Выбрать главу

Pero, ¿quién era él para tomar esa decisión? Habían pagado sus fianzas, y tenían derecho a quedarse allí sentados en sus matrices hasta que se agotaran los fondos. Él había firmado un contrato inicial de cuarenta años para Ana, pero consideraba que eso solo era el principio.

Había traído consigo una copia del historial médico de Ana. Le añadió una descripción detallada de todo cuanto había visto en el último par de horas, copió el documento entero y se aseguró de que se incluyera un juego completo en los archivos relativos a su esposa. Cuando, finalmente, se llevaron el cuerpo de Ana al depósito volvió a casa, se desplomó en la cama, y durmió las dieciséis horas siguientes como si también él fuera un criocadáver.

Era el momento de dar el siguiente paso. Y no iba a ser fácil.

Cuando Drake se sintió plenamente despierto de nuevo, comió y se bañó, llamó a Tom Lambert y le preguntó si se podían ver; en la casa de Tom, no en su consulta. Aceptó la bebida fuerte que preparó Tom, después de que este le hubiera echado un vistazo, con «fines medicinales», y le contó sus planes.

Cuando acabó, Tom se acercó a Drake, le tanteó los músculos de los hombros y la nuca, le tiró del párpado inferior y escudriñó la piel expuesta, y por último se sentó a su lado.

—Llevas unos cuantos meses sometido a una tensión espantosa —dijo en voz baja.

—Cierto. Así es. —Drake mantuvo la voz igual de tranquila.

—Y sería sin duda extraordinario que tu conducta o tus sentimientos fueran completamente normales. De hecho, si ahora tienes un aspecto normal, es tan solo porque has contenido tus emociones por completo. Está claro que no comprendes las implicaciones de lo que me estás proponiendo.

Drake negó con la cabeza.

—Esto no es algo nuevo. Solo lo es para ti. Yo llevo dándole vueltas desde el día en que renuncié a todas las otras opciones.

—Entonces ese fue el día en que pusiste el candado a tus sentimientos. —Tom Lambert se inclinó hacia delante—. Mira, Drake, Ana era una mujer estupenda, única. No estoy diciendo que sepa por lo que has pasado, porque obviamente no es así. Me hago una idea de la pérdida que sientes. Pero tienes que preguntarte qué querría Ana que hicieras ahora. No puedes dejar que el pasado te obsesione. Ella te diría que todavía tienes tu vida. Aunque sea sin ella, tienes que vivirla. Ella querría que la vivieras, porque te quería. —Hizo una pausa—. Permite que te dé un consejo…

Mientras Tom seguía hablando, a Drake le costaba cada vez más trabajo escuchar. La habitación parecía oscura y mal aireada, y encontraba dificultades para respirar. Las palabras de Tom Lambert le llegaban desde muy lejos. No parecían decir nada. Se obligó a concentrarse, a escuchar con más atención.

—…de tu trabajo. Todavía eres joven. Tienes de cuarenta a cincuenta años buenos por delante. Y ya te has labrado una reputación. Eres uno de los compositores más prometedores del país, y tus mejores obras están aún por venir. Ana podría haber representado tu trabajo mejor que nadie, pero habrá más. Aprenderán. Con el talento que tienes, nos debes a los demás el no truncar tu carrera antes de alcanzar la cima.

—No tengo intención de hacerlo. Seguiré componiendo. Después.

—¿Te refieres a después de eso? —Tom tenía el ceño fruncido y meneaba la cabeza—. ¿Y si no hubiera un después? Drake, acepta mi consejo de médico y amigo. Te hace falta salir de casa desesperadamente, y te hacen falta unas vacaciones. Haz un crucero por algún sitio, da la vuelta al mundo. Exponte a nuevas influencias. Sé cómo debes de sentirte en estos momentos, pero deberías darte un año y esperar a ver cómo te sientes entonces. Te lo garantizo, todo te parecerá distinto. Querrás vivir de nuevo. Te olvidarás de esta idea descabellada.

La sensación de ahogo estaba remitiendo. Drake había recuperado el control de sí mismo. Aguardó pacientemente a que Tom hubiera terminado, antes de mostrar su conformidad asintiendo con la cabeza.

