—Dime lo que tengo que hacer.
—Algunos de nuestros yoes repatriados probablemente den muestras de inestabilidad. No sé si yo… o tú… podríamos resistir semejante interacción en solitario y conservar la cordura. Tenemos que apoyarnos mutuamente. Tenemos que combinar nuestras fuerzas. Tenemos…
—…que fusionarnos. Lo comprendo.
—Pero no en esta forma. Ni siquiera sé si sería posible. Habrá que hacerlo cuando estemos en formato electrónico.
—Claro. Adelante.
Sin necesidad de explicaciones, sin necesidad de persuasión. Claro que no. No a menos que uno tuviera que persuadirse a sí mismo.
Se le había empezado a nublar la vista. La carga y la fusión eran más sencillas cuando la mente estaba plenamente quiescente. Mientras su consciencia comenzaba a desvanecerse, pensó.
¿Cómo sería él —ellos— cuando se completara la fusión? ¿Era una oruga, lista para cambiar a crisálida antes de convertirse en una mariposa? No sería así. En la metamorfosis de la oruga no se producía ninguna combinación de materiales. ¿Dos gametos, entonces, uniéndose para formar un solo zigoto en el óvulo fecundado? Eso se aproximaba más, solo que sus partes eran —o lo fueron una vez— exactamente idénticas.
Mientras se sumía en el limbo, se le ocurrió otro símiclass="underline" era como dos gemelos idénticos; nacidos juntos, separados durante mucho, mucho tiempo, y reunidos por fin.
Drake despertó y reconoció de inmediato que sus tentativas comparaciones no tenían ningún valor. No tenía la impresión de ser una fusión. Nunca creería que una vez había sido dos individuos separados, salvo por el hecho de que sus recuerdos, a partir de cierto punto en el pasado, eran duplicados. Había nadado en los pantanos de Mantoverde, y al mismo tiempo había dirigido operaciones en la Sala de Guerra. En su mente miraba al cielo y veía dos paisajes estelares en dos firmamentos completamente distintos.
Pero también había estado en lo cierto. Su fortaleza mental, su estabilidad y su resistencia jamás habían sido mayores. Por vez primera, entendió por qué la humanidad decidía existir como elementos de un compuesto. Si la fusión de dos era así, ¿cómo sería la de una multitud? ¿Omnipotente y omnisciente?
Estaba a punto de descubrirlo. Mil copias repatriadas reclamaban su atención. Había millones más en camino.
Pero aun cuando todas ellas se fundieran en un solo Drake Merlin, eso no sería más que el principio.
La primera vez es la más difícil.
Drake recordó esa optimista aseveración y deseó que fuera verdad. Esta no era la primera vez, ni siquiera la centésimo primera. Pero estaba luchando por mantener su cordura y su misma existencia.
No había habido previo aviso. Un remedo orgánico, en apariencia igual a otros diez mil como él, había accedido a fundirse en la conciencia colectiva. La carga al formato electrónico había sido pura rutina. Se inició la fusión. Y Drake sintió en su interior una llamarada abrasadora de locura.
Solo no habría tenido ninguna oportunidad. Fue su yo ampliado, protegido por la finita tasa de transmisión aun de la comunicación por ondas-S, lo que le dio la posibilidad de defenderse.
Una posibilidad, que no una garantía. La fuerza de la locura era inimaginablemente poderosa. Se repetía una sola orden una y otra vez. Ordenaba que cada parte de Drake olvidara el mundo exterior, que se hundiera con él en un autismo que no conocía nada más allá del yo.
Pero una parte de Drake, alejada en el espacio, pudo resistirse. Ofreció un aviso urgente: Sí nos encerramos en nuestro interior, no saldremos jamás. Acordaos del condenado Narciso, que se enamoró de su reflejo. Mirad hacia fuera. Salid.
