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La criatura que aparecía en la pantalla no se parecía a nada de esto. La síntesis sincarpal —abreviada como la carpa, o normalmente Carpa a secas, por Drake y Milton— podría haberse paseado por una reunión de seres humanos y pasar desapercibida. Drake, al fijarse, podía observar algunas diferencias insignificantes. Las sienes abultaban demasiado, ocultas solo parcialmente por el largo cabello castaño. Las caderas tenían algo de extraño, como si la glena de la cabeza del hueso del muslo estuviera fuera de la pelvis. La piel desnuda era basta y áspera, protegida por una densa capa de cerdas grises —aunque Drake había visto personas más velludas—. Con la ropa adecuada se disimularía esto, igual que se cubrirían los extraños genitales. Estos estaban ocultos, retraídos en la cavidad pélvica, imposibilitando así la determinación del género a simple vista. Drake pensaba en la carpa como «él», pero eso probablemente reflejaba la identificación que sentía con el ser desnudo en la superficie.

—Y tú, claro está, buscas diferencias —dijo Milton. Drake estaba viendo a Carpa en acción por vez primera, y el Servidor parecía estar a la defensiva. Casi todo esto era obra de Milton, y de nadie más—. En cualquier caso, la apariencia externa no es tan importante como los rasgos internos modificados. Y esos son invisibles para ti.

El Servidor no estaba presente en persona. Drake, encarnado en la forma escamosa diseñada para su empleo en Graybill, había insistido en realizar tres niveles de separación. Sabía lo que había encargado: agresividad extrema combinada con un gran intelecto; pero ni él ni nadie sabía aún lo que habían creado.

De modo que Drake y la única nave que podía llevarlos en órbita estaba en un sitio, cerca del ecuador de Graybill. Milton y un deslizador estaban en otro, en una península alargada en el continente del polo sur; y Carpa había sido liberado y animado a distancia en un tercer lugar, en la orilla cerca de los nidos donde Drake había huido de los snarks por los pelos.

Drake y Milton vigilaban a Carpa a distancia. Drake aumentó el zoom para enfocar más de cerca el rostro de Carpa mientras este se dirigía resuelto a los nidos. Sus pesados rasgos mostraban una expresión plácida y relajada. Su amplia boca canturreaba suavemente y sin melodía, y su mirada paseaba de un lado a otro, como si fuera un excursionista disfrutando de una tarde de verano.

Quizá fuera así como se sentía Carpa. El verano polar de Graybill estaba terminando en un crepúsculo prolongado, y las temperaturas empezaban a descender aprisa en la isla de los snarks. El polvo de nieve sobre las rocas y la grava estaba formado de dióxido de carbono sólido. La estructura física de Carpa, no obstante, había sido optimizada de acuerdo con las condiciones locales. Pese a estar desnudo, probablemente se sentía como en casa.

¡Cómo deseaba Drake poder leer en aquellos ojos oscuros bajo las cejas huesudas y prominentes! ¿Qué sabía Carpa? ¿Qué sentía? En más de un sentido, Carpa era Drake; todo su material genético humano había salido de él. En términos biológicos, este era su hijo.

Su único hijo, después de tantos miles de millones de años. Pero cuán lejos de sus sueños, cuando compraron la antigua casa colonial de ladrillo con sus cuatro dormitorios y su patio vallado, y eran felices haciendo planes. Un momento en el páramo de la aniquilación. Un momento de la vida que paladear. Pero un momento juntos. Ahora caminaba solo por la eternidad. Oh, Ana…

Carpa caminaba confiado hacia el interior, hacia el emplazamiento de los nidos de snarks. El snark del que Milton había extraído la parte no-humana del material genético de Carpa había sido capturado en este mismo conjunto de nidos. Cuando ese snark fue liberado y devuelto a su hábitat natural, ileso y, en apariencia, inalterado, sus congéneres lo hicieron pedazos. Tal vez, como un ave migratoria, Carpa llevara el instinto de orientación impreso en cada célula de su cuerpo; tal vez eso resultara ser fatal cuando llegara a su destino.

