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El cerebro de una nave estaba diseñado para carecer de circuitos emocionales, incluida cualquier traza de humor o temor. Drake deseó ahora que no fuera así. En esos momentos no le vendría mal el apoyo de Tom Lambert o Par Leon. Pero el diseño de la nave era obra suya. No había querido que nadie más se viera obligado a afrontar su propia extinción, y acobardarse quizá. Él no tenía tanta suerte. Tenía emociones de sobra y la inteligencia necesaria para comprender las implicaciones de lo que acababa de escuchar.

Contempló su cuerpo, sin utilizar para su propósito original y ahora inútil. Había sido aumentado para lo que parecía una esperanza de vida más que adecuada, al menos un millón de años. Para cualquier punto dentro de su galaxia eso habría sido más que suficiente. Podría haber resistido hasta establecer contacto con otro ser humano o hasta llegar a una instalación de señales de ondas-S.

El desplazamiento a escala galáctica lo cambiaba todo. La galaxia natal contenía, aproximadamente, cien mil millones de estrellas, todas ellas agolpadas en un disco plano de cien mil años luz de diámetro. El universo entero contenía cien mil millones de galaxias parecidas. Los diminutos parches neblinosos que podía ver fuera de la nave se desvanecían a más de doce mil millones de años luz. Cada uno de ellos era una isla de soles, desde el atestado centro galáctico al debilitado confín del filo de la espiral más lejana.

En algún lugar, muy lejos de allí, su galaxia existía todavía. La desesperada lucha por detener al Shiva continuaba. El sufrimiento y el terror de billones de seres sintientes quedaban reducidos por la distancia a un silencio, a una etérea mota de polvo de luz. Se preguntó qué estaría ocurriendo ahora. ¿Habría otras copias de él, en otras naves, haciendo progresos por fin contra el Shiva? ¿Estaría barriendo el Shiva, imparable, el disco entero de la galaxia? Nunca lo sabría. Aunque conociera su destino y pudiera regresar a casa de inmediato, su cuerpo envejecería y moriría antes de cubrir siquiera una diminuta fracción del trayecto.

¿Y si la búsqueda de la galaxia natal debiera realizarse al azar? En ese caso el rastreador seguiría vagando por el espacio treinta o cuarenta mil millones de años en el futuro, cuando el universo se colapsara hacia su inexorable punto y final de presión y temperatura infinitas. Ese rastreador no sería Drake ni esta nave. Mucho antes del final, en menos de un parpadeo en la escala cósmica, no serían más que polvo.

Era momento de desesperar. Lo lógico sería acabar ahora, antes de que la existencia continuada le reportara más dolor y añoranza. Contemplaba su nuevo cuerpo inmaculado, de piel lustrosa, preguntándose qué método le procuraría el final más pacífico, cuando la nave habló de nuevo:

Mis acciones definidas no se extendían más allá del punto de entrada en la cesura. Requiero nuevas instrucciones. ¿Puedes explicarme la naturaleza de nuestro futuro, y qué actividades planeas?

Momento de desesperar. Al menos eso le estaba permitido. Pero debía acabar ahora. Alguien dependía de él… aunque solo fuera esta nave. No podía rendirse.

—Conoces los criterios principales del tipo estelar y las órbitas planetarias que favorecen el desarrollo de la vida. ¿Tienes instrumentos para determinar las estrellas más próximas y prometedoras que satisfagan esos criterios?

Desde luego.

—¿Y el desarrollo de vida inteligente?

Impredecible, en esencia. Puedo realizar estimaciones aproximadas, pero con poca fe en los resultados. La ascensión de una inteligencia nativa depende de demasiados sucesos aleatorios en el proceso evolutivo.

—Temía que dijeras eso. De acuerdo, quiero un sondeo y una catalogación sistemáticos de todas las estrellas de esta galaxia con probabilidades de haber desarrollado vida. Aguza tus habilidades deductivas en busca del desarrollo de inteligencia. Reparte las probabilidades y ordénalas en función de la distancia entre ellas y nosotros.

Eso es posible.

—Otra pregunta: ¿Cuál es la longevidad programada de esta nave?

En función de su materia prima, indefinida. Contiene instrucciones para repararse, mantenerse y, si fuera necesario, para replicarse. Mi memoria dispone de una cuádruple redundancia para compensar los cambios cuánticos. Cualquier componente que envejezca puede ser renovado.

—¿Y yo? Sé que a bordo hay un laboratorio capaz de construir cuerpos específicos y descargar una persona en ellos, porque eso es lo que hiciste para darme esta forma. ¿Funciona todavía ese laboratorio?

Funciona en estos momentos. Al ser parte de mí, debería seguir haciéndolo por tiempo indefinido.

—¿Qué hay de revertir el proceso? —Drake, pese a su determinación de pensar positivamente, sentía una tensión imposible de ignorar. Esta era la pregunta clave—. ¿Podrías cogerme tal como soy ahora y cargarme desde este cuerpo a un continente electrónico? Y si lo hicieras, ¿me podrías descargar después a otro cuerpo, ya sea el mismo u otro distinto? ¿Podrías repetir la operación una y otra vez?

La pausa se le antojó eterna, aunque seguramente no duró más de un segundo.

Lo que solicitas no está incluido en el plan de la misión original, pero parece completamente factible. El cuerpo de la futura descarga debería especificarse. Además, no podría rebasar las doscientas encarnaciones sin repostar. De ser precisas más, necesitaría una visita planetaria para reponer materia prima.

—Planeo hacer varias visitas planetarias. De hecho, dependo de ellas. —Drake regresó a la portilla de la nave y se asomó. Las estrellas cercanas eran los objetos visibles más brillantes, pero eran como las células de un cuerpo humano, diminutos subcomponentes de un todo mayor. El poder estaba en las galaxias, extendiéndose eternamente en el espacio—. ¿Cuál es la distancia media entre las galaxias, y a qué distancia se encuentra la más próxima?

Por media las galaxias están separadas por más de 4.300.000 años luz de distancia. Evidentemente, su distribución no es homogénea.

—Evidentemente. —La nave no sabía apreciar la ironía, pero quizá pudiera aprender. Sin duda tenían tiempo de sobra.

Y la galaxia más próxima a esta se encuentra a unos siete millones de años luz.

Siete veces la esperanza de vida de su cuerpo. Mucho antes de eso se volvería loco. La única forma de sobrevivir pasaba por yacer aletargado entre los encuentros estelares, en formato electrónico. Y la próxima vez que despertara insistiría en recuperar su acostumbrada forma humana.

Hay otro factor que debería mencionar. Cuando me preguntaste por la distancia media que separa las galaxias, te di una respuesta que se aplica hoy día.

—Eso esperaba.

Pero si, como sugiere tu otra pregunta, lo que planeas es buscar nuestra galaxia de origen, debe tenerse en cuenta otro factor. El universo se expande. La distancia entre las galaxias aumenta constantemente. Si nuestro mundo objetivo se encuentra a varios miles de millones de años luz de distancia, la tasa a la que se aleje de nosotros será una considerable fracción de la velocidad de la luz. Nuestra tasa de viaje hacia ella se vería reducida. Drásticamente reducida, tal vez.

—Entiendo el problema; la carrera de la Reina Roja. —Drake se sentía peligrosamente inestable—. Está bien. Si no tiene remedio, habrá que soportarlo. ¿Falta mucho para que selecciones un objetivo estelar óptimo?

—Eso ya está.

—¿Con vida, o con vida inteligente?

Se han preparado ya ambas tablas. Como dije antes, no deberían depositarse muchas esperanzas en nada que implique el desarrollo de inteligencia.