¿Cómo podía defenderse un planeta o una colonia espacial de una agresión externa? ¿Cómo podrían los humanos contraatacar o ejecutar una acción de defensa preventiva? ¿Cómo se enfrentaba uno a lo desconocido? Drake hurgó en su cabeza en busca de ideas enterradas hacía tiempo, cosas que había leído cuando era joven y que jamás había esperado necesitar o utilizar. Su mente estaba sorprendentemente bien abastecida de ellas. Eso valía la imagen de pacifista que tenía de sí mismo.
Hasta que Ana entró en la criomatriz y él hubo de ingeniárselas para ganar dinero, se había resistido a la idea de presentar cualquier tipo de descripción profesional. Era algo de lo que se jactaba. ¿De qué servían las palabras, decía a quien quisiera escuchar, a la hora de describir el talento para escribir música interesante?
Los tiempos cambian. Ahora podría presentar un currículo fascinante: Drake Merlin; compositor; músico; aspirante a pacifista; y Comandante en Jefe de la Coalición de Fuerzas Galácticas.
La parte más sencilla parecía ser la creación de la cadena de mando. Él sólo tenía que preocuparse del primer nivel. Aun así, en cuestión de minutos, descubrió que sólo podía interactuar con un compuesto si este simulaba algún individuo con el que estuviera familiarizado y se sintiera cómodo. Eso limitaba enormemente las opciones; sobre todo porque cualquier clase de simulación de Ana era imposible.
Antes de nada, sin embargo, tenía que elegir un centro de operaciones. Eso no fue difícil; había recuperado la consciencia tantas veces a lo largo de la historia en el pequeño chalé con vistas a la Bahía de Nápoles y el mar Tirreno que empezaba a sentirse allí como en casa. Lo afianzó en su mente, amueblado para su comodidad.
Luego llegó el momento de definir quiénes serían sus principales ayudantes. Tom Lambert le aseguró que lo único que tenía que hacer era pensar en la persona en cuestión y los compuestos se ocuparían del resto. Tom no dijo cómo y Drake no preguntó. Simplemente se puso manos a la obra.
Tom, desde luego. Y Milton. El Servidor había abandonado la esfera rodante original, con su escobilla metálica, muchos miles de millones de años atrás, pero esa era la forma que le resultaba más familiar a Drake. Seguro que a Milton no le importaba asumirla. Cass Leemu, que había intentado aleccionarle sobre la ciencia hacía tanto tiempo —sin éxito— sería su consejera científica en jefe. Y Melissa Bierly. Dudó con esa elección, hasta que la mujer apareció en la mesa. No era la misma que había visto la última vez, cuerda, satisfecha, amante y compañera de la Ana clonada, sino la Melissa desquiciada y veleidosa que había sido en su primera encarnación. La guerra era una forma de locura. Drake necesitaba un elemento de inestabilidad. Lo veía ahora, en esos brillantes ojos de zafiro.
Trismon Sorel y Ariel aparecieron fugazmente, pero se resistían a mantener la forma. Era la mente de Drake, rechazándolos por motivos particulares: o bien no los conocía lo suficiente, o bien no encajaban con el perfil que buscaba en esos momentos.
No estaba contento con los dos que completaban la media docena. Par Leon había sido el primero en aparecer, tan antibélico como podía serlo un ser humano. Quizá eso significara que su temperamento era parecido al de Drake, que lo necesitaba por ese motivo. Algún equilibrio tenía que haber.
Drake conjuró a alguien que detestaba. Mel Bradley había sido la pesadilla de su niñez; bajito, hiperactivo, impetuoso, dispuesto a pelearse por cualquier motivo. Se burlaba de Drake, llamándolo nenaza y blandengue mariposón por leer estúpida poesía. En una pelea, cuando tenían once años, le había puesto el ojo morado a Drake. Después de aquello, Drake se apartaba de su camino para no tener que enfrentarse con él, sin admitir que le tenía miedo. Ahora Mel, adulto y receloso, observaba a Drake con ojos coléricos desde el otro lado de la sala.
