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Por último, levantó la cabeza y se preguntó qué estaría retrasando al remolcador. El vehículo no había sido diseñado pensando en la velocidad, pero el viaje de vuelta de trescientos kilómetros no debería durar más de una hora. Debía de frenarlo la presencia del deslizador bajo él, y la resistencia de la densa atmósfera de Graybill. No podía haberse producido ningún problema de consideración o de lo contrario se habría activado la baliza de emergencia del remolque.

Drake volvió a concentrarse en los monitores de los biotanques. Se vio interrumpido casi inmediatamente. El vehículo de remolque pesado había llegado por fin. Bajó la aeronave dañada y la soltó en la pista de la estación, antes de posarse a su vez. Drake, asomado a la ventana, vio cómo se abría la puerta del remolcador. Milton salió rodando y se dirigió al deslizador. La cabeza de escoba se giró hacia la estación. Drake saludó con la mano y fue respondido por un asentimiento de alambres revueltos.

Drake confirmó que la nave orbital había tomado nota de la llegada del remolcador y estaba lista para cargarlos a Milton y a él. Efectuó una última comprobación de los biotanques. Todo estaba desarrollándose según lo estimado. Dentro de otras dos horas, las operaciones de crecimiento biológico en el interior de los tanques habrían terminado. Antes de que se abrieran los tanques, Drake y Milton habrían abandonado el planeta. Cada una de las copias de Carpa despertaría en un biotanque que ya estaría disolviéndose a su alrededor. Cada copia contenía información genética que la guiaría hasta el emplazamiento de Carpa, así como datos generales sobre Graybill. Una vez Drake y Milton hubieran sido transferidos al cuartel general, la nave nodriza se quedaría sobre la superficie para vigilar la actividad en el planeta por tiempo indefinido.

Drake oyó un sonido en la puerta abierta de la estación. Si Milton había terminado ya, no había motivos para demorar su partida. Sabía que su deseo, quedarse el tiempo suficiente para cerciorarse de que las copias salieran sanas y salvas de los tanques, era innecesario e incluso peligroso. En cuanto pudieran marcharse tendrían que hacerlo.

Se levantó. Al mismo tiempo, entró Carpa. Drake no percibió ningún movimiento veloz, pero de repente se encontró de nuevo en su silla, con Carpa encima de él. Un antebrazo erizado cruzado sobre su garganta lo mantenía en el sitio, permitiéndole respirar apenas.

Unos ojos oscuros se clavaron en los suyos. Eran todo pupila, redondos y negros e infinitamente profundos. Drake vio en ellos su locura y estupidez, capa sobre capa de ellas. Había sido un loco al pensar que podía jugar a ser Dios, diseñando un guerrero superior que le ayudaría a enfrentarse al Shiva. Si fracasaba, fracasaba, y el intento se quedaría simplemente en eso. Pero el éxito era mucho peor. ¿Por qué iba a esperar un ser así a pelear con el Shiva, cuando los humanos estaban al alcance de la mano? ¿Qué locura había impulsado a Drake a creer que semejante criatura, una vez creada, pudiera ser controlada y confinada?

Un centenar de relatos, tan antiguos como la historia, contaban lo que ocurría cuando un hombre conjuraba fuerzas que no podía controlar.

Y, la locura definitiva. ¿Por qué había permitido que Milton fuera solo a recuperar el deslizador? Si alguien tenía que ir solo, debería haber sido el propio Drake. No sabía qué había hecho Carpa para persuadir o engañar a Milton, ni siquiera si Milton seguía existiendo. Daba igual.

—Lo siento. —La presión sobre su garganta era enorme y apenas si pudo musitar las palabras. Las manos de Carpa cambiaron de posición sobre su cuello y empezaron a retorcerlo. Drake sabía que iba a morir, y no sería por estrangulamiento.

»Lo siento —volvió a susurrar, mientras la fuerza de torsión aumentaba. Siento haberte hecho esto, haberte dado esta vida, con este propósito.

