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—El Sol —dijo simplemente Tom Lambert.

Drake se quedó mirando aquel orbe gigantesco y pesado.

—¿Te refieres al Sol tal y como es hoy?

—Exacto. Es una representación en tiempo real. No estamos tan cerca como parece, naturalmente. Así se ve a través de un sistema de imágenes. Pero lo que ves es el Sol, el genuino, con sus colores reales y los rasgos de su superficie.

El Sol, transformado… ¿Por la naturaleza, o por actividades humanas?

—¿Eso lo habéis hecho vosotros?

—En absoluto. —Tom estaba encendiendo su pipa de nuevo; su presencia quedaba revelada tan solo por un fulgor rojo apagado que aumentaba y disminuía de intensidad—. Podríamos haberlo hecho, pero no. El cambio se debe a la evolución estelar natural.

El Sol había sido transformado por el tiempo, de la cálida estrella que conocía Drake a un extraño amenazador. A lo largo de los milenios había aprendido a comprender algunas de las implicaciones. Tom Lambert había respondido una de las preguntas de Drake sin decir ni una palabra. El cambio del Sol de la estrella enana G-2 de su época a esta gigante roja requería cinco mil millones de años o más de evolución estelar. El Sol había liberado casi toda su reserva de hidrógeno y ahora su energía dependía de la fusión del helio y los elementos más pesados.

—¿Qué ha pasado con los planetas? No veo ninguno.

—No hay luz natural suficiente que reflejar. Pero te los puedo señalar. —El campo de visión cambió mientras Tom hablaba, apartándose del Sol. A ambos lados de la brillante bola naranja aparecieron unos haces más deslumbrantes—. Eso es Júpiter. —Una luz empezó a parpadear más deprisa—. Y eso de ahí es Saturno, y Urano, y Neptuno.

—Antes Urano tenía su reacción de fusión particular. Júpiter también.

La brillante cazoleta de la pipa se movió en la oscuridad cuando Tom meneó la cabeza.

—Hace mucho que no. En todo caso se trataría de arreglos a corto plazo, dada la escasez de materiales de fusión.

—¿Y los planetas interiores? ¿Qué hay de la Tierra? ¿Me los puedes enseñar?

—No. La fase de gigante roja del Sol ha multiplicado su antiguo radio por cien, y su antigua luminosidad por dos mil. Si la Tierra se hubiera quedado en su órbita original habría quedado incinerada, como le pasó a Venus. Mercurio fue tragado por completo. Pero no te preocupes por la Tierra, todavía existe. Se ha eliminado la esfera de singularidad y se parece más a la Tierra que conociste en su día. Pero se ha llevado muy lejos, junto con Marte. No tiene sentido buscarla —Drake había vuelto la cabeza sin darse cuenta para rastrear el cielo—, es imposible que la veas desde nuestra posición actual. Si quieres puedo enseñarte la Luna. La hemos dejado atrás.

Muy lejos. ¿Cuánto? ¿Qué vería una persona hoy día —si es que todavía existía algo que se pudiera considerar una persona viva, de carne y hueso— al mirar arriba desde la superficie de esa Tierra lejana?

—«El Sol se había apagado, y las estrellas vagaban a oscuras por el espacio eterno, sin luz, sin rumbo, y la helada Tierra oscilaba oscura y ciega en el aire sin Luna».

—¿Cómo? —Tom parecía desconcertado—. No entiendo adónde quieres ir a parar.

—No es idea mía, sino la de un escritor que murió antes de que nosotros naciéramos. No te preocupes por mí, Tom, todavía tengo la cabeza en su sitio. Sigamos.

—¿Estás seguro? No quiero abrumarte de nuevo. Recuerda que esta no es más que tu primera sesión.

—Podré con ello. Adelante.

—Si tú lo dices. Quería empezar cerca de casa, ofrecerte una perspectiva más local, por así decirlo, antes de avanzar poco a poco. De modo que allá vamos de nuevo.

El Sol empezó a encogerse. La habitación en que estaba sentado Drake retrocedió en el espacio y se elevó sobre la eclíptica. El Sol se convirtió en un disco diminuto. El titilar resaltado de los planetas exteriores se fundió con él para formar un solo punto.

