Carpa emergió del arroyo y regresó al deslizador. Entró de nuevo, y de nuevo se produjo una larga y frustrante espera. Cuando volvió a salir cargaba con un gran bulto de material blando.
—Se ha dedicado a destrozar la cabina delantera —musitó Drake—. Esos son los cojines y las fundas de la silla de control. ¿Estás seguro de que es imposible que pilote el deslizador por sí solo?
—Seguro. —Milton hacía gala de una confianza que Drake no compartía—. Tendría que cambiar las opciones del microchip de control remoto a manual, y para eso hacen falta microherramientas y conocimientos de diseño de circuitos. Cosas que él no tiene. Pero se ha encargado de que tampoco nosotros podamos hacer nada con el vehículo. Los cables que lleva encima son los que controlan la altitud y los niveles de energía. ¿Crees que simplemente pretende hacer del deslizador un lugar donde guarecerse?
—No. Podría hacer eso sin necesidad de desmontar los asientos.
Pero a Drake no se le ocurría ninguna sugerencia mejor. Vio cómo Carpa, ya casi completamente a oscuras, desandaba el camino de regreso al arroyo. La síntesis escogió el sitio minuciosamente, y en la orilla formó un tosco cilindro con los materiales de que disponía. Un largo rollo de cable lo rodeaba y volvía a sus manos. Carpa pasó otro nudo por la tierra blanda, a un metro del cilindro en ambas direcciones, y sujetó a su vez el cabo suelto de esa línea. Con el último despunte de luz fue soltando ambos cables y se metió en el agua. Corriente arriba, llegó al punto más profundo de los rápidos. Allí se agachó hasta dejar solo la cabeza fuera del agua.
—Creo que ya lo tengo —dijo Drake—. Ha visto las huellas del portasonido y debe de imaginarse qué las dejó ahí. Probó a escarbar para camuflarse, pero solo los primeros centímetros de tierra son blandos. De modo que ahora intenta ocultarse en el agua.
—¿Agua?
—Perdón. Quería decir hidrocarburos líquidos. —Pero para Drake, en su cuerpo actual, parecía agua. ¿Cómo llamar si no a un líquido claro y frío que discurría por arroyos cristalinos, que se evaporaba en los charcos de la superficie, que se podía beber cuando uno tenía sed? Carpa y él tenían muchas cosas en común, aunque Drake no pudiera seguir el proceso mental del otro. Claro que era esa diferencia en su forma de pensar lo que proporcionaba el único motivo para la existencia de Carpa.
Esa existencia estaba ahora en peligro. Milton gruñó y llamó la atención de Drake sobre otro monitor. Había oscurecido lo suficiente como para que el portasonido despertara de su letargo diurno y se pusiera en marcha. Había abandonado su guarida y avanzaba colina abajo. La imagen no iba acompañaba de sonido, pero el ágil movimiento fluido que cruzaba la irregular superficie daba una impresión de avance sigiloso y espectral.
Dicha impresión se vio confirmada cuando el portasonido encontró su primera presa de la noche. El animal era la versión más corta y rechoncha de un snark polar. Escarbaba ufano en la tierra, con la cola enarbolada en alto. El portasonido lo capturó antes de que se diera cuenta de que corría peligro. Las curtidas patas del portasonido acercaron su víctima a los anillos constrictores delanteros y dio comienzo la compresión. Manó sangre a raudales de la cabeza ciega para derramarse en las expectantes fauces del portasonido, pero el obeso snark no murió instantáneamente. Siguió debatiéndose, hasta que fue engullida la temblorosa punta de su cola.
Drake no miró a Milton. No le costaba imaginarse la reacción del Servidor, porque la compartía. La idea original le había parecido sumamente fáciclass="underline" combinar la ferocidad del snark con el ingenio del ser humano para crear un organismo más eficaz que cualquiera de los dos a la hora de enfrentarse al Shiva. Lo que nadie había mencionado era la cuestión de probar el resultado.
En retrospectiva, era evidente: Milton y él tendrían que exponer a Carpa a situaciones cada vez más peligrosas, hasta que una de ellas resultara ser fatal. Era una forma de tortura particularmente perversa, sin más escapatoria que la muerte.
