—Ariel, no le conozco de nada; pero si estuviéramos en mi época me preocuparía. Tuve un profesor que me solía decir: «Desconfía cuando la conversación se vuelva molto legato», muy tersa. Demasiado tersa y florida. ¿Qué se está callando?
—Su maestro debía de ser un desconfiado, Drake Merlin. De acuerdo. Deberíamos comentar algunos asuntos más. El primero está relacionado con Ana. Todo su genoma está almacenado ya en un continente electrónico, por lo que su futura clonación sería trivial. Pero no hay ninguna «Ana completa» disponible para su descarga electrónica. Su cerebro no puede generar más que un caos aleatorio de elementos dispares. Su transferencia sería inútil.
—Si he de pasar a una forma electrónica, lo que quede de Ana vendrá conmigo.
—Me imaginaba que esa sería su respuesta. Pero en realidad es ilógico. Si se pudiera restaurar su personalidad, la existencia de residuos cerebrales primitivos no sería un factor a tener en cuenta.
—Eso dice… ahora. Pero ya he oído demasiadas veces que no se puede hacer nada por Ana. O nos descargáis a los dos, o a ninguno.
—Entendido. —Ariel suspiró con resignación—. ¿Milton?
—Así se hará.
El Servidor desapareció. Ariel parecía pensativo.
—Hemos debatido sobre lo acertado de mencionar el siguiente asunto —dijo—. No quisiéramos suscitar en usted ninguna expectativa vana e imposible. De hecho, de no haber sido preciso contactar con usted a propósito de su salida de la criomatriz, habríamos guardado silencio. Pero ya que hemos llegado hasta aquí, continuaré. Su objetivo, durante catorce millones de años, ha sido devolver a Ana al estado que usted conocía… no solo su cuerpo, sino toda su personalidad.
—Y me han dicho, una y otra vez, que era imposible. ¿Va a decirme ahora que no lo es?
—Es imposible, lo es hoy y lo será hasta donde podemos prever. La cuestión es, ¿será imposible eternamente? Solo puedo decirle una cosa: el que la restauración de Ana sea factible o no, en principio, en un futuro muy lejano, no depende de lo que hagamos usted o yo. Depende de la naturaleza misma del universo. Y si ahora estoy dispuesto a discutirlo con usted es porque nuestra percepción de ese futuro ha cambiado.
—Me he perdido. Por completo.
—Me lo temía. No resulta fácil de explicar de forma comprensible para usted, ni saber por dónde empezar para maximizar sus probabilidades de comprensión. Empecemos por una pregunta: ¿Conoce usted la diferencia entre universo abierto y universo cerrado?
—Sé lo que significaban esos términos en el momento de mi congelación.
—Los conceptos no han cambiado, salvo posiblemente en pequeños detalles. Las galaxias más alejadas se alejan de nosotros, y las más lejanas se alejan más deprisa.
—Mucha gente lo sabía ya en mis tiempos.
—En ese caso todavía siguen vigentes las definiciones con las que está usted familiarizado. En un universo abierto, las galaxias se alejan unas de otras, eternamente. En uno cerrado, un buen día cambian de sentido y empiezan a acercarse unas a otras. En un universo cerrado, el destino final de ese acercamiento es un colapso hasta el punto de una densidad, presión y temperatura infinitas. ¿Está eso claro?
—Claro y totalmente irrelevante. Me interesa la restauración de Ana, no las charlas sobre cosmología.
—Lo comprendo. Pero las dos cosas están relacionadas. Permítame continuar. El que el universo sea abierto o cerrado depende sólo de una cosa: la densidad total de la materia que lo ocupa. Si esa densidad es demasiado baja, el universo debe ser abierto. Si la densidad de la materia es lo bastante alta, por encima de un valor crítico, el universo debe ser cerrado. Lo que le voy a decir a continuación quizá le parezca complicado, y las mentes de mi compuesto no están seguras de que pueda llegar a entenderlo del todo; pero la posibilidad de restaurar a Ana… su Ana original… depende de que el universo sea abierto o cerrado. Depende, por tanto, de la densidad de su materia o, propiamente dicho, de la densidad de la masa-energía del universo.
