Después de Urano, lo que acontecía alrededor de Saturno parecía poco importante. Su luna de mayor tamaño, Titán, estaba siendo desarrollada. Sin embargo, no la estaban terraformando máquinas ni humanos descargados. Eran formas humanas mejoradas biológicamente las que estaban colonizando la luna inalterada.
—Se trata de otro experimento, claro —dijo Ana—. Solo para ver hasta dónde pueden forzarse los límites biológicos de la humanidad. No cabe duda de que podríamos hacer aquí lo mismo que estamos haciendo en Neptuno, pero ¿dónde estarían entonces la gracia y el reto? Así las cosas, lo que hemos conseguido con Titán es toda una proeza. No es solo por la temperatura. Son ciento ochenta grados por debajo del punto de congelación del agua, pero eso se puede soportar sin problemas…, bien mirado, es una simple cuestión de aislamiento. La parte complicada es la química, la nuestra y la de Titán. Nitrógeno, metano, etano y niebla orgánica mezclada con humo: ¿Qué te parecería intentar resolver el problema de adaptar a un humano para que beba y respire todo eso? ¿Quieres echar un vistazo más de cerca? —Y, tras fijarse en el rostro de Drake—. Vale, entonces, me parece que ya lo hemos visto todo en Titán y Saturno. Júpiter es la siguiente parada.
Las actividades que habían visto en Urano tenían más sentido para Drake después de abandonar Saturno y su horda de lunas, acercarse a Júpiter y descender por fin para aterrizar suavemente en uno de los satélites galileanos.
Recordaba la Europa de la época de Par Leon como un mundo helado, en tanto que los cincuenta kilómetros de profundidad de su continuo océano estaban cubiertos por un kilómetro o más de llanuras heladas y líneas de presión densamente encrestadas. Pero eso había cambiado. Su pequeña nave aterrizó en un iceberg gigante que flotaba a merced de las caprichosas corrientes de un amplio río. Con la luz del sol cayendo en un ángulo bajo, la larga extensión de agua abierta parecía moteada y parda como la piel de una enorme serpiente. Culebreaba hacia el horizonte entre palizadas y almenas de cristal azul. Mientras el iceberg que transportaba la nave avanzaba lentamente, Drake vio riachuelos de agua abierta que se proyectaban en todas direcciones. Se estremeció. Podía imaginarse extrañas criaturas, colosales y deformes, arrastrándose por el horizonte helado.
Europa, en su órbita gravitacional, giraba constantemente alrededor de Júpiter. El Sol se desvaneció lentamente del negro firmamento. El sonido de los témpanos de hielo que se empujaban se hizo más fuerte, transmitido hasta la nave a través del agua y el hielo de la oscura superficie. Para el oído de músico de Drake los icebergs se llamaban a gritos, estridentes lamentos atiplados y gemidos en un sobrecogedor contrapunto, sobre un fondo de roncos gruñidos.
—Por esto necesitamos el proyecto de fusión de Urano —dijo animadamente Ana—. En estos momentos Europa se calienta gracias a las plantas de fusión individuales emplazadas en el fondo del océano, lo que provoca un derretimiento irregular. La situación mejorará enormemente aquí cuando Júpiter produzca una cantidad de calor apreciable.
—¿Quieres decir que vais a hacer con Júpiter lo mismo que estáis haciendo con Urano?
—Lo mismo no. Aunque algo parecido. En realidad Urano es más bien un ensayo.
—Pero, si al final vais a hacerlo de todos modos, ¿por qué esperar?
—Oh, el mismo problema de siempre. Todavía tenemos. —Pronunció una palabra que Drake jamás había escuchado antes. Una voz suave procedente del sistema de comunicación de la nave se apresuró a añadir, en inglés: «Sin equivalente exacto; conservadores/Luditas es la coincidencia más aproximada». Era la primera vez que Drake se daba cuenta de que el ordenador de a bordo controlaba todas las conversaciones, y de que tenía un programa para proporcionar equivalentes aproximados para las referencias que considerara desconocidas para Drake.
