Выбрать главу

Cuando empezó el comportamiento anómalo en la superficie, la copia de Drake que existía en formato electrónico a bordo de la nave no se detuvo a realizar análisis ni a buscar explicaciones. No intentó enviar una señal superlumínica, que tantas veces en el pasado había fracasado cuando estaba el Shiva de por medio. En vez de eso, activó la cesura.

Llevaba cerca de la nave, preparada y aguardando este momento, más de medio millón de años. Al interior de la cesura, una tras otra, fueron a parar los diez millones de copias distintas de cada observación realizada en Lukoris, hasta el último segundo.

La nave entera y su copia de Drake entrarían a su vez en la cesura. Resultaba casi irresistiblemente tentador esperar e intentar averiguar qué había sucedido; al parecer Drake estaba allí abajo, en la superficie de Lukoris, con Ana, milagrosamente devuelta a él.

Pero esperar era demasiado arriesgado. El Drake en órbita debía asumir que el Shiva pronto encontraría y aprendería a utilizar todo lo que se quedara atrás, igual que había empleado otras defensas planetarias contra la humanidad. La nave y él debían correr la misma suerte que los paquetes de información. Inmediatamente después de eso, la cesura se cerraría.

En los milisegundos previos a la entrada de la nave en la cesura, Drake intuyó lo que era y lo que hacía el Shiva. No había tiempo para intentar enviar otro mensaje. Tan sólo podía esperar que el Drake Merlin del cuartel general llegara a la misma conclusión.

Diez millones de conjuntos de datos habían abandonado la nave para trasladarse, no al espacio, donde podrían interceptarlos, sino completamente fuera del mismo. Ni siquiera el Shiva sería capaz de seguir la pista de algo a través de una cesura ni de evitar el tránsito.

Drake conocía las probabilidades. Los compuestos las habían calculado hacía miles de millones de años. Cabía una posibilidad entre 969.119 de que uno solo de esos conjuntos de datos llegara a su destino en el cuartel general. La misma probabilidad minúscula de que la nave y el propio Drake llegaran allí. En todos los demás casos, casi con toda seguridad, Drake se desvanecería completamente del universo y experimentaría una muerte impredecible.

Pero se habían enviado diez millones de paquetes de información sobre Lukoris al interior de la cesura. Eso cambiaba por completo las posibilidades. La probabilidad de que uno o más de ellos llegaran al cuartel general era alta: de hecho, solo había una probabilidad entre treinta mil de que ningún conjunto de datos en absoluto llegara a su destino.

Era una apuesta aceptable. La certidumbre sería preferible; pero en el universo escaseaban las certidumbres.

Drake esperó, tranquilo y sorprendentemente satisfecho, a que la cesura engullera la nave y lo arrojara al olvido.

23

«El viento arrecia, muchachos, el viento arrecia. Oh, qué agradable caminar al frente, señor, cuando el viento arrecia»

Por fin.

Después de cientos de millones de años y cientos de miles de millones de intentos, Drake y su equipo tenían algo con lo que trabajar.

Ese algo apenas si tenía sentido, desde luego. El grupo reunido en la Sala de Guerra estaba revisando ocho copias de informes de datos, todos ellos idénticos, que habían llegado a través de la cesura.

—Es perfectamente consistente con las estadísticas —señaló Cass Leemu—. Había un diez por ciento de probabilidades de que recibiéramos exactamente ocho copias, aunque cualquier cifra entre seis y catorce es una probabilidad elevada. Me temo que no hay ni rastro de la nave que orbitaba alrededor de Lukoris.

No le hacía falta añadir: «La nave en la que viajaba Drake».

—Las estadísticas tienen sentido. —Tom Lambert estaba estudiando uno de los monitores—. Pero nada más. Mirad esto.

La grabación de los últimos minutos sobre Lukoris existía en dos formatos. Uno de ellos mostraba lo ocurrido desde la perspectiva de los sensores repartidos por toda la superficie. El otro era la propia percepción de Drake tal y como él la recibía mediante la encarnación del mander.

Según los sensores de superficie, Lukoris estaba casi igual que hacía un año; o, ya puestos, medio millón de años. Pantanos, interrumpidos por macizos de vida vegetal, que se extendían llanos y monótonos hasta el horizonte, donde las escarpadas paredes de roca se alzaban a kilómetros de altura. El cielo sobre ellas mostraba el inalterable amarillo sulfuroso de finales de verano.

Pero la perspectiva de Drake…

—¿Qué está viendo? —dijo Milton—. ¿Y qué cree que está haciendo?

Veían con los ojos del mander cómo caminaba este por un césped de suelo fértil y flores de primavera. Milton, que nunca había visto la antigua Tierra, estaba justificadamente desconcertado. Pero Drake, sentado en la Sala de Guerra del cuartel general, sabía dónde estaba. Le costaba dar una respuesta a Milton, porque también intuía lo que vendría a continuación.

La encarnación del mander había adquirido forma humana. Caminaba descalzo por Sussex Downs, uno de los lugares de recreo favoritos de Drake y Ana. Esta estaba de pie junto a un seto, admirando un nido de zorzal. Se giró ahora para sonreír a Drake. Espontáneamente, sin mediar palabra, se abrazaron.

En aquel primer y extático momento, el Drake de la Sala de Guerra se obligó a desviar la mirada hacia el otro monitor. Los sensores mostraban al mander, inalterado en su forma, de pie, inmóvil ante una planta bulbosa de treinta centímetros de alto, con puntiagudas hojas plateadas.

—¡Alto! —exclamó apresuradamente. Y luego, a los otros—, conocéis los anteriores informes. —Señaló la pequeña planta—. ¿Es eso nuevo en Lukoris, o en esta región? Me parece que no lo había visto nunca.

—Es nuevo, aparentemente. —Los demás, empleando el poder de sus compuestos, podían responder casi de inmediato y simultáneamente.

—Pero ¿qué importancia tiene? —preguntó Par Leon—. No es más que una planta.

—No estoy seguro. Buscad más como esa.

Ese análisis concluyó también casi antes de que diera la orden. Todo el potencial de computación de la galaxia estaba a disposición de Drake. Con semejantes recursos, el problema era trivial. Utilizando la planta de hojas puntiagudas como plantilla para ejecutar un algoritmo de emparejamiento, la base de datos global de Lukoris fue escaneada y analizada, hasta el último día de cada año desde el comienzo de las observaciones.

—Están por todas partes —dijo Cass—. De este tamaño o más pequeñas. Pero hace diez años no había ninguna. Han brotado todas en los últimos años. ¿Crees que son reales?

—Seguro que sí. Es la otra escena la que es una realidad falsa. —Drake se odió por decir eso. Quería que fuera cierto lo que había visto, pero le resultaba casi imposible apartar la vista de la imagen de Ana—. Creo que esa planta es capaz de crear ilusiones en la mente de los seres inteligentes.

—¿Por qué inteligentes? —quiso saber Par Leon.

—La imaginación requiere inteligencia. —Drake indicó el primer monitor de nuevo. El mander estaba paralizado delante de la planta, mientras otros animales merodeaban por la superficie pantanosa sin reparar aparentemente en ella—. Debe existir un determinado mínimo de consciencia, cierto nivel de inteligencia, para que la mente pueda ser obligada a imaginar algo más de lo que percibe a través de los sentidos.