Cualquier ataque. ¿Por qué no podían defenderse del ataque del Shiva? Seguro que en todos esos millones de años desde la aparición del Shiva en la galaxia, alguna colonia de los interminables miles de millones que habían sido silenciadas habría intentado el escudo como movimiento defensivo natural. Y debía de haber fracasado. Drake volvía a preocuparse por la naturaleza de su invisible adversario.
Como epítome de la tecnología misteriosa, los humanos habían descubierto el modo de crear una suerte de singularidad espacio-temporal jamás vista en la naturaleza. No tenían ninguna palabra para ellas que Drake reconociera, pero se lo tradujeron como cesuras. Por su descripción eran cortes en una superficie de Riemann de orden cuatro, pero eso no le decía nada. Se las imaginaba con forma de rajas, bocas de buzón en el liso espacio-tiempo, capaces de admitir objetos materiales. De hecho, las habían desarrollado en un intento por soslayar los límites que imponía la velocidad de la luz a la materia sólida. Desde ese punto de vista era una tecnología «fallida». No lograban su objetivo de forma controlada. Una vez entre un millón —una vez cada 969.119 intentos, para ser exactos— conseguían enviar un objeto instantáneamente al destino deseado, aunque este fuera la región más recóndita de toda la galaxia. Cabía, asimismo, la posibilidad teórica, todavía menos probable, de que el objeto fuera proyectado hacia un destino desconocido mucho más lejos en el tiempo y el espacio; en todos los casos, la cesura enviaba el objeto en cuestión completamente fuera del universo.
—¿Te refieres a fuera de la galaxia? —Drake se preguntó si no estaría tergiversando lo que veía y oía.
—No. Fuera del universo. —La lista interactiva respondió con la misma voz de Drake.
—¿Fuera del universo adónde?
—Eso continúa siendo un misterio. Lo más probable es que sea a un universo como el nuestro, quizá uno con constantes naturales diferentes. Estas conjeturas se basan exclusivamente en análisis teóricos. Se han enviado muchas sondas a través de las cesuras, pero ninguna ha regresado nunca.
—¿Es posible que el Shiva esté lanzando nuestras colonias al fondo de una cesura?
—Es casi imposible. Nuestras observaciones nos indican que los soles y planetas de la zona silenciada siguen estando en su sitio. Simplemente se niegan a contestarnos en modo alguno. Cada vez que enviamos una sonda allí, permanece activa y devuelve las señales durante todo el trayecto. A su llegada al planeta, enmudece.
Drake enmudeció a su vez. Estaba convencido; el Shiva no estaba empleando las cesuras. Pero en cuanto a estas…
No las entendía, pero no lograba sacárselas de la cabeza. Llamó a Mel Bradley. Cuanto antes, las colonias tendrían que estar protegidas con lo que hubiera a mano. No era optimista a ese respecto, visto el resultado que habían dado los escudos. ¿Qué podía penetrar un escudo total?
Ya pensaría en eso. Entretanto —lo que podría ser mucho tiempo—, Mel y él pondrían en práctica otra opción.
18
«Señor de nuestra extensa línea de batalla»
Esperas.
Drake se consideraba todo un experto en cuestión de esperas. ¿Qué otra cosa había hecho en los últimos seis mil millones de años, más que esperar y esperar?
Esta vez, empero, era distinta. Esta vez no podía sortear las eras en su letargo; esta vez debía permanecer consciente, un día tras otro, esperando, observando y pensando.
Cass Leemu y Mel Bradley, con las instrucciones y la estrecha vigilancia de Drake, habían cogido la tecnología existente y la habían adaptado para conseguir defensas planetarias. Se habían enviado señales superlumínicas a las colonias; no solo a aquellas que según Par Leon estaban en peligro inmediato, sino también a la siguiente línea.
Esa segunda línea era donde se iban a concentrar casi todos los esfuerzos. Drake había tomado esa decisión y se la guardaba para sí, sin atreverse a someterla a debate. Su gesto iba a condenar a la extinción a miles de millones de seres pensantes. Los compuestos no podrían concebir semejante idea. Drake, en cambio, no tenía elección. Si estaba en lo cierto, esta sería una guerra de larga duración. Antes de poder trazar una estrategia a largo plazo, necesitaba ver exactamente qué ocurría cuando el Shiva iniciaba su actividad en una región; después, necesitaría tiempo para levantar una muralla defensiva, puestos de observación y líneas de comunicación. Salvo como fuentes de información, debía descartar aquellos planetas que probablemente sucumbieran en el plazo de uno o dos años más.
Los mensajes enviados a las colonias contenían instrucciones precisas sobre la fabricación e instalación de sistemas defensivos. En cuestión de pocos meses, regresaron los mensajes de ondas-S superlumínicas. Se habían erigido las defensas y se habían probado en miles de mundos. Los escudos estaban en su sitio. Los rayos de fusión, fisión, cavitación y de partículas estaban listos para su utilización inmediata. Las colonias estaban nerviosas, pero afirmaban estar preparadas para todo.
Eso, más que infundir ánimos a Drake, le preocupaba. En cada resurrección se había creído preparado para todo; en cada ocasión, los hechos lo habían abrumado.
¿Qué otra cosa podía hacer mientras esperaba? El pequeño chalé se había convertido en un cuartel general de acción galáctica. Deambulaba por el edificio, día y noche. La sala de estar era ahora la Sala de Guerra de toda la galaxia, donde las múltiples capas activas de compuestos revisaban, analizaban y resumían los informes procedentes de mil millones de soles. La apacible vista de la Bahía de Nápoles había desaparecido hacía tiempo. En su lugar había una imagen en constante cambio del «frente de batalla». Así lo veía Drake, aunque todavía no había señales de conflicto; únicamente informes procedentes de las colonias y mensajes intermitentes de las sondas que las observaban a una distancia prudencial. Había una copia de Par Leon en cada una de esas sondas, transmitida como señal de ondas-S y descargada para su almacenamiento permanente como parte del compuesto residente.
Todo estaba listo. ¿Listo para todo? Drake observaba y pensaba.
Entonces, comenzó el silencio. Uno de los planetas de la línea del frente dejó de transmitir.
Fue casi demasiado para esa copia de Par Leon. Los mensajes devueltos desde la sonda tenían un matiz histérico.
—Podemos ver el planeta, tiene el mismo aspecto de siempre. No hay indicios de daño ni cambio. ¡Pero no responden! ¡No dejamos de enviarles mensajes y no nos contestan!
Bajo las palabras de Par Leon, como una onda portadora, rugía el terror contenido de mil millones de voces más. Drake deseó formar parte del compuesto de la sonda, ver las cosas de primera mano. Pero eso infringiría una de sus normas fundamentales: debía mantenerse al margen e indiferente, el residuo primitivo de épocas anteriores, incontaminado por el manso presente. De lo contrario no sería más útil que los demás cientos de billones.
—Está bien, Leon. No pierdas la calma. ¿A qué distancia del planeta te encuentras?
—Dos horas luz y media.
Drake solicitó la conversión a una medida que le resultara más conocida: alrededor de tres mil millones de kilómetros.
—Seguramente estás a salvo. ¿Es la mejor imagen que nos puedes enviar? —La pantalla de la Sala de Guerra mostraba una imagen granulosa y fluctuante de una mancha verde y gris.
—Es la mejor que podemos conseguir a esta distancia. Estamos utilizando la máxima ampliación.
—No es suficiente. No veo ningún detalle. Tienes que acercar la sonda. Pero no corras ningún riesgo. Da media vuelta y huye si presientes cualquier problema.