Los ojos de Carpa adoptaron una expresión diferente. ¿Sorpresa, porque un ser que estaba a punto de morir no se resistiera? ¿Sorpresa ante las palabras de Drake, que sin duda Carpa no entendía? ¿O simplemente asombro al asomarse Carpa, como Drake, a los ojos del otro y reconocer en ellos una parte de sí?

Pero había otra presencia dentro de Carpa; un agente frío y despiadado que no admitía la razón ni la clemencia. Como todos los snarks, Carpa mataba porque no tenía elección. Mataba porque tenía que matar.

Lo siento. No había palabras que pudieran escapar de la garganta de Drake. Tenía el cuello torcido hasta un punto en el que las cervicales podían romperse y astillarse de un momento a otro. Siento lo que te he hecho. Y lo que debo hacerte ahora.

Drake había sido un loco, pero su locura no era terminal y absoluta. La aeronave orbital estaba controlando todo lo que le ocurría. Había determinadas medidas de seguridad programadas.

Sintió cómo se le rompía el cuello. Su último momento de vista empañada le mostró el rostro de Carpa, desconcertado y alerta. Carpa sabía que estaba ocurriendo algo nuevo, algo que escapaba a su control. La última sensación de Drake fue el comienzo de la disolución. Las manos que aferraban su cuello, así como el propio Drake, empezaron a debilitarse y desmenuzarse.

La muerte de Drake fue la señal. En su interior, en el interior del cuerpo de Carpa, dentro de la estación, dentro de todos los biotanques, de los deslizadores, de cada presencia o artefacto humano que había en Graybill, comenzaron los cambios. Los enlaces moleculares se quedaron sin asidero.

En los últimos instantes, Carpa soltó el cadáver de Drake y lo dejó caer al suelo. Se quedó erguido e inmóvil, sintiendo en su interior el caos de la muerte. Su último aullido, el primer sonido que emitía en su vida, fue un estertor de rabia. Mientras caía, maldijo la injusticia de un universo capaz de crear una máquina de combate perfecta, tan solo para destruirla antes de permitirle alcanzar su destino.

21

«Hemos caminado ahí fuera, cordialmente, a nuestra muerte»

Drake flotaba en el espacio abierto, a seis horas luz de la estrella más próxima. Mel Bradley estaba sentado a su lado. Aunque Drake habría estado más que dispuesto a recibir el informe y la proyección en la Sala de Guerra, Mel insistía en que viera esto de primera mano.

Drake sabía exactamente dónde estaba: en el confín más lejano de la galaxia, a salvo de la creciente Zona Silenciosa controlada —o destruida— por el Shiva. La estrella más cercana de la Zona se encontraba a unos seis años luz de distancia.

Estaba menos seguro de qué era. Había sido transmitido aquí a velocidad superlumínica, pero no a una forma de encarnación reconocible. Podía maniobrar en el espacio y mirar en cualquier dirección, pero era ajeno a la naturaleza de su cuerpo.

—Tendrás que preguntárselo a Cass Leemu —dijo Mel. Parecía despreocupado, con la atención puesta en otro sitio—. Es algo que soñó ella.

—¿Estamos hechos de plasma? —Drake volvió su atención hacia dentro y no vio nada.

—No del tipo habitual. Somos un conjunto de Condensados de Bose-Einstein. Cass dice que los CBE tienen dos grandes ventajas. Cuando estemos listos se nos transmitirá de vuelta sin modificar.

—¿Cuál es la segunda ventaja?

Mel no tenía manera de sonreír, pero irradió una lobuna sensación de regocijo.

—Si algo sale mal, Cass me ha asegurado que la disolución de una forma CBE es indolora. Evidentemente, no lo ha intentado nunca. Hace que piense uno en los predicadores del pasado, hablando de las delicias del Cielo o los tormentos del Infierno que nos esperan al morir. Siempre quise preguntarles si habían muerto ellos. ¿Cómo sabe uno lo que ocurre si no lo ha probado?