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—¿Sí? —Tom parecía y sonaba perplejo—. ¿Te has encontrado con alguna situación parecida en el pasado?

—Personalmente no. Pero es tan antiguo como la historia de la humanidad. ¿Os acordáis del Flautista de Hamelin, y de Tommy Atkins?

No se acordaban, como tampoco él esperaba que lo hicieran. Todos los rostros se mostraban inexpresivos. A Drake no le costaba imaginarse a incontables compuestos invisibles ahondando en memorias de cuarto y quinto nivel, intentando encontrar sentido a su referencia. Quizá encontraran algo; o quizá fuera él el único que conservaba esa partícula de cultura popular humana. En cualquier caso, daba lo mismo. Estaba claro cuál sería su siguiente paso.

—Dices que estáis en deuda conmigo. Estoy de acuerdo. De modo que haced algo por mí. Devolvedme a mi continente electrónico y dejadme dormir. Seguid buscando la manera de devolverme a Ana. Y no me despertéis hasta que hayáis conseguido algo.

Drake no preveía ningún problema con su solicitud. Pero, de nuevo, vio vacilación y azoramiento en los ojos de Tom.

—¿Qué ocurre ahora? Venga, Tom, escúpelo.

—Hay otra complicación. Siempre te has negado a formar parte de un compuesto.

—Sigo negándome. Ya sabes por qué. No he sobrevivido ocho mil millones de años para perder ahora mi motivación. No puedo permitirme el lujo de formar parte de una memoria colectiva. Quiero seguir siendo yo mismo. Piensa en qué tesitura estaríais ahora si mi decisión hubiera sido distinta.

—Eso lo entendemos. Sabemos que no podemos curar tu obsesión. Pero lo que pides es imposible. Ya existes en múltiples formas. Cuando el avance del Shiva se detenga, muchas de esas formas sobrevivirán. Algún día, regresarán.

Y, por supuesto, Tom tenía razón. Drake se había acostumbrado a la idea de tener mil millones de copias de su personalidad repartidas por toda la galaxia vía señales de ondas-S. Sabía que se habían encarnado en formas nativas en cien millones de planetas, y apostado para escuchar y vigilar en mil millones de naves distribuidas a lo largo de la frontera con el Shiva. Esas innumerables versiones de sí mismo estarían cambiando, absorbiendo nuevas experiencias, convirtiéndose en algo distinto al Drake Merlin que seguía en el cuartel general.

Había aprendido a vivir con la idea de morir, día a día, de incontables formas distintas. Lo que nunca se había parado a pensar era qué ocurriría cuando se averiguara el secreto del Shiva y todas esas copias diseminadas dejaran de estar condenadas. Cuando se encontrara la forma de contrarrestar el Shiva, sobrevivirían en un número cada vez mayor.

—Entiendo. No podéis con uno. ¿Cómo ibais a apañároslas con mil millones?

—Nos tememos que no podríamos. Queremos pedirte tu ayuda… una vez más. Muchas de las mentes que regresen habrán cambiado, muchas estarán gravemente dañadas. Tú eres el único ser de todo el universo capaz de comprenderlas y ayudarlas. Te prometemos recursos ilimitados por nuestra parte, todo lo que esté en nuestra mano, para ayudarte a desempeñar tu tarea. Lo único que te pedimos es que evites el contacto con nuestros compuestos.

—¿Queréis encerrarme, a mí y a cada una de mis versiones?

—No. Tu libertad no se vería restringida. Viajarías a tu antojo y harías lo que quisieras. La única condición que te pedimos es que haya una separación entre tú y nosotros. Te parecerá ridículo, pero nos asusta tu intensidad…, es decir, literalmente, tu independencia en nuestro universo de compuestos. Si accedes, a cambio te prometemos investigar ininterrumpidamente lo que más te interesa: el regreso de Ana.

—¿Ha habido algún avance? —Hacía cien millones de años que Drake apenas pensaba en esa pregunta.

