10

«Y aun así el hombre mata aquello que ama»

En el silencio entre las estrellas no había distracciones. Drake empezó a componer de nuevo, convencido de que esta sería su mejor obra hasta la fecha. Destilaría todas sus emociones, las acumuladas durante todos los días transcurridos desde que aquella aciaga mañana en que viera un coche rojo aparcado en el camino de entrada, donde no tendría que haber habido ningún vehículo; todos los días de pesimismo en que nada parecía posible; todos los días hasta la confiada y dichosa mañana del presente.

El vuelo de la nave era controlado totalmente por su diminuto pero sumamente capaz ordenador. En la bodega de popa, Ana yacía sana y salva en su criotanque. Drake tenía todo el tiempo preciso a su disposición. A medida que pasaban los días, dejó que la nueva composición macerara en su interior constantemente. Cuando sentía la necesidad de tomarse un descanso, se dirigía al cuarto de Ana, se sentaba junto al criotanque y le confiaba sus sueños e ideas.

Le aseguró que unos cuantos meses de tiempo de a bordo serían suficientes. En la Tierra transcurrirían veloces casi trescientos años, antes de su regreso, y en esos siglos los médicos de la Tierra habrían encontrado sin duda un remedio seguro y eficaz. De lo contrario, se limitaría a partir de nuevo para repetir el ciclo entero.

¿Y si, después de muchos intentos, la Tierra nos deja en la estacada al final?

Se imaginó la pregunta de Ana en su cabeza, y tenía la respuesta. Irían a otro lugar, más allá de las estrellas, en busca de una solución. La nave era capaz de autoabastecerse por completo. Contaba con energía y víveres suficientes para numerosas vidas subjetivas de viaje.

Pero Drake esperaba que con un solo viaje fuera suficiente. Le dijo a Ana que era una de sus más modestas ambiciones, a su vuelta, localizar el criocadáver de su amigo Par Leon y devolverle el favor. Le caería bien Par Leon.

Se sentía extraño, sublimemente feliz mientras la nave se acercaba a Canopus. Su plan original consistía en una aproximación gravitacional, una maniobra que llevaría a la nave a través de una ajustada trayectoria hiperbólica cerca de Canopus para luego salir disparada de nuevo por donde habían venido.

Aunque quizá estuviera disfrutando demasiado como para rendirse a las prisas, o puede que sintiera una simple curiosidad por ver qué mundos giraban alrededor de otro sol. En cualquier caso, decidió decelerar durante las dos últimas semanas y colocar la nave en una órbita fija a aproximadamente cuatrocientos millones de kilómetros de Canopus.

Encendió los sistemas de representación óptica de la nave para escudriñar el sistema estelar. Había planetas, como esperaba, cuatro gigantes gaseosos cada uno del tamaño de Júpiter. Localizó más cerca alrededor de una decena de mundos más pequeños. Pero había pasado por alto u olvidado la energía infernal del mismo Canopus. Era un espectáculo sobrecogedor, más de mil veces más luminoso que el Sol, y escupía llamaradas verdes de gas de millones de kilómetros de longitud. Los planetas interiores eran meros cilindros ennegrecidos, sin atmósfera y áridos, chamuscados por el calor abrasador de la estrella. Los gigantes gaseosos exteriores eran todo atmósfera, a excepción hecha de un pequeño núcleo sólido comprimido donde la presión era de millones de atmósferas terrestres. No había forma de vida que él pudiera reconocer capaz de existir allí.