La batalla continuó. Drake perdió la noción del tiempo y el espacio. Eso era precisamente lo que quería el desquiciado componente. Tan solo una voz persistente, intrusa y distante —mirad hacia fuera, salid— proporcionaba el salvavidas que mantenía a Drake aferrado a la realidad exterior.
Llegado un momento le pareció ver una oportunidad de destruir al compuesto, borrándolo por completo de todas las formas de memoria almacenada. En el último momento comprendió que era una trampa. Él era la copia, y la copia era Drake. Al aceptar su aniquilación, estaría contemplando la idea de la auto-aniquilación y, en última instancia, garantizaría su propia disolución.
Mirad hacia fuera, salid. Continuó la lucha. Al final, poco a poco, su yo disperso encontró un asidero en la mente descarriada. La giró, gritando y debatiéndose, para encarar la fuerza conjunta de diez mil componentes, cada uno de ellos con el mismo mensaje.
Era inútil. El remedo era obtuso, irracional, impenetrable. Y en el mismo momento en que llegó a esa conclusión, se alcanzó una fase crítica. Sin previo aviso, se produjo el cambio de fase. Toda la resistencia acabó y se disolvió la locura. La mente enloquecida, rota y perturbada más allá de los límites de la locura, no lograba explicar qué había ocurrido.
Drake la consoló y dio la bienvenida a otro yo a la creciente sociedad del compuesto. Al mismo tiempo, se hizo una solemne promesa: Nunca, daba igual cuántos componentes se añadieran a su yo compuesto, volvería a dar por sentado que añadir el siguiente resultaría sencillo.
Debería ser un momento de júbilo. Drake había llevado una cuenta estricta y este era el millonésimo componente que regresaba para su rehabilitación. Estaba avanzando, con paso lento pero seguro.
Era una pena que el número un millón tuviera que ser un caso así, un caso que hacía imposible la idea de celebrar nada. Quizá fuera obra de los dioses de antaño, que castigaban su orgullo desmesurado a su manera. Drake había sentido cómo aumentaba su poder a la par que el número de sus componentes, y se había solazado en él. Abarcaba un millón de estrellas y no había nada que escapara a su alcance.
Excepto esto.
Examinó el perfil del nuevo remedo. Este Drake había corrido una suerte única y terrible. Cien millones de años atrás, había asumido una forma local orgánica y había aterrizado en un mundo donde se esperaba al Shiva. Allí había permanecido medio millón de años, para al final ser rescatado y devuelto para su posible rehabilitación.
En algún momento durante esos quinientos mil años, un parásito había entrado en el cuerpo de Drake sin que este se enterara. Para las formas de vida nativas, el organismo era en realidad un simbionte que aumentaba las probabilidades de supervivencia de su huésped. Ninguna forma de vida nativa era inteligente, de modo que no era importante que, como efecto secundario accidental, el tejido cerebral se atrofiara en presencia del parásito. El animal infectado todavía podía reproducirse. Su esperanza de vida y su capacidad reproductora aumentaban en cierto modo.
La inteligencia de Drake estaba alojada en el cerebro del animal nativo, con un ligero aumento de memoria orgánica. El declive había sido demasiado lento como para llamar la atención, hasta que llegó un momento en que dejó de haber intelecto —o cualquier otra cosa— por el que preocuparse.
La mente y la memoria de la copia repatriada se habían descargado en un continente electrónico, para que el compuesto de Drake pudiera examinarlo poco a poco. Todavía quedaba algo, un vago y débil ápice de conciencia propia. Bajo ningún concepto racional estándar podría llamarse a eso inteligencia. Pero tampoco bajo ningún concepto emocional se podía justificar su eliminación.
Drake inició la fusión. La desventurada y dañada reliquia del remedo había cumplido con su deber. Se merecía lo mejor que podía ofrecerle el compuesto. Aunque no contribuyera en nada al potencial intelectual de la mente grupal extendida, quizá el millonésimo añadido sumara una mota de emoción y compasión.