Los demás se aterraban cuando un planeta era silenciado, pero cualquier consciencia planetaria probablemente formara parte de un compuesto mayor, con componentes múltiples repartidos por diversas localidades. La desaparición de un planeta de la red de comunicaciones, o incluso su total aniquilación, no suponía la muerte definitiva para ellos. Era más bien una especie de amputación, la pérdida de un dedo; desagradable y traumática, pero no letal.
En fin. Tendría que hacerlo él mismo. Tendría que acceder a hacer algo que había conseguido posponer hasta ahora, y permitir que se descargaran múltiples copias de él, que se embarcaran con rumbo a donde hicieran falta y que fueran utilizadas en forma orgánica o inorgánica. Y tenía que seguir siendo un individuo, sin integrarse en ningún compuesto. Tenía que ser consciente y tener miedo a morir, concentrarse en su supervivencia, estar dispuesto a utilizar cualquier arma que le permitiera seguir viviendo. La múltiple duplicación podía parecer una garantía de inmortalidad; para él era la promesa de morir múltiples veces.
Seguramente pereciera, una y otra vez, en muchos lugares a lo largo y ancho de la galaxia. ¿Acaso había otra alternativa? Si la había, no lograba imaginar cuál podría ser.
De modo que tendría que hacerlo él. No quería hacerlo, pero lo haría.
Lo haría por Ana, y por su futuro juntos.
19
La caza del snark
Drake nunca se había sentido mejor; ágil, fuerte y confiado. Cerró las aletas de la nariz contra el viento cargado de polvo y asintió en dirección a Milton.
—Cuando quieras.
El Servidor estaba a su lado. Lucía la forma familiar de la esfera rodante, rematada con una escobilla de alambres especializados. Estos temblaron y se retorcieron cuando Milton preguntó:
—¿Seguro? ¿No necesitas más tiempo para adaptarte?
—Ya estoy adaptado. Perfectamente.
—Verás, para mí fue fácil asumir mi forma original. Pero en tu caso…
Drake sabía adónde quería ir a parar el Servidor. Si lo pensaba, podía reconocer que el Sol era de un verde peculiar y brillante, dos tallas demasiado pequeño en el firmamento. El paisaje del planeta, Graybill, resplandecía en prismáticos plateados y azules. Al límite de su vista, la tierra se curvaba hacia arriba hasta alcanzar un horizonte borroso. Era como si estuviera de pie dentro de un cuenco gigante que tremolaba y se estremecía bajo sus pies, como una piel tosca y tirante sobre gelatina viscosa.
Ningún problema. Graybill orbitaba lejos de una estrella de clase-K cuya fotosfera tenía un índice particularmente elevado de metales. El efecto convexo era el resultado de una presión atmosférica enormemente elevada. De hecho, si se paraba a pensar en ello, podía explicar todo cuanto veía y sentía, del mismo modo que sabía que habitaba un cuerpo más bajo de piernas rechonchas, y que existían otras versiones de sí mismo, miles o millones de ellas, muy lejos.
Nada de todo esto importaba. Por lo que a él concernía, era el genuino e inconfundible Drake Merlin. Encajaba con este cuerpo y este mundo a la perfección.
—En tu caso —continuó Milton— yo no podría emplear un clon exacto. Tu cuerpo no habría sobrevivido aquí sin las modificaciones genéticas. Fue preciso descargar tu ADN somático, practicar ciertos cambios en él y, después, descargar tu base de datos adquirida una vez se hubo completado el crecimiento corporal. De modo que, aunque sospecho que habrías preferido tu cuerpo original, tal y como era en la Tierra…
—Puedes dejar de disculparte. —Drake se sentía eufórico… peligrosamente eufórico. ¿Era posible que Milton hubiera calculado mal el equilibrio gaseoso que necesitaba su cuerpo? Se rascó el escamoso costillar—. Pongámonos manos a la obra. ¿Dónde está el alienígena?