—Te haré caso. Me iré fuera una temporada. Pero si resulta que te equivocas… si vuelvo a verte dentro de, digamos, ocho o diez años, y te lo pido de nuevo, ¿lo harás? ¿Me ayudarás? Quiero que me respondas con sinceridad, y quiero que me des tu palabra.

La tensión abandonó visiblemente a Tom Lambert. Resopló aliviado.

—¿Diez años a partir de ahora? Drake, si vuelves a verme dentro de ocho o diez años y me lo pides de nuevo, admitiré que estaba equivocado. Y prometo ayudarte en tu plan.

—¿Me lo prometes de verdad? No quiero que un buen día me digas que has cambiado de parecer, o que no hablabas en serio.

—Te lo prometo de verdad. Claro, esto te lo concedo. —Tom se rió—. Pero no me preocupa tener que cumplir mi palabra. Te apuesto todo lo que tengo a que dentro de un par de años no volverás a mencionar esta promesa. Por mucho que hoy te cueste creerlo, estarás viviendo una nueva vida, y la estarás disfrutando. —Se acercó al aparador y se sirvió una copa—. Me gustaría proponer un brindis, Drake. Tres brindis, de hecho. Por nosotros. Por tu futuro. Y por tu próxima, y más sublime, composición.

Drake levantó su vaso.

—Por nosotros, y por el futuro. Brindo por eso. Pero no puedo brindar por mi próxima obra, porque no sé cuándo voy a crearla. Tengo muchas otras cosas que hacer…, para empezar, me has dicho que salga de la ciudad. Pienso hacer eso mismo, de inmediato. Pero no te preocupes, Tom. Me pondré en contacto contigo cuando llegue la hora.

4

En el abismo

Había dos problemas. El primero era fácil de detectar pero difícil de resolver: el dinero.

Al principio, Drake y Ana habían sido muy pobres. De resultas hablaban de dinero con frecuencia. Ella echaba un vistazo a la libreta de su cuenta conjunta, con su saldo de cero, y se lamentaba. Él se reía, más preocupado que divertido, y en cierta ocasión citó una frase de Somerset Maugham que acababa de leer: «El dinero es el sexto sentido que nos permite disfrutar de los otros cinco». Añadió: «Supongo que eso nos deja con seis sentidos de menos».

Por desgracia, ni los lamentos ni las citas producían beneficios. El dinero, o la falta de, parecía importante, más importante que cualquier otra cosa con la excepción de la música y la pareja.

El éxito profesional trajo consigo un cambio de actitud. Ana tenía sus clases y sus conciertos, Drake tenía alumnos y encargos ocasionales. Sus necesidades eran modestas. Compraron una casa, un edificio grande y anticuado de ladrillo y estilo colonial, con cuatro dormitorios y dos mil metros cuadrados de patio vallado, con la esperanza de que algún día les haría falta todo ese sitio para una familia numerosa. Ninguno de los dos quería viajar ni ser millonario. Las citas de Wordsworth eran más frecuentes que las de Maugham: «Acumulando y dilapidando, así malgastamos nuestra energía».

Ahora todo eso era cosa del pasado. A Drake le hacía falta dinero, mucho dinero. Tenía que asegurarse de que Ana pudiera estar a salvo en su matriz helada en un futuro indeterminado, hasta que pudiera ser descongelada con seguridad y pudiera curarse su enfermedad. Entonces su vida podría empezar de nuevo. Había unas cuantas cosas sobre las que no tenía control alguno, como la posibilidad de que el mundo sucumbiera totalmente a la barbarie, o el rechazo de todas las formas de moneda y comodidad del presente. Esos eran riesgos que Ana y él tendrían que asumir.

El otro problema era más sutil. Según Tom, podría pasar mucho tiempo hasta que se descubriera una cura para la rara y sumamente maligna enfermedad de Ana. Como él mismo había señalado, una cosa que mata tan solo a un puñado de personas al año no llama tanto la atención como los cánceres y las afecciones cardíacas comunes, que acaban con cientos de millones de vidas.