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—De acuerdo —Mel parecía decepcionado—. ¿Cómo debería utilizar las cesuras, deprisa o despacio?

—Lo bastante deprisa como para evitar el problema del colapso estelar.

—Como tú digas. ¿Y la Zona Silenciosa?

—Se quedará en silencio, e intacta. —Drake echó un último vistazo al borde exterior de la galaxia, sabedor de que había colonias que desaparecían de la comunidad humana mientras miraba. Sentía la desaprobación de Mel Bradley, acrecentada por los pensamientos de cientos de billones de otros compuestos repartidos por el espacio.

»Me propongo hacer otra cosa con la Zona Silenciosa —continuó Drake—. Puedes comenzar la transmisión de regreso cuando quieras. En cuanto regrese al cuartel general pienso probar una nueva estrategia.

Era una de esas raras ocasiones en que la idea de su propia disolución era preferible a pensar en lo que tenía que hacer a continuación. Morir una vez no estaba tan mal. Todo el mundo lo hacía tarde o temprano, y formaba parte de tu futuro personal aunque no supieras cuándo ni cómo.

Morir mil millones de veces resultaba menos apetecible.

El emplazamiento de cada mundo perdido era bien conocido. Drake había escogido uno de los más recientemente silenciados, desvanecido de la comunidad humana después de su propia implicación.

Tom Lambert y él viajaban a bordo de una sonda, descargados en una forma inorgánica que compartía los ojos, oídos y unidad de comunicaciones de la nave.

Tom había asumido el control del vehículo.

—Según los informes de sitios parecidos —dijo— nos acercamos a la zona de peligro. Es ese planeta de ahí delante.

Contemplaron en silencio la imagen de un mundo en calma. Era el doble idéntico de otro planeta a unos trescientos años luz de distancia: el mismo tipo-K; masa, tamaño, parámetros orbitales e inclinación axial diferentes por un escaso porcentaje; atmósfera modificada muy ligeramente, o nada, para imitar su análoga en la Tierra. Los dos mundos habían sido colonizados por una asociación humana de formas orgánicas e inorgánicas con dos millones de años de diferencia entre sí. Aquí eran planetas hermanos, gemelos celestiales con una sola diferencia: este mundo, Argentil, después de miles de millones de años de presencia activa en la comunidad humana, había interrumpido el contacto y se negaba a responder a ninguna señal.

Tom rompió finalmente el silencio.

—¿Quieres que mantengamos la distancia?

—¿Está siendo enviado al cuartel general todo lo que vemos?

—Todo.

—Mantengamos la posición durante todo un día de Argentil y asegurémonos de que hemos visto todo lo que hay ahí abajo. Luego nos acercaremos.

Drake sospechaba que ya habían visto cuanto había que ver. Los Shiva no habían destruido el planeta ni lo habían vuelto inhabitable para los humanos. Se habían producido cambios en Argentil, particularmente un aumento en el dióxido de carbono y el vapor de agua de la atmósfera, pero eso podía deberse a cambios climáticos naturales a largo plazo. Lo mismo podía ser obra de los humanos. Fuera como fuera, el planeta seguía siendo cómodamente habitable.

Sobrevolaban a gran altura la cara iluminada por el sol. Mientras el mundo giraba lentamente bajo la nave, Drake se imaginó de repente con Ana, devuelta a su forma humana, paseando sin traje y con el cabello al viento por los bosques de Argentil.

Ese pensamiento fue como una conmoción. Hacía mucho tiempo que Ana estaba ausente de su cabeza. Hubo un tiempo en que hubiera jurado que eso era imposible, que no podría pasar ni una hora sin pensar en ella.

—De acuerdo, Tom —Drake tenía que actuar. Sentía su mente extrañamente desequilibrada. Puede que llevara observando Argentil demasiado tiempo—. En marcha. Acércanos. Bajemos hasta aterrizar.

¿Cómo era posible que no estuviera pensando constantemente en Ana, cuando ella era el único motivo de que él estuviera vagabundeando por el borde exterior de la galaxia?

