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—Vuestras naves… ¿Estaban armadas? —Drake hubo de rastrear los bancos de datos para encontrar esa última palabra, pero al parecer Tom tenía aún más problemas. Se produjo un largo silencio.

—¿Armadas? —dijo Tom, al cabo. Parecía perplejo.

—Equipadas con armas. —Drake se preguntó si no se habrían anulado por completo los impulsos agresivos, para allanar el constante progreso y la colonización de la galaxia. Al ver que Tom no respondía, añadió—. Las armas son cosas capaces de hacer daño. Las armas posibilitarían que una nave se defendiera en caso de ataque.

Tampoco eso le gustó a Tom Lambert. Su imagen osciló y tembló, como si lo que fuera que estaba transmitiendo acabara de sufrir un cortocircuito temporal. La hueste de mentes que formaban el telón de fondo de su conversación era un hervidero de confusión.

—No tenían «armas». —Tom volvía a estabilizarse—. No existen las «armas». Los detalles de ese concepto han sido relegados a un almacén remoto de tercer nivel, y aun allí su definición es ambigua. ¿Qué es lo que sugieres?

—Muy sencillo. Esta galaxia está siendo… —Ahora Drake hubo de interrumpirse. Iba a decir «invadida», pero al parecer esa palabra había sido erradicada del idioma—. Algo de fuera de la galaxia está entrando en ella —dijo por fin—. ¿Estás de acuerdo?

—Eso parece.

—Y ese algo está desplazando a la civilización humana.

—Sí. Eso nos tememos, aunque no tenemos ninguna prueba directa. Pero, ¿qué podría estar haciendo algo así?

—No tengo ni idea. Eso es algo que tendremos que averiguar. Estáis haciendo demasiadas suposiciones, Tom. Por una parte, pensáis que asistís a la acción de algo inteligente; algo con una tecnología desarrollada.

—No suponemos nada de eso.

—Claro que sí. No explícitamente, pero lo hacéis. Dices que habéis enviado señales y que no habéis recibido respuesta…, pero para esperar una respuesta es preciso suponer que lo que haya ahí fuera es capaz de detectar una señal, comprender una señal y responder a una señal. Supongamos que la entidad que está entrando en nuestra galaxia carece de inteligencia.

—En ese caso jamás podremos comunicarnos con ella. Estamos condenados.

—¿Por qué? —Drake, a pesar de sus reservas sobre su propia capacidad para ayudar, empezaba a enfadarse con los compuestos. Eran un puñado de blandengues que estaban dispuestos a cruzarse de brazos y morir cuando todavía ni siquiera los habían tocado—. ¿Por qué estáis condenados? Verás, no hace falta que os comuniquéis. Tan solo tenéis que detener el… el… —De nuevo echaba en falta una palabra. Los compuestos no habían puesto nombre al problema—. El azote —dijo al final—. Desastre, Shiva, destructor, como queráis llamarlo. No sé si es inteligente o no, pero está cambiando la galaxia de un modo que resulta letal para los humanos. Aun si este Shiva no pretende matar, está silenciando sistemas estelares por miles de millones. No hace falta entender lo que ocurre. Eso estaría bien, pero lo que importa es que debemos protegernos de los efectos.

—Pero no sabemos cómo hacerlo.

—Yo os diré cómo. —Lo asombroso era que empezaba a creer en sus propias palabras. Era un sobrecogedor reflejo de la humanidad de épocas anteriores. En su tiempo nadie, por pacifista que fuera, podía pasar de la infancia a la edad adulta sin embeberse del vocabulario, las ideas y los procedimientos de la guerra. Incluso los juegos eran una forma de combate, utilizaban el idioma del conflicto. Drake sabía más de lo que pensaba acerca de la teoría y la práctica del belicismo.

»Tenemos que hacer unas cuantas cosas por nosotros —continuó— antes de pensar en emprender acciones externas. Para empezar, debemos crear un nuevo lenguaje y familiarizarnos con él. Tenéis que aprender a hablar de la guerra. —Drake dijo la palabra en inglés—. Tenéis que ser capaces de pensar en la guerra, y para eso tendréis que ser capaces de hablar de ella. Yo os proporcionaré los conceptos y vosotros os encargaréis de la mecánica de la creación lingüística. ¿De acuerdo?

Silencio por parte de Tom. Drake lo tomó por un sí y continuó.

—Segundo, debemos formar una cosa llamada cadena de mando. Teníais razón cuando me dijisteis que esta forma de comunicación entre nosotros limita la tasa de transferencia de información. Hay que cambiar el sistema. Estoy seguro de que no podría interactuar directamente con miles de millones de compuestos, así que necesitamos una nueva estructura. Me relacionaré con un máximo de… ¿cuántos? Pongamos seis… Trabajaré con media docena de compuestos como tú. Cada uno de vosotros se relacionará con otros seis, y así en escalones sucesivos. ¿Cuántos niveles harán falta para introducir a todos los compuestos en este marco de trabajo?

—Diecinueve niveles serán suficientes.

La respuesta de Tom fue instantánea. Drake intentó efectuar el cálculo a la inversa, sin conseguirlo. Seis elevado a la decimonovena potencia. ¿Cuántos miles de millones, cuántos billones? Digamos que una cifra abrumadora.

Y se esperaba de él que dirigiera las acciones de cada uno de ellos. ¿Cómo? No tenía ni idea. Nadie esperaba que los compositores dirigieran las cosas. ¿Acaso había habido algún compositor en toda la historia que hubiera dirigido algo más numeroso que una orquesta? Solo se le ocurría el nombre de aquel pianista, Paderewski, que a comienzos del siglo XX había interrumpido su carrera para convertirse en Primer Ministro de Polonia. Un pianista excelente, un político del montón.

Siguió hablando, antes de que las preocupaciones y los pensamientos irrelevantes como ese pudieran distraerlo.

—Tercero, debo conocer vuestra ciencia y vuestra tecnología. No me refiero a entenderla, porque es casi seguro que no podría. Pero sí tengo que saber de qué es capaz esta tecnología. A cambio, os explicaré lo que son las armas y vosotros deberéis aprender qué es lo que hacen y cómo fabricarlas. Os lo advierto, no os gustará lo que vais a oír… como tampoco a mí me hará ninguna gracia hablaros de ello.

—Aprenderemos. —Ahora Tom estaba tranquilo. Llegó incluso a encogerse de hombros y pasarse las manos por su copete de pelo rojo—. Verás, cuando te pedimos ayuda, no pensamos quedarnos sentados de brazos cruzados. Tampoco pensamos que sería agradable desempeñar el papel que nos tocara.

—Diré más. No va a ser nada agradable. Empecemos por definir el primer nivel de la cadena de mando. Como he dicho, no puedo interactuar con vosotros en todo momento, y está claro que no puedo interactuar directamente con no sé cuántos millones de compuestos.

—Seiscientos billones.

—Gracias. —Seiscientos billones. Era peor de lo que Drake se esperaba—. Organizaremos la cadena de mando y luego hablaremos de la defensa propia. Deberías enviar esa información de inmediato a la sección de la galaxia que tenga más probabilidades de verse amenazada a continuación. Es posible que sirva de algo, y sin duda no será perjudicial.

Resultaría estar desastrosamente equivocado a ese respecto, pero aún no lo sabía.

—¿Defensa propia? —preguntó Tom.

—No te preocupes. No tendrás que hacer daño a nadie que no intente hacerte daño a ti antes. Ya verás cómo la defensa propia es sencilla. Puede que a partir de ahí las cosas se pongan un poco feas.