La gente no ha cambiado. Puede que no, pero había otras cosas que, indudablemente, sí lo habían hecho. La prueba de que Ana tenía razón y, al mismo tiempo, se equivocaba empezó a manifestarse cuando la nave se acercaba al Sol. Fue idea de ella presentar a Drake el nuevo sistema solar de forma práctica, visitando o pasando cerca de cada planeta y luna importante, antes de poner rumbo a las regiones remotas y menos familiares de la Nube de Oort. Había sido idea de Drake utilizar la pequeña nave biplaza, y dejar sus Servidores en Plutón hasta que regresaran.
Ana había preferido, además, hacer un recorrido de placer, que les diera tiempo para charlar y, en el caso de Drake, para aclimatarse. En su viaje de dos días a Neptuno, Drake decidió que no le iba a hacer falta nada de todo aquello. Ana había dicho que la gente no había cambiado. Pero ¿dónde estaba la gente?
Había solicitado información sobre Neptuno y ahora contemplaba una imagen tridimensional en el monitor de la nave. Mostraba una enorme superaraña plateada, con catorce patas multiarticuladas que emergían de un liso ovoide central. El objeto se describía como «habitante de Neptuno».
—¿Qué significa eso, «habitante»? —Se volvió hacia Ana por quincuagésima vez en busca de ayuda—. Eso sugiere que estoy viendo algo inteligente, algo que vive en Neptuno. Pensaba que eso era imposible.
Transcurridas las primeras horas, había dejado de extrañarse ante los misterios del idioma. Se había producido otro salto gigantesco en la tecnología de comunicaciones desde los tiempos de Par Leon y Trismon Morel. Los antiguos idiomas, llenos de mágicas resonancias de tiempos y bellezas antiguas, todavía existían; pero se había creado un lenguaje nuevo, limpio de ambigüedades y redundancias.
Se prefería para las transmisiones de información basadas en hechos objetivos, y Ana y él estaban utilizándolo ahora. Según Ana, en el nuevo idioma los malentendidos eran casi imposibles.
Quizá. Pero Drake, que veía las comunicaciones dentro de un contexto pasado de fecha hacía más de treinta mil años, sospechaba que se estaba aproximando peligrosamente a uno.
—Es un habitante de Neptuno, sin duda. —Ana no compartía sus recelos ni su confusión—. Evidentemente, no se trata de una forma orgánica… es posible que hayamos generado formas orgánicas capaces de sobrevivir en Neptuno, pero no sé cómo son. Esa es una forma inorgánica, y opera en la atmósfera de Neptuno a la profundidad suficiente para ser móvil y ligera.
—Pero ahí pone macho humano.
—Correcto. Eso significa que se trata de una inteligencia humana masculina completa, descargada en el cerebro de una forma inorgánica. Si se tratara de cualquier otra cosa, pondría «humano-modificado» o «humano-mejorado».
—¿Cómo puedes decir que una inteligencia descargada es humana? Esa cosa no tiene pinta de humana.
—Ese debate concluyó hace mucho tiempo. O mejor dicho, la gente se cansó de él. ¿Puedes definirme a un humano? Yo no. Ahí pone que es humano, ese habitante de Neptuno. A mí me basta.
—Pero ¿qué ha sido del ser humano original?
—No lo sé. Supongo que estará por ahí en alguna parte… en la gran luna, Tritón, lo más probable. Neptuno se ha desarrollado de forma natural. Hay colonias de humanos y máquinas en Tritón, e incluso unas pocas en Nereida, aunque ahí no haya mucho que ver. El planeta apenas si precisa de inteligencia humana. Hay Von Neumanns en abundancia. —Se rió al ver la expresión de Drake—. No, no me refiero a la persona descargada. Murió antes del descubrimiento de los criocadáveres. Los Von Neumanns no son más que máquinas autorreproductoras.
—¿Cuántas hay en Neptuno?
—¿Millones? ¿Miles de millones? No tengo ni idea. No creo que nadie lo sepa, dado que son autorreproductoras. Excavan minerales volátiles y recogen los raros elementos más pesados, y se las apañan muy bien por su cuenta. Los neptunos humanos no están ahí para supervisarlas. Tienen otros motivos: para satisfacer su curiosidad, para experimentar con formas extremas, o para tener un poco de intimidad.