—Los alienígenas. Hay muchos. Lejos de aquí. Aterrizamos en la región ecuatorial, y ellos residen en un continente aislado cerca del polo sur. Quería asegurarme de que estabas plenamente operativo y ajustado antes de exponerte a ningún peligro.
—¿Tan malo es?
—O tan bueno. Es cuestión de semántica. Digámoslo así: He examinado más de catorce mil formas de vida alienígena que cumplen algunos o todos los requisitos indispensables para calificarse de sintientes. Sin embargo, jamás había visto una tan feroz y agresiva.
—¿E inteligente?
—No en términos tecnológicos. Los snarks no utilizan herramientas. No dominan el fuego. Modifican su entorno de forma rudimentaria. Al parecer carecen de idioma.
—¿Pero aun así dices que son peligrosos?
—Sé que lo son. —Milton encabezó la marcha desde la nave principal a un vehículo más pequeño sin alas que aguardaba en la reluciente y temblorosa superficie—. Esta es tu tercera encarnación en este planeta.
—¿Qué pasó con las otras dos?
Era una pregunta estúpida a la que no esperaba que Milton respondiera. Era una norma que el propio Drake había dictado: cada uno de sus encuentros con un alienígena sería juzgado por sus propios méritos. Milton estaría al corriente de las experiencias fallidas anteriores, pero Drake no. Así había sido con los catorce mil casos. Drake —o una de sus encarnaciones— debía de haberlos conocido todos pero, generalidades aparte, lo único que sabía era que ninguno resultaba útil frente al Shiva.
El Servidor se limitó a decir:
—Esta vez tomaremos precauciones especiales. Entre ellas se cuenta el aterrizar lejos del continente polar y todos los snarks, hasta estar seguros de que te sientes completamente cómodo con tu encarnación.
Ninguna información añadida; aunque saber que los dos intentos anteriores habían fracasado ya era una información de por sí. En el vuelo suborbital de veinte minutos hacia el polo de Graybill, Drake permaneció sentado, pensando. ¿Qué había hecho las veces anteriores para conseguir que lo mataran? ¿Volverían a matarlo? De ser así, no le resultaría menos doloroso tan solo porque ya hubiera ocurrido antes.
La nave aterrizó en una costa infestada de plantas activas de sangre caliente. Drake podía apreciar un descenso de temperatura, pero su cuerpo seguía sintiéndose bastante cómodo. Sintió únicamente una tensión en sus capas externas cuando el aislamiento térmico mejorado entró en acción. Se acercó al agua, sabedor de que en realidad no se trataba de agua. Toda el agua estaba en forma sólida y yacía en el fondo. Esto era una mezcla de alcoholes e hidrocarburos, heptano y éter y propanol, todos ellos más ligeros que el hielo líquido.
Se agachó y acercó un puñado a su boca ribeteada de tentáculos. Sabía bien.
—Por aquí. —Milton señaló mientras Drake se enderezaba—. Unos siete kilómetros tierra adentro encontrarás el primer nido de snarks. ¿Quieres que te acompañe?
Milton parecía ansioso. Drake meneó su hocicuda y escamosa cabeza. El Servidor era listo, pero había cosas que no aprendería nunca. Era imposible que Milton se mordiera la lengua si Drake estaba en peligro. No solo eso; daba igual cuánto se esforzara Drake por disuadirlo, el Servidor no podía evitar dar pistas con la intención de garantizar la seguridad de Drake. No era culpa de Milton. El Servidor estaba diseñado para proteger y salvaguardar a Drake Merlin. Su papel actual de mero espectador era más de lo que podía soportar.
Drake subrayó su gesto con palabras.
—Quédate aquí hasta que regrese. No te alejes del deslizador.
La escobilla de alambres se contorsionó y giró nerviosa.
—Eso mismo dijiste la última vez que estuvimos aquí.
Más información que, supuestamente, Drake no debía tener.
—Lo diré de nuevo. Si no vuelvo al anochecer, puedes ir a buscarme.