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Drake se incorporó, tocando el techo con la cabeza protegida por el traje. No era fácil mantener el equilibrio en una superficie que cedía bajo sus pies como un enorme globo de aire, y al parecer ponerse de pie era lo que no tenía que hacer. Los paraguas enseguida montaron un escándalo. Drake oyó un frenesí de chasquidos, siseos y trinos. Los más próximos se acercaron a él, se apelotonaron sobre su cuerpo y lo empujaron con sus finas varillas. Bastó para hacerle perder su precario equilibrio, y cayó suavemente en el suelo acolchado. Los paraguas se acomodaron a su lado, tranquilos mientras no intentara levantarse.

Quería explorar las demás partes del edificio, y abordar el difícil problema de comunicarse con los paraguas. Si todavía existen los seres humanos, llevadme con ellos. ¿Cómo iba a decirles eso, o cualquier otra cosa, mientras yacía impotente? Tenía que encontrar un lenguaje de signos común. Se estaba sentando de nuevo, desoyendo las protestas de los paraguas, cuando toda la sala empezó a vibrar suavemente.

Se quedó tendido en el suelo, pensando que la pirámide podía ser algún tipo de medio de transporte terrestre. ¿Estaría llevándolos a otra parte de la superficie, donde podría averiguar qué estaba ocurriendo? Volvió la cabeza y se asomó a la abertura más próxima de la pared.

La superficie exterior se movía. Estaban viajando, no en paralelo a ella, sino en vertical. Podía ver más lejos alrededor de la curva del mundo, y más del campo estelar.

Se había acercado; no era un medio de transporte terrestre, pero sí un tipo de vehículo. Drake se quedó tumbado y en silencio, pegado al suave piso. La pirámide truncada aceleró lejos de la superficie y se dirigió al espacio abierto.

La nave era otra prueba, si es que hacía falta alguna, del profundo cambio que apenas se podría calificar de progreso. La técnica de la depreciación inercial, que Drake nunca había entendido del todo, se utilizaba cuando él huyó a Canopus hacía más de catorce millones de años. Ahora ese secreto se había perdido, u obviado. Sentía con toda su fuerza cada cambio en la aceleración de la nave, mediante el cambio en su propio peso aparente.

Seguía tendido con la cabeza ladeada, de cara a la escotilla más próxima. Durante los primeros segundos de vuelo, la ventanilla se había llenado de un intolerable resplandor blanquiazul que le obligó a cerrar los llorosos y doloridos ojos. Unos segundos después comprendió lo que debía de ser. Se habían alejado tanto de la superficie como para exponerse a la luz de una estrella cercana.

Siendo optimistas, eso podría ser una buena noticia. Con las estrellas llegaban los planetas, y puede que la gente. Aguardó pacientemente, hasta que el fulgor se desvió para iluminar el resto de la cámara. Estudió su color. La estrella que produjera una luz así debía de ser más caliente, brillante y joven que el Sol. Por desgracia, eso no le decía nada acerca de su localización en particular; debía de haber mil millones de estrellas como esta en la galaxia y las Nubes de Magallanes.

La aceleración de la nave disminuyó drásticamente. Era la señal para que los paraguas empezaran a moverse. Alrededor de veinte de ellos se pusieron a su lado y regurgitaron cientos de lo que para Drake eran «obreros». Los pequeños insectos turquesa se subieron a su cuerpo y empezaron a quitarle el traje metódicamente. Más buenas noticias. Se estaba alejando del vacío del pequeño planetoide, seguramente en dirección a un lugar donde habría aire respirable. Eso sugería la posibilidad de que fuera un planeta.

Pero también había malas noticias. Drake examinó su cuerpo desnudo conforme la protección transparente era eliminada por los obreros. Era la prueba visible de lo que ya sabía a juzgar por cómo se sentía. En vez de resucitar en un cuerpo más fuerte, apto y longevo que el antiguo, residía ahora en una ruina. Podía ver el verde negruzco de la gangrena en los dedos de sus manos y pies. Estos habían perdido la sensibilidad, y ya empezaba a pelarse el suave tejido. El resto de sus manos y pies estaba frío y teñido de azul. Tenía los antebrazos y las pantorrillas rojas y calientes. Estaban en la fase preliminar de la mortificación.

Los cambios internos eran peores. No había visto nada parecido a la comida desde que resucitara, pero en cualquier caso sabía que sería incapaz de comer. Sentía los dientes sueltos en su cabeza. Su barriga ardía con gases y sentía en la boca un sabor indescriptible. Sus pulmones pugnaban por coger aire con cada aliento. Sus ojos veían con menos claridad, tenía la vista salpicada de aleatorias manchas oscuras.

No resultaba complicado llegar a un diagnóstico preliminar. Se había encarnado en un cadáver y la necrosis se propagaba por todo su cuerpo. Si quería sobrevivir, tendría que llegar a un lugar donde los técnicos de laboratorio pudieran realizar el tipo de milagro médico que era posible en el pasado. Y tendría que hacerlo cuanto antes.

Drake se incorporó a cuatro patas y gateó hasta la escotilla. Esta vez los paraguas no se opusieron. Tres de ellos caminaron como cangrejos a su lado mientras él acercaba la nariz a la ventana. La superficie era pegajosa y olía a acetona.

Se asomó al exterior. El planetoide donde lo habían resucitado era invisible, lejos detrás de ellos. A su izquierda, la estrella blanquiazul dominaba los cielos, eclipsando a los millones dispersos del cúmulo de la Nube. La estrella señoreaba en el firmamento, tres veces más grande que el Sol de la Tierra. Estaban demasiado cerca. Los planetas habitables, si es que había alguno, tendrían que estar más lejos.

Miró, pero era una labor imposible. Cualquier planeta sería una chispa de luz más entre los millones. Un ordenador, acoplado a un telescopio y observando durante varios días, podría distinguir un planeta del telón de fondo estelar comparando imágenes y estudiando el movimiento del planeta, en comparación con el de las estrellas más lento. Pero Drake no tenía ningún ordenador; no tenía ningún telescopio; y estaba seguro de que no tenía varios días.

Justo cuando concluía que encontrar un planeta sería tarea imposible, vio una forma oscura que mordía el filo del sol blanquiazul. Decidió que sí que estaba viendo un planeta, para comprender un segundo después que eso era imposible. La forma era inadecuada —un rectángulo afilado, en vez de un círculo— y aumentaba de tamaño demasiado deprisa. La nave no podía estar a más de unos cuantos kilómetros de distancia de él. El objeto era mucho más pequeño que el planetoide del que habían despegado minutos antes. Lo más probable era que su lado principal no midiera más de cien metros de longitud.

La nave se acercó, disminuyendo su impulso para conseguir una diminuta deceleración final. Cuando se situó cerca del rectángulo oscuro, Drake pudo echar un vistazo más detenido. La superficie era rugosa y completamente negra, todo lo contrario del reluciente dorado de la nave. Parecía perfectamente lisa y sin fisuras, pero seguramente los paraguas no opinaban igual. Media docena de ellos se habían dirigido al túnel de entrada. Se quedaron allí como si lo estuvieran esperando. No habían intentado proporcionarle otro traje.

Drake no estaba seguro de cuántas fuerzas le quedaban, pero no tenía elección. Se tumbó en el suelo y se arrastró dolorosamente por la membrana blanca hacia el túnel. Podía sentir la piel putrefacta de su torso desnudo pegándose al suelo del túnel, desprendiéndose conforme avanzaba. Llegó un momento en que no pudo seguir adelante hasta que los paraguas, detrás, a los lados y delante de él, le ayudaron a sortear un tramo angosto.