Neptuno se ha desarrollado de forma natural. Drake, asomado a los incontables kilómetros de atmósfera de hidrógeno y helio veteada de glaciales nubes de metano, no veía rastro alguno de desarrollo; pero según Ana y el mecanismo de información de la nave, bajo esas capas de nubes Neptuno bullía con las consecuencias indirectas de la actividad humana, con máquinas capaces de actuar por su cuenta como los humanos, y con humanos que parecían poco más que máquinas.
Él llamaría a eso cualquier cosa menos desarrollo.
Cambió de opinión cuando la nave siguió volando hasta su siguiente puerto de escala. Comparado con Urano, el desarrollo de Neptuno era perfectamente natural.
Algo monstruoso había ocurrido con Urano.
Las lunas principales, a excepción hecha de la pequeña Miranda, la más cercana al planeta, habían desaparecido. La nave estableció una co-órbita con Miranda y giró alrededor de Urano dos revoluciones completas. El gigantesco mundo gaseoso estaba marcado por una serie de manchas brillantes, noventa y seis de ellas regularmente espaciadas alrededor de la achatada esfera del planeta.
—Todavía nada —dijo Ana, respondiendo a la pregunta de Drake—. Dentro de otros dos mil años aproximadamente, cuando hayan terminado los preparativos, esos serán los nodos principales. Comenzará el programa de fusión estimulada. Urano es demasiado pequeño como para mantener su propia fusión, de modo que el cebado y el bombeo deberán ser continuos. Se llevarán Miranda más lejos y realizarán el bombeo de fusión desde allí.
Hablaba con indiferencia, como si la conversión de uno de los principales componentes del sistema solar de planeta a estrella en miniatura fuera una operación rutinaria. Quizá lo fuera.
—¿Qué ha sido de las demás lunas? —Drake podía ver quince enumeradas en el conjunto de datos de la nave, desde la diminuta Cordelia, poco más que una montaña orbitante que seguía la zaga del anillo Ypsilón de Urano, hasta Titania y Oberón, mundos de considerable tamaño la mitad de grandes que la luna de la Tierra. Ahora Miranda era la única superviviente.
—Ah, no les pasará nada. Con el tiempo las devolverán a su sitio. —De nuevo, lo más asombroso de la respuesta de Ana era su ligereza—. Miranda no podía moverse porque la necesitaban. Pero las otras ya debían de estar en camino llegada esta fase del trabajo.
Drake se asomó a las portillas y pensó. Para empezar, Urano nunca había sido un prometedor candidato a albergar vida. Sería imposible cuando la fusión de hidrógeno impulsara el mundo entero hacia la incandescencia.
Le corroía una duda: ¿Por qué hacer algo así, dentro del sistema natal original de la humanidad? En el pasado, en las contadas ocasiones que pensaba en el futuro lejano, se había imaginado la Tierra, junto con los demás planetas del sistema solar, conservada como una especie de enorme museo. Puede que la humanidad se propagara por toda la galaxia, pero los mundos originales siempre estarían ahí. Preservados en condiciones inmaculadas, le recordarían sus orígenes a la gente.
Mas ¿qué le había hecho creer algo así, cuando incluso la Tierra enseñaba una lección diferente? Los humanos llevaban cinco mil años cambiando la Tierra de mil maneras distintas: secando lagos, conteniendo ríos, fertilizando desiertos, asolando montañas, arrasando bosques. ¿Por qué iban a detenerse, únicamente por haber abandonado la Tierra?
Drake se preguntó si no serían todo ilusiones suyas: un impulso humano por retrasar el reloj hasta una época dichosa de simplicidad y certidumbre. Echó un vistazo solapado a Ana, que miraba por la portilla y tarareaba para sí con su adorable y rica voz de contralto. Una oleada de felicidad lo embargó. Los humanos podían cambiar, el sistema solar podía cambiar, el universo entero podía cambiar. Daba igual, mientras Ana estuviera a su lado.