La distancia aparente con respecto al Sol estaba aumentando. Medio minuto más y se hizo visible la región interior del globo difuso de la Nube de Oort. Miles de millones de distintos y separados puntos de luz quedaron emborronados por la distancia en una refulgente neblina.

—Se han resaltado todos para la demostración —dijo Tom con aire despreocupado—. Había que hacerlo así, o de lo contrario no verías nada. No hay mucha luz solar a tanta distancia. Y desde luego que solo estamos enseñándote los cuerpos habitados. Lo que llamarías las colonias del «viejo» sistema solar, antes de que comenzara la propagación hacia fuera propiamente dicha. Quería que lo vieras, pero ahora, si no te importa, voy a apretar el paso un poco. No nos podemos pasar el día entero con esto.

El movimiento exterior aceleró, acompañado del, en apariencia, despreocupado comentario de Tom Lambert —Drake comprendía que el compuesto que hablaba a través de Tom era cualquier cosa menos despreocupado; eran sus propias necesidades las que estructuraban la información—. La Nube de Oort entera se dejó ver fugazmente, antes de encogerse rápidamente a su vez en la distancia, pasando de ser un globo enorme a un pequeño disco y luego a un diminuto punto de luz. Otras estrellas con planetas habitados, o hábitats de espacio libre del tamaño de planetas, aparecieron representadas por fogonazos de blanquiazul y magenta.

Por fin se hizo visible todo el brazo en espiral de la galaxia. Estaba lleno de las luces titilantes que eran los mundos ocupados. Los huecos del interior del brazo no revelaban nada más que una serie de puntos dispersos, pero al otro lado de esos abismos los brazos de Sagitario y Perseo estaban tan densamente poblados como el brazo local de Orión. Por fin se pudo ver el disco entero de la galaxia. Había motas de luces de colores por todas partes, desde el denso centro galáctico hasta sus nebulosos bordes exteriores. Los humanos y sus creaciones abarcaban la galaxia.

La imagen se congeló.

—En todas nuestras formas —dijo Tom— resistimos. Más que eso: prosperamos. Así estaban las cosas, hace tan solo una décima de revolución galáctica… veinticinco millones de años, según el antiguo cómputo temporal. El desarrollo, por parte de las formas orgánicas, inorgánicas y compuestas, se había mantenido firme y pacífico durante treinta revoluciones completas del Sol en el centro galáctico. Impresionante, ¿verdad?

Muy impresionante. Drake recordaba que una revolución galáctica tardaba alrededor de doscientos millones de años en producirse. La humanidad llevaba más de seis mil millones de años sobreviviendo y prosperando.

—Pero eso ya no es así —añadió Tom—. Voy a enseñarte una reciente evolución temporal… en términos que te resulten familiares, te mostraré lo que ha ocurrido en las últimas decenas de millones de años terrestres.

De nuevo había un temblor en su voz, una sombra de incontables mentes que temblaban al otro lado de la puerta y las murallas erigidas por Drake. La vista estática de la pantalla empezó a cambiar.

Al principio no había más que un atisbo de asimetría en el gran dibujo de espirales, donde un lado de la galaxia aparecía un tono más apagado que el otro. Momentos después, las diferencias se volvieron más pronunciadas y específicas. Estaba apareciendo un sector oscuro a un lado del disco. En el brazo más exterior de la espiral, lejos del Sol en la galaxia, los brillantes puntos de luz estaban apagándose uno a uno. Drake pensó primero en un eclipse, como si alguna esfera inimaginablemente grande y negra estuviera ocultando todo el plano galáctico. Comprendió enseguida que la analogía no era aplicable. La negrura del filo de la galaxia no tenía un diámetro constante. Estaba aumentando de tamaño. Algún tipo de influencia externa estaba avanzando para invadir el disco galáctico, creciendo constantemente al mismo tiempo.

—Y ahora lo ves tal y como es hoy día —musitó Tom. Las luces habían vuelto a encenderse en la sala, atenuando la imagen exterior. Drake no sabía si eso estaba bajo su control o bajo el de Tom—. Solo que, evidentemente, aún no ha acabado. El cambio continúa produciéndose, más deprisa que nunca.