—Tiene razón, no lo acabo de entender. Pero, aunque lo hiciera, ¿qué más daría? O bien el universo es abierto, o bien es cerrado. —Drake no lograba disimular su impaciencia. Se dio cuenta de que no encajaba en el mundo de Ariel y Milton. Estaba demasiado obsesionado, era demasiado directo, demasiado impetuoso y emocional, hacía gala del atavismo de un fósil viviente en una sociedad más dócil y moderada. No sabía qué aspecto tenía la forma física cambiada de la humanidad, pero apostaría a que las uñas y los dientes habían desaparecido hacía tiempo. Solo él conservaba aquellos colmillos y garras residuales.
—Debemos tener paciencia. —Ariel no mostraba indicios de rabia ni impaciencia—. Si su formación original hubiera incluido las matemáticas y la física, en vez de la música, esto sería más fácil. Pero nos las apañaremos con lo que tenemos. —Las palabras de Ariel no implicaban crítica alguna—. Lo cierto es que hay otras cosas que se vuelven posibles en un universo cerrado. Este tipo de universo posee, como he dicho, un solo y exclusivo punto y finaclass="underline" un escatón. Llegado a ese escatón, esa última fase de la confluencia de todas las cosas, el universo se contraerá en una singularidad. Todo converge, todo coincide. Los científicos y los filósofos ya lo sabían cuando nació usted, y se referían a ello como Punto Omega.
»Y llegamos así a la parte más significativa. Justo antes de que se alcance el escatón, todo lo que se conoce, toda la información pasada o presente, se volverá accesible. Hasta el último ápice de información sobre las personas que murieron hace mil años, o catorce millones de años, estará al alcance de la mano. En el escatón, todas las personalidades que hayan existido podrían ser recreadas, en principio, con todo detalle.
—¡Incluida Ana! Lo entiendo, lo entiendo perfectamente.
Pero a Drake lo embargaba la rabia, no la alegría.
—Si esto se sabía ya hace millones de años, ¿por qué diablos nunca me lo mencionó nadie?
—Porque parecía totalmente irrelevante. El potencial de tamaño fenómeno en el futuro existe sólo si el universo es cerrado. En su época, las observaciones de densidad masa-energía ofrecían un valor demasiado bajo, en una proporción de diez a veinte. Eso indicaba un universo abierto. Más adelante, los científicos decidieron que, en teoría, el universo debía de rayar en el límite que separa lo abierto de lo cerrado. Buscaron pruebas experimentales que corroboraran la existencia de la materia ausente, y poco a poco las encontraron. Seguía existiendo incertidumbre, no obstante; pensaban que el universo se expandiría para siempre, pero cada vez más despacio. En este caso el Punto Omega no se produciría jamás.
»Pero eso, al menos, ha cambiado. Por razones que todavía no comprendemos, las últimas mediciones revelan una densidad masa-energía mayor que el valor crítico. Eso apunta a un universo cerrado. Habrá un escatón. Algún día, dentro de muchos miles de millones de años, se producirá.
—Y entonces podré recuperar a Ana. ¿Cuándo? ¿Cuándo se producirá?
—Si es que es posible, será en un futuro muy lejano. Estimamos que se llegará al escatón dentro de otros cincuenta mil millones de años. Tanto tiempo que el intervalo transcurrido desde su primer momento de criosueño hasta el día de hoy parece menos que un parpadeo. El propio universo sólo tiene cincuenta mil millones de años de edad. Le recomiendo que no permita que esta conversación afecte a sus actos posteriores. Pero sus deseos son importantes. Me gustaría saber qué es lo que quiere.