—Nada de valor inmediato. Debería ser posible recrear a Ana en el escatón, cuando el universo se aproxime a la convergencia definitiva. Pero aún falta mucho para eso. Te prometemos seguir investigando otras posibilidades, si tú a cambio nos ayudas. ¿Qué respondes? ¿Te ocuparás de las copias de Drake Merlin cuando regresen destrozadas por miles de millones de la frontera con el Shiva?

¿Qué opción tenía? ¿Cómo podía una persona darse la espalda a sí misma, y menos cuando se sabía herida y confusa?

—«Dadme vuestros seres pobres y cansados. Dadme esas masas ansiosas de ser libres, los tristes desechos de costas populosas. Que vengan los desamparados que las tempestades batan».

Habló más para sí que para los demás, y sus expresiones de desconcierto le indicaron de nuevo que no comprendían. Drake se dio la vuelta. Los compuestos estaban escarbando en los bancos de datos, buscando una referencia, preguntándose qué acababa de decir.

Aunque ellos no lo supieran, él sí. Había accedido a hacer lo que le pedían. La guerra con el Shiva posiblemente tocara a su fin, pero para él lo más difícil estaba aún por llegar.

24

Et pluribus unum

Billones de bits, miles de millones de páginas; ahora todo era innecesario. Drake repasó la masa de información almacenada que representaba su diario personal y reflexionó sobre una curiosa ironía: la proximidad de la victoria inutilizaba su trabajo por irrelevante, como no podrían hacerlo el peligro y la derrota.

No tenía motivos para quejarse. Había sabido lo que le esperaba desde que dijo que sí a Tom y a los demás en la Sala de Guerra.

Durante todos los años transcurridos desde su primera resurrección, se había mantenido estrictamente fiel a sí mismo. Al principio lo hacía porque nadie más comprendía su necesidad ni compartía su búsqueda de Ana. Su soledad se le había antojado aún más crucial cuando entró en juego el Shiva. La suya era la única consciencia de toda la galaxia procedente de los primeros días de la humanidad, y no se atrevía a acercarse a ningún compuesto; estaba claro que ni siquiera consideraba la idea de fundirse con las redes. Se había negado, incluso, a compartir el contenido de sus bancos de datos.

Su obstinación había ocasionado problemas mil millones de veces, pero tenía la impresión de que no le quedaba otra elección. Por ineficaz que fuera el depender de otros para conseguir la mayor parte de su información, debía hacerlo así. Tenía que permanecer al margen. Alguien debía tomar las decisiones difíciles. Alguien tenía que estar dispuesto a sacrificar humanos, compuestos y aun planetas enteros. Nadie más que Drake podía hacerlo, y no se atrevía a diluir en absoluto su fuerza de voluntad.

Drake volvió a echar un vistazo al largo historial de sucesos. Los compuestos debían de pensar que no tenía alma ni corazón; sin duda pensaban que carecía de imaginación. No lograban entender cómo si no era capaz de enviar incontables versiones de sí mismo a afrontar un futuro incierto en los oscuros confines de la galaxia.

No tenían ni idea del esfuerzo que le había costado. ¿Por qué deberían? No les había contado nada. Lo había hecho, y eso era lo que importaba.

Cuando el Shiva estaba en plena expansión, era un proceso de un solo sentido. Sus copias se iban para no regresar. Pero ese ya no era el caso. Hacía una semana que había vuelto la primera copia. Él había vuelto.

Los compuestos le instaron a estudiar a conciencia esa copia antes de intentar ponerse en contacto con ella. Estaban preocupados porque su yo reaparecido había pasado por lo que ellos consideraban una «experiencia traumática». Había además, advertían, cien mil millones como esa copia en camino.

¿Una experiencia traumática? Se podía llamar así.

Drake había comprobado el trasfondo, y este caso era probablemente típico. Descargada y embarcada hacía ochocientos mil años, en forma de señal superlumínica a una nave en órbita permanente alrededor del planeta de una débil estrella emplazada en la otra punta de la galaxia. Bajada a la superficie de ese mundo y encarnada en una forma de vida alienígena mejorada, de esperanza de vida aumentada. Abandonada a su suerte para sobrevivir, resistir, observar y esperar la llegada del Shiva.