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Se volvió hacia Melissa. Drake vio de nuevo ese brillo en los ojos de Ana, esa mirada de embeleso. La había visto una vez antes… cuando estaban hablando de Melissa.

—Pero éramos amantes —susurró. Y, cuando Ana se limitó a asentir—, ¿cómo has podido hacer eso conmigo, si estabas ligada a ella?

Las dos mujeres lo miraron fijamente, desconcertadas.

—Para consolarte —dijo Ana despacio—. Para animarte, cuando estabas asustado y nervioso. ¿Cómo podría haberme negado? Melissa habría hecho lo mismo.

Melissa asintió. Rodeó a Ana con los brazos y apoyó la cabeza en su hombro.

—Lo haría, Drake, si me necesitaras. Pero Ana lo hizo realmente. Calma el dolor casi antes de que aparezca. Esa es una de las razones por las que la amo.

Drake retrocedió y tropezó con la silla de control de la nave.

—Y Ana te quiere a ti, no a mí. Voy a perderla.

—Sí —dijo Ana—. Me perderás. Pero no te confundas. Ya te he dicho que ibas a perder a Ana, pero no a tu Ana.

—Volveré a estar sin ti. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo voy a vivir?

Las dos mujeres se acercaron a él y se agacharon para depositarle sendos besos en las mejillas.

—No te rindas —dijo suavemente Melissa—. Mantén la fe, Drake, y persevera. Estamos de acuerdo contigo: en algún lugar, en algún momento, encontrarás a Anastasia. No a mi Ana, sino a la tuya.

Ana y Melissa se apartaron. Cogidas de la mano, se dirigieron a la compuerta. Drake se incorporó a medias de su asiento, como si se dispusiera a seguirlas. Luego se dejó caer. La puerta de la escotilla se cerró.

Seguía sentado, contemplando sin ver las imágenes de la abrupta superficie de Caronte, cuando se abrió de nuevo la puerta. El pequeño Servidor, Milton, entró en la sala. Rodó hasta situarse al lado de Drake. Como si percibiera el estado de ánimo del humano, no dijo ni una palabra.

Milton estaba en Caronte cuando llegó Melissa Bierly y había escuchado toda la conversación. Sabía lo que iba a suceder a continuación.

14

«Estos nuestros actores, como predije, eran todo espíritu y se han disuelto en el aire, en la nada»

Ahí estaba la misma habitación acogedora, la misma vista a la amplia bahía y el océano revuelto: la Bahía de Nápoles, y algo más lejos, las inmortales aguas del mar Tirreno. Pero esta vez el mar era de un gris pizarra, y hacia el norte, ominosas nubes de lluvia se alzaban sobre la antigua ciudad; en vez de la gitana de negros cabellos había una persona de atractivos rasgos andróginos y melena sentada en el sillón frente a él.

Drake giró la cabeza a uno y otro lado. Sentía el cuello ligeramente envarado, como si hubiera pasado demasiado tiempo sentado en la misma postura. Cayó en la cuenta de lo ridícula que era esa idea al tiempo que decía:

—Preferiría que no se tomara tantas molestias, sabe. Prefiero la realidad.

—No lo creo. —Era un hombre, a juzgar por la voz. El inglés que hablaba era perfecto, sin acento—. Ha habido… cambios.

—Espero los cambios. Necesito los cambios. Las épocas pasadas no pudieron hacer nada por salvar a Ana. Ahórreme las simulaciones.

—Me temo que eso es imposible.

—Mi cuerpo…

—Conservado. Su criocadáver, junto con el cuerpo original de Ana, sigue en la criomatriz. Esa matriz ya no se encuentra en Plutón, por motivos que comprenderá más adelante. Sin embargo, su cuerpo permanece inalterado. Podría ser revivido, aunque como ve ya no nos resulta imprescindible reanimarlo para conversar. Hemos activado un enlace superconductor directo con su cerebro.

—¿Quién es usted?

