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—Eso será dentro de mucho. Estamos en las regiones polares y es verano.

—En ese caso, un cuarto de período revolucionario planetario. Si no vuelvo en ese tiempo, ve y recoge los pedazos. Pero no antes. No te quiero cerca cuando esté en los nidos. Recuerda, también sirven los que se quedan de pie y esperan. —Drake emprendió la marcha tierra adentro. Milton era infatigable, cauto y concienzudo, pero a veces el Servidor podía llegar a ser un auténtico fastidio.

Siete kilómetros: parecía un margen de seguridad razonable; a excepción del hecho de que no sabía cómo eran los sentidos de los snarks. La vista a la luz de longitud de onda corta era el sentido más comúnmente utilizado en la galaxia, prueba del hecho de que la estrella de secuencia principal media emite picos de energía en una longitud de onda de entre medio y un micrón. Sin embargo, se empleaba otra decena de sentidos dondequiera que hubiese una atmósfera: oído, detección térmica por infrarrojos, control directo de los campos magnético y eléctrico, sónar, olfato… los snarks podían valerse de cualquiera de ellos. En la antigua Tierra, un oso polar podía olfatear una ballena muerta a treinta kilómetros de distancia. Una polilla en celo podía identificar a su pareja a distancia a partir de una sola molécula de feromona. Quizá los snarks esperaran ya la visita de Drake.

El terreno estaba volviéndose cada vez más abrupto y pedregoso, con grandes rocas separadas por extensiones de guijarros planos cubiertos de parsimoniosos helechos azules. Drake aminoró el paso en la marca de los dos kilómetros y atisbó de nuevo por primera vez lo que debían de ser los nidos. Estaban bien separados, cada uno de ellos alargado, estrecho y hueco, como la sección de una tubería de barro ancha tendida de costado. No vio señales de vida, pero se detuvo, se agazapó sobre sus fuertes cuartos traseros y esperó. En cuanto se quedó inmóvil, la vegetación de sangre caliente reptó lentamente hasta sus pies y alrededor de ellos. Unos tentáculos como suaves dedos azules se alzaron, le tocaron las piernas y al parecer decidieron que no tenía ningún potencial como fuente de nutrientes. Los cálidos dedos se apartaron. Las plantas se alejaron arrastrándose.

Por fin, Drake pudo ver algo que se movía cerca de las tuberías de barro. ¿Habría tenido la misma paciencia sin las advertencias de Milton? Seguramente no. Habría seguido adelante, porque las cosas que podía ver frente a él no se movían mucho más deprisa que las plantas.

Había decenas de ellos. Los snarks eran gruesos cilindros blancos segmentados, sostenidos por decenas de finos seudópodos del mismo color. Los cuerpos medían aproximadamente metro y medio de largo y unos cuarenta centímetros de ancho. El extremo de la cabeza, a juzgar por la dirección en que se movían, carecía de rasgos distintivos. Una cola curvada de un blanco cremoso más oscuro se arqueaba sobre el lomo para dirigir hacia delante su punta afilada. El aguijón oscilaba lentamente de un lado para otro. ¿Sería eso, en vez de la «cabeza», lo que albergaba los órganos sensoriales? Puede que fuera esa la cabeza y que los snarks caminaran hacia atrás.

Los snarks no parecían reparar los unos en los otros ni en su entorno pero, ante los ojos de Drake, cuatro de ellos se irguieron lentamente desde sus posturas horizontales. Cada cabeza ciega se curvó hasta tocar la cola y formar un bucle completo. El aguijón cesó en su parsimonioso bamboleo. Mantuvieron esta postura como estatuas varios minutos, antes de desenroscarse para tenderse de nuevo en el terreno empapado. Después de aquello no se movieron en absoluto. Era como si el breve esfuerzo por desafiar la gravedad los hubiera dejado agotados.

Drake se acercó un poco más. Podía ver que cada uno de los alargados cilindros marrones de los nidos se curvaba hacia abajo en un extremo para convertirse en un túnel que se adentraba en la superficie esponjosa. Cerca de cada tubo se alzaban grandes pilas de plantas arrancadas. Las que coronaban cada montón se agitaban débilmente todavía, intentando encontrar la manera de llegar al suelo.