Oyó gritar a Tom, pero su mente estaba lejos de allí. No vio Argentil mientras la nave se acercaba a la pauta de acercamiento final. Cuando las llamaradas de fusión brotaron de la superficie para vaporizar la nave que descendía, solo vio a Ana. Estaba frente a él, diciéndole que no se preocupara; disfrutarían juntos del futuro, cuando todo esto no fuera más que una mota inapreciable en el lejano horizonte del tiempo.

La unidad de comunicaciones de la nave no estaba controlada por la errabunda consciencia de Drake. Un sucinto mensaje final, activado por el ataque, partió en forma de señal de ondas-S en dirección al cuartel generaclass="underline" decía que esta nave, como tantas otras, estaba siendo destruida… por un sistema enviado a Argentil para defender al planeta del Shiva.

Otro intento más. ¿Después de cuántos?

Drake había perdido la cuenta.

Estudió las pantallas. Era algún tipo de información, aunque solo confirmara lo que ya sabía. Donde antes flotaba en el espacio libre una gigantesca colonia artificial, ahora los sensores no mostraban nada en absoluto. Sin embargo, las capas externas de la estrella más próxima, a tan solo cuatro minutos luz de distancia, revelaban sutiles cambios en su espectro. Había más líneas de absorción de metal que en los antiguos informes. Y un planeta próximo, donde antes vivía una colonia humana, estaba en silencio pero aparentemente ileso.

Era como si el Shiva destruyera las colonias del espacio libre pero dejara los planetas conquistados aptos para la vida. Drake pensó en eso mientras su nave insignia regresaba cautamente al planeta. En vez de estar acompañado por Tom Lambert, Drake había sido descargado en ambas naves. Sus dos versiones electrónicas habían decidido una estrategia al salir del cuartel general. Se habían enviado antes combinaciones de naves, sin éxito. Después de un millón de intentos frustrados ya no esperaba respuestas definitivas. Se conformaría con cualquier brizna de información adicional.

Cuando la primera nave llegó a segundos luz del planeta, la segunda liberó una cápsula diminuta. Carecía de sistemas de propulsión, pero contenía sensores en miniatura, una copia descargada de Drake y un transmisor de datos de baja frecuencia.

La cápsula flotaba silenciosa e inmóvil en el espacio, mientras a bordo Drake presenciaba el acercamiento de las dos naves principales al planeta. La primera se desvaneció en una niebla de partículas de alta energía y radiación. La segunda viró para huir, pero un arrollador ariete de fuego voló hacia ella desde el lugar en que había sido destruida la otra nave.

Drake llegó a una conclusión: el enlace de transmisión era un talón de Aquiles. La segunda nave tendría que haber estado a una distancia segura, pero después de que los Shiva acabaran con la primera nave habían podido seguir los diminutos pulsos de comunicación entre las dos.

Era otra migaja de información sobre el Shiva. Le indicaba que debía actuar con suma cautela al transmitir. Empezó a enviar datos, lenta y precavidamente, variando la fuerza y la dirección de la señal. Miles de estaciones receptoras, repartidas por toda la galaxia, recibirían una pepita inconexa de información. Cuando acabara, el cuartel general se enfrentaría a la tarea de ordenar temporalmente la secuencia de débiles señales, teniendo en cuenta los desajustes temporales, y ensamblándolas en un solo mensaje.

Drake envió los pulsos mil veces, variando el orden de los destinatarios de las señales. Cuando terminó, habían transcurrido doce mil años y se había alejado mucho de la estrella donde habían perecido las naves.

No tenía sistemas de propulsión. Ni siquiera ahora se atrevía a enviar una señal de socorro.

También sirven los que se quedan de pie y esperan.

Esperó. Durante otros ciento cuarenta mil interminables años, esperó. La cápsula contenía un mínimo de recursos informáticos y ninguna otra distracción. No tenía nada que hacer.