Drake tomó su decisión. Estaría dispuesto a sacrificarse él mismo para salvar a la galaxia del Shiva, pero no soportaba la idea de crear seres pensantes simplemente para ordenar que los mataran. Si Carpa sobrevivía a esta noche de algún modo, sería el fin del experimento. La síntesis de snark y humano viviría el resto de sus días pacíficamente en Graybill. Parecía un castigo cruel de por sí, obligar a un ser sintiente a existir sin la compañía de congéneres, pero Drake podía arreglar eso. Resultaría sencillo desarrollar una decena de copias de Carpa en el laboratorio espacial y liberarlas en la superficie del planeta.
Lo más probable, no obstante, era que eso no fuese necesario. Cada gesto del portasonido parecía enfatizar su invulnerabilidad. En el deslizador no había nada que pudiera penetrar esa colosal armadura. Nada podría cortar esas resistentes extremidades. A menos que Drake volara hasta el alejado emplazamiento de inmediato y rescatara a Carpa, las posibilidades de que la síntesis siguiera con vida al amanecer parecían próximas a cero.
Drake miró de una pantalla a otra. Al parecer, el grueso snark no había sido más que un aperitivo para el portasonido, que ahora buscaba su primer plato. Volvía a estar en marcha, rastreando el terreno. Encima del lomo blindado se habían desplegado unas largas antenas con las que recibía señales de sonido que interpretaba en forma de imágenes.
El portasonido se estaba acercando al arroyo. Muy pronto las imágenes de los dos monitores de control convergerían y mostrarían la misma escena. Para Drake, que sabía exactamente dónde mirar, la cabeza de Carpa era fácil de distinguir. Era una mancha gris claro contra el turbulento caudal más oscuro. La pregunta era, ¿reconocería ese rasgo del riachuelo el portasonido como algo nuevo y diferente, cuando había rocas naturales tanto corriente arriba como abajo que rompían la superficie para interrumpir el caudal?
Pronto lo averiguarían. Treinta metros más y el portasonido llegó a la lejana orilla. Estaba en el punto más estrecho del arroyo, donde vaciló. El deslizador estaba al otro lado, en medio del calvero. Eso sería nuevo para el portasonido; pero también nuevo, y mucho más próximo, era un grueso cilindro que yacía en la otra orilla. Mientras el portasonido se decidía, el cilindro tembló y avanzó medio metro.
El portasonido cruzó el riachuelo y saltó en un solo movimiento. Cuando hizo presa en el rollo de fundas de asiento, Carpa se enderezó en medio de la corriente. Tiró con fuerza del segundo alambre, echando el lazo a las patas y el caparazón del portasonido.
El depredador sintió la presión de inmediato y agachó la cabeza para asir el cable. Sus fauces se cerraron sobre el lazo.
El alambre contaba con una capa aislante exterior, pero su núcleo había sido diseñado para resistir tensiones y deformaciones. No se iba a romper, ni se podría cortar. Mientras el portasonido concentraba toda su atención en el cable restrictivo, Carpa tiró hacia atrás y arrastró a la esforzada criatura por la orilla hasta los rápidos. Impedido por su denso caparazón, el portasonido se hundió hasta el fondo, donde se quedó con la corriente arremolinándose alrededor de su amplio lomo.
Drake esperaba que ahora Carpa intentara arrastrar al portasonido corriente arriba y fracasara. La presión del caudal en la dirección opuesta era demasiado fuerte. Pero, en vez de eso, la síntesis de snark y humano comenzó a avanzar y permitió que el cable se destensara. Con el lazo todavía alrededor de las patas e impidiendo sus movimientos, el portasonido se debatió, chapoteó y fue arrastrado corriente abajo.
Carpa lo siguió. Sin soltar el cable, se puso peligrosamente cerca del depredador. Solo que este ya no era tan peligroso. Sus antenas, empapadas, yacían fláccidas sobre su espalda. Cuando Carpa empujó el borde del caparazón, añadiendo su peso por un momento a la fuerza de la corriente, para luego apartarse rápidamente, Drake comprendió que el portasonido estaba ciego. Su equipo emisor de sonidos estaba sumergido, y su empapado equipo receptor no tenía señales que recibir.