¿Material para los nidos o alimento? Si los snarks fueran herbívoros, resultaría complicado explicar cuál era la posible fuente de peligro para Drake. Uno de los snarks acababa de arrancar una planta de la pedregosa superficie con dos de sus seudópodos delanteros. Estaba de cara a Drake, que por fin pudo ver una estrecha rendija horizontal semejante a una herida oscura a lo largo del borde inferior de la cabeza.

Drake se acercó todavía más. Sentía curiosidad por ver qué hacía exactamente el snark con el escurridizo helecho. Al parecer, los seudópodos estaban pelando una de sus capas externas, pero no lo acercaban a la rendija de la cara. Estaban pasándolo hacia atrás, a los otros pares de patas rechonchas. Se preguntó de nuevo si no habría confundido la parte anterior con la posterior de aquellas criaturas. La cola curvada oscilaba lentamente adelante y atrás, como una antena de radar ociosa.

Estaba concentrado en ese snark y se había olvidado de las plantas que tenía a sus pies. Volvió a fijarse en ellas cuando unos dedos cálidos reptaron por sus piernas.

Se debía a su inmovilidad. Miró hacia abajo y movió los pies, intentando disuadir a los tentáculos.

—¡Dios! —siseó. Las plantas tenían sangre caliente, lo que regulaba su temperatura. Podían moverse. ¿Alcanzarían la sentiencia algún día? ¿Llegarían al espacio? Sacudió el pie—. Venga, no vais a conseguir nada de mí. ¡Largo!

Cuando por fin se rindieron y se apartaron, Drake volvió a fijarse en los nidos. Todo estaba igual que antes. El snark seguía jugueteando amodorrado con su helecho.

Reparó entonces en el hecho de que no había más snarks a la vista. Mientras espiaba a uno, los demás se habían esfumado sin hacer ruido.

Debían de haberse metido en sus nidos, en las tuberías primero y puede que luego bajo tierra. Podría acercarse, o dar un rodeo para echar un vistazo al interior de uno de los tubos.

¿Como hicieran ya sus dos versiones anteriores? ¿Para no regresar nunca al lugar donde lo esperaba Milton?

Drake decidió que ya había visto bastante por un día. Siempre podía volver mañana. Se dio la vuelta y desanduvo el camino por el abrupto paisaje. El brillante sol verde estaba igual de alto que antes en el cielo, pero sintió en la espalda un soplo de aire más frío. Eso le animó a darse prisa. Para cuando llevaba recorrido medio camino hasta la orilla, trotaba todo lo aprisa que se lo permitían sus piernas regordetas.

Se diría que era una reacción exagerada… hasta que llegó a un lugar donde había una franja de superficie pedregosa libre de grandes rocas y pudo girar la cabeza sin peligro.

El terreno rocoso estaba despejado a su espalda. Pero a ambos lados, convergiendo en su camino, vio una decena de figuras pálidas. Se desplegaban en abanico, con él en el centro. Los snarks más próximos estaban al borde del abanico. Debían de haber estado formando un amplio círculo mientras él observaba sus nidos. Había tenido suerte de marcharse cuando la operación envolvente estaba todavía en pleno proceso.

Tuvo tiempo de echar un rápido vistazo antes de volver a concentrarse en el terreno cubierto de rocas por el que corría. Ese único vistazo bastó para obligarle a buscar más velocidad. Los snarks, lentos como caracoles la primera vez que los vio, se habían transformado. Los seudópodos se movían tan deprisa que costaba distinguirlos como algo más que un borrón pálido bajo los cuerpos segmentados. Los propios snarks se habían vuelto más largos y delgados. Sus colas curvadas ya no oscilaban de un lado a otro, sino que las llevaban pegadas a la espalda.

La peor noticia era que estaban acortando distancias. Drake estaba seguro de ello, aunque no se atrevió a mirar atrás para cerciorarse. Corrió más riesgos, saltando por encima de las rocas de mediano tamaño en vez de rodearlas. Maldijo su cuerpo rechoncho y pesado. Estaba cerca del suelo. Eso le dificultaba ver qué había al otro lado. Si aterrizaba sobre una piedra y se caía, si se rompía una pierna…