—También eso requiere una explicación. —El hombre sonrió, una sonrisa cordial y relajada que parecía imposible de simular—. Digamos que soy «el material del que están hechos los sueños». Como ve, tras el malentendido de su última resurrección nos hemos esforzado por familiarizarnos con los escritos de su época. Llámeme Ariel, si quiere tener un nombre que le suene de esa era. Con su permiso, voy a añadir a alguien más a esta conversación.

—Melissa, y el clon de Ana…

Drake había solicitado, con tanta insistencia como podía hacerlo alguien sin autoridad para solicitar nada, que lo dejaran congelado hasta que se pudiera hacer algo por restaurar a la Ana original; pero su último despertar le había enseñado que los demás tenían sus propias e imperiosas necesidades.

Ariel sacudió su rubia cabellera.

—Ni Melissa Bierly, ni el clon de Ana.

—¿Están vivas?

—Yo diría que sí; pero no de ninguna forma que usted pudiera reconocer. Paciencia, Drake Merlin. Han pasado muchas cosas, y queda mucho por decir y hacer. Antes, sin embargo…

El hombre no se movió, pero a su lado apareció de la nada una esfera conocida, rematada por una escobilla metálica.

—Mis más sinceras disculpas. —El Servidor inclinó su cabeza sin ojos en dirección a Drake—. Las instrucciones que me dio en el momento de su congelación fueron sumamente precisas: solo cuando existiera información nueva disponible relacionada con el estado de Ana debía ser usted resucitado. Sin embargo, tras meditarlo he considerado necesario enlazar con usted antes de tomar ciertas medidas inaplazables. Reconozco que podría argüirse que en realidad no ha sido usted reanimado, y que por consiguiente no se han desobedecido sus instrucciones. No obstante, renuncio a justificarme con ese pretexto en particular.

—¿Tú eres Milton? No hablas como antes.

—Soy Milton, pero en composición soy más que Milton. Me presento en esta forma pensando únicamente en su conveniencia. Aunque haya transcurrido mucho tiempo, sigo siendo su Servidor y acato sus órdenes.

—¿Cuánto tiempo? —Drake se enderezó en su asiento, consciente de que su cuerpo real, sumido en el criosueño, no podía moverse ni un micrómetro. ¿Qué milagro de la ciencia le otorgaba este control absoluto de su cuerpo en una realidad derivada? ¿Qué tipo de magia posibilitaba que su cerebro supercongelado pensara?—. Y no te andes por las ramas como la última vez. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que volví a la criomatriz?

Milton vaciló visiblemente antes de responder.

—Sin engaños. Según sus estándares, sin duda es mucho tiempo; pero también se han producido cambios en la percepción y la medición del tiempo. Además, ha habido… discontinuidades… en la historia humana y su desarrollo.

—¿Te refieres al ocaso de la civilización humana? Eso era lo que me preocupaba la primera vez que entré en el criosueño.

—No ha habido ningún ocaso en el sentido al que usted se refiere, con una pérdida completa de tecnología. Sin embargo, en tres ocasiones el desarrollo humano ha progresado en otras direcciones… que ahora consideramos equivocadas. Durante dos de esos períodos, el concepto de tecnología carecía de significado.

—Ya me lo contarás luego. ¿Cuánto hace que entré en la criomatriz? ¿Me lo vas a decir o no? Olvídate de la desorientación temporal y responde. Dices que obedeces mis órdenes. Esto es una orden.

—Aun sin el refuerzo del compuesto, estoy obligado a desobedecer todas aquellas órdenes que, en última instancia, pudieran redundar en perjuicio de su bienestar. Sin embargo, responderé. Su cuerpo ha estado en la criomatriz durante un período de tiempo que, en los términos de revoluciones orbitales de la Tierra con los que está usted más familiarizado, equivale a catorce millones de años. —El Servidor hizo una pausa. Al ver que Drake no se movía ni hablaba, continuó—. Catorce millones de años. O lo que es lo mismo, un período de tiempo igual a…