Ana no parecía darse cuenta de lo incongruente que resultaba, el que un proyecto para transformar Urano hasta dejarlo irreconocible pudiera considerarse «conservador» y trasnochado. Continuó:
—Pero la transformación de Júpiter terminará por aprobarse. Dale unos cuantos miles de años y todo estará listo y a punto. Desaparecerá el hielo. Y tendremos otro mundo entero que desarrollar.
Estaba preparando la comida para los dos y era evidente que no compartía el creciente nerviosismo de Drake. Pero debió de intuirlo, porque de pronto dejó lo que estaba haciendo y se puso a su lado.
—¿Ocurre algo?
—Estoy bien. —Sería absurdo decir lo contrario. De nuevo estaba con Ana, tras una separación interminable. Aunque quizá se debiera al hecho de estar con ella que se permitía admitir sus dudas y temores. En cualquier caso, por mucho que lo intentara no conseguía dejar de temblar.
—No tienes buen aspecto. —Ana le puso una mano en la frente—. Y no te encuentras bien. Tienes la frente empapada de sudor. Deja que te eche un vistazo.
Se acercó a los controles de la nave, tocó un panel y estudió una imagen.
—Humm. Nada físico.
—¿Cómo lo sabes?
—No lo sé. La nave sí. Controla nuestro estado de salud continuamente. Dice que estás bien. Pero solo se ocupa de los problemas físicos. De modo que el resto está en nuestras manos.
Ana se acercó a la mesa donde estaba trabajando, volvió junto a Drake y le dio algo de beber.
—Ten. Esto debería ayudarte para empezar. Te dije que habría un choque temporal, y estaba en lo cierto. Solo que ha tardado en materializarse. Tómate esto mientras le pido a este chef desquiciado que prepare algo parecido a la comida que tú conoces. Y por esta noche creo que ya hemos visto suficiente Europa. Voy a bajar las luces y a apagar los monitores de la nave. Quédate aquí sentado e imagina que estás sano y salvo en la vieja Tierra.
Ella no podía saberlo, pero hacía mucho tiempo, allá por aquellos días felices en los que Drake ni siquiera se permitía pensar, Ana hacía exactamente lo mismo cada vez que él se encontraba indispuesto. Asumía el mando. Era fuerte cuando él estaba débil, cortésmente débil cuando era él el fuerte.
Drake hizo lo que le decía. Dio cuenta de una copiosa y sabrosa comida, dejando que Ana realizara casi todas las tareas. El chef demostró tener buen tino para seleccionar los alimentos y aun los vinos de la vieja Tierra. Por fin, Drake pudo empezar a relajarse y sopesar la causa de su problema. No era algo racional, pero se dio cuenta de que se trataba de los sonidos de Europa. No lograba apartarlos de su cabeza. Puede que los demás no oyeran nada más que los témpanos de hielo moviéndose según los dictados de la luna. Él oía lamentos atormentados, y los agónicos estertores de demonios de hielo.
—Tienes demasiada imaginación —dijo Ana con firmeza cuando le habló de ello—. Algún día obtendrás tu recompensa. Todo esto se transformará en música. —Apagó las luces, se acostó a su lado y apoyó la cabeza en su pecho. Drake se refugió en la noche perfumada de sus largos cabellos.
Era natural, quizá inevitable, que aquella noche se convirtieran en amantes. Ninguno de los dos comprendió que Drake, en el fondo, pensaba «amantes de nuevo».
13
«Y una antigua pasión me hacía sentir desolado y enfermo»
La euforia física lo arrollaba todo a su paso mientras se dirigían al centro del sistema solar. Hacer el amor, como siempre con Ana, era una epifanía para Drake. Como antídoto para el impacto temporal no podría haber encontrado otro mejor. Inmerso en el roce familiar, en la fragancia y el sabor del suave cuerpo de Ana, podría haber asistido a la destrucción de la Tierra y el Sol con total ecuanimidad.