Seis asistentes. Paseó la mirada por la mesa bruñida y consideró el resultado de sus esfuerzos. ¿Qué había de realista en todo aquello? Los demás habían sido creados a partir de su consciencia almacenada, más el contenido combinado de los bancos de datos. Todos ellos —¡incluido el propio Drake!— consistían tan solo en un movimiento aleatorio de electrones. Pero ¿no había sido esa siempre la verdad de los pensamientos de todos los cerebros, orgánicos e inorgánicos por igual, ya se tratara de wetware o de hardware?
Y si Drake no estaba del todo satisfecho con los ayudantes de su elección, ¿no había sido esa siempre la verdad de todos los líderes? Recordó las palabras del duque de Wellington, tras pasar revista a sus mal adiestradas y peor equipadas tropas antes de entrar en combate: «No sé qué impresión causarán estos hombres al enemigo, pero juro por Dios que a mí me aterrorizan».
Drake no esperaba ver al resto de sus «tropas». Todas las instrucciones se enviarían, y todos los informes se recibirían a través de los seis elegidos. Eso podría suponer un problema. Las antiguas guerras habían estado infestadas de oficiales que restringían el acceso a sus generales y solo les contaban lo que querían oír: «el fuerte es inexpugnable…»; «la moral de los hombres es inmejorable…»; «el bombardeo estratégico debilitará al enemigo hasta el punto de anular cualquier posible resistencia…»; «el adversario ha sufrido muchas más bajas que nosotros…»; «un pequeño refuerzo de nuestras filas y la victoria será nuestra».
Y así se habían sucedido las carnicerías.
En fin, con suerte, a los compuestos se les habría olvidado cómo mentir. No deberían tener ningún interés en contar a Drake sólo lo que pensaran que le podría agradar.
Pero lo cierto era que nada de todo aquello podría agradarle jamás. No dejaba de repetirse por qué estaba haciendo esto: solo para que, algún día, Ana y él pudieran estar juntos de nuevo.
La siguiente tarea consistía en repartir el trabajo entre los ayudantes de su elección.
—Tú, Cass. —Drake se preguntó cuánto tiempo habría de pasar antes de que le resultara natural impartir órdenes. En ese momento lo detestaba—. Quiero que te encargues de presentarme el resumen científico y tecnológico. Tengo que saber con qué contamos, porque esa va a ser la base de nuestro desarrollo armamentístico. Milton, tú serás el experto en formas de vida alienígenas de cualquier rincón de la galaxia. Par Leon, quiero que averigües qué estrellas exactamente han sido afectadas por el Shiva, y cuáles corren ahora más peligro. Mel, tú estarás al mando de la ofensiva. Eso significa que organizarás los contraataques. Seguro que te encanta. Melissa, serás mi experta en Shiva…, todo lo que sepan los humanos quiero saberlo yo también. Tom, como apoyo general, tendrás que ser más flexible y estar preparado para solventar cualquier posible imprevisto.
»¿Alguna pregunta?
—Sí. —Era Melissa. Su respuesta dejó helado a Drake. Pensaba que había sido perfectamente claro y no esperaba ninguna pregunta. Frunció el ceño.
—¿Qué ocurre?
—Estoy desconcertada. Creo que mi tarea ya ha concluido.
—¿Tienes un informe sobre el Shiva? —Aun con la asombrosa velocidad de computación de los compuestos, aquello parecía imposible.
—En cierto modo. Igual que tú. Sabemos cuanto hay que saber.
No parecía desconcertada, sino segura de sí; la Melissa confiada, competente y previsora que Drake conociera en su día. Gimió para sí. Apenas acababan de empezar y ya intuía problemas.
Melissa tenía razón. Su informe ocupó muchos minutos, pero la conclusión principal que se podía extraer de él podría resumirse en segundos.
Un sistema estelar, muy alejado del borde galáctico principal, había dejado de comunicarse con todos los demás humanos treinta y tres millones de años atrás. Había sido el primero. El cambio se había apreciado, pero no llamó la atención. Los compuestos y las civilizaciones a menudo decidían seguir su propio camino, igual que la Tierra había seguido el suyo al retirarse del sistema solar en lo que ahora se consideraba los albores de la historia.