Pronto lo averiguarían. Carpa atravesaba con paso firme la vegetación verde azulada que disfrutaba de los últimos rayos de sol antes de enterrarse en el suelo e hibernar hasta la primavera. El nido estaba a la vista, con sus amplias tuberías. Igual que antes, decenas de snarks merodeaban alrededor de ellas, amontonando vida vegetal contra sus flancos.

Carpa se plantó en medio de ellos. No le atacaron, ni se giraron, ni huyeron. Continuaron exactamente igual que antes, sin prestarle más atención que a los demás. Se acuclilló junto a un montón de plantas muertas y dejó que transcurrieran varios minutos sin moverse.

—No hay indicio de que los demás pretendan emboscarlo —dijo Milton al cabo—. En tu caso, a estas alturas ya casi te tenían rodeado. Y si te hubieras acercado a los nidos, como hiciste en una de tus anteriores encarnaciones, te habrían atacado. Parece que, a pesar de su aspecto, aceptan a Carpa como uno de los suyos. ¿Y ahora qué?

Era una buena pregunta. Drake buscaba pruebas que demostraran que Carpa era el prototipo de arma que la humanidad tan desesperadamente necesitaba. Todo lo que había intentado contra el Shiva había fracasado; la Zona Silenciosa crecía día a día, como un cáncer, abriéndose paso en un gran arco a través de la galaxia.

Los snarks le habían parecido un buen primer intento. La acción tendría lugar en un lugar remoto, lejos de la interferencia o la ayuda de Milton. Si Carpa conseguía, cuando menos, sobrevivir, estaría haciéndolo mucho mejor que Drake. De hecho, ya estaba haciéndolo mejor.

Drake aumentó el zoom, estudiando el rostro de Carpa. Era pensativo, casi tanto como el del propio Drake. E inescrutable.

—Milton, ¿se sabe cómo deciden los snarks qué atacar, y qué dejar tranquilo?

—No según las observaciones. Sin embargo, si se parecen a los demás animales que forman colonias de nidos, su principal sentido será el olfato. Es probable que Carpa huela como tiene que oler.

Igual que Drake había olido como no debía. Seguía sin encontrar respuesta a su antigua pregunta: ¿A qué distancia podía detectar un snark a un animal extraño mediante el olfato? Pero aunque el olor de Carpa fuera el adecuado, sin duda su aspecto era el equivocado. Y Milton, que supuestamente no olía a nada remotamente orgánico, había sido atacado y devorado sin piedad. ¿Por qué no le habían propinado los snarks siquiera un mordisco de prueba a Carpa?

Por el mismo motivo por el que no se pasaban el día mordiéndose unos a otros. Puede que la prueba no hubiera salido tan mal después de todo. Puede que Carpa la hubiera superado, cambiando su olor a uno aceptable para los snarks.

¿Y qué hacía ahora? Seguía en cuclillas junto al montón de hojas, aparentemente ensimismado.

Drake se fijó en que los snarks habían iniciado una actividad común. Estaban quitando plantas de los montones y arrastrándolas para apilarlas en una montaña mayor. En lo que era el primer indicio de cooperación pacífica que él presenciaba, cuatro de ellos estaban empleando sus seudópodos para dar forma al montón. Las colas con forma de garfio manoteaban y alisaban los bordes para redondearlos y crear una estructura compacta y plana.

No quedó claro lo que estaban haciendo hasta que hubieron terminado y Carpa se acercó a la pila para tenderse encima de ella.

—¡Milton! Le han hecho una condenada cama.

—Eso parece.

—Pero ¿cómo les ha dicho lo que tenían que hacer? Me dijiste que los snarks no conocían el lenguaje.

—Me equivoqué, aparentemente. ¿Quieres que… abandone el experimento?

El Servidor, como otros compuestos, era incapaz de controlar ciertas nociones. Lo que quería decir Milton era: ¿Quieres que destruya a Carpa?