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»En el tercer mundo, a quince mil años luz de distancia, había grandes artefactos y todos los indicios de vida inteligente pasada. Pero los creadores habían sido destruidos, al parecer por sus propios actos. Ninguna otra forma de vida tenía el potencial necesario para la conciencia propia a corto plazo.

»En el cuarto mundo…

—Espera un momento. ¿Cuántos objetivos hemos visitado?

Este es el centésimo vigésimo cuarto. Consideré innecesario resucitarte en las ocasiones anteriores. No te interesa la vida extinta, ni la posible inteligencia futura, sino la inteligencia en el presente. Nunca antes habíamos encontrado indicios de ella.

—¿Y ahora sí?

Eso creo.

—¿Y cuánto hace que comenzó la búsqueda?

Llevamos viajando algo más de dos millones de años.

—Vale. —Drake decidió que se había vuelto indiferente. Dos millones de años ya no lo impresionaban. Ahora, para llamarle la atención, había que hablar de miles de millones—. Entonces, ¿cuál es el problema?

Mientras nos acercábamos a la estrella objetivo actual, la examiné desde una órbita lejana y concluí que uno de los planetas era asombrosamente parecido a la Tierra. Su atmósfera indicaba la presencia de vida sustentada en el oxígeno, y al aproximarnos todavía más observé varios indicadores característicos de inteligencia: rasgos en la superficie alargados, lineales y rectangulares; cursos de ríos modificados, pautas de luces nocturnas, y concentraciones de áreas carentes parcial o totalmente de vida vegetal.

—Tiene buena pinta. Carreteras, diques, electricidad y ciudades. ¿Has realizado escáneres detallados?

Lo hice cuando nos acercamos lo suficiente, imágenes de detalle al metro y más precisas.

—De modo que conoces la forma de quienquiera que estuviera haciendo todo el trabajo. ¿Por qué no me has dado esa forma?

Si hubiera conseguido encontrar esa forma, lo habría hecho. Así las cosas, consideré necesario recurrir a la opción por defecto de tu forma original para efectuar la encarnación. —La pared que había delante de Drake se convirtió en una pantalla—. Observa. Esta es la vista más alejada, desde nuestra órbita de acercamiento.

La escena era el planeta entero, visto desde el espacio. El orbe refulgía moteado de rosa y rojo, desde su ecuador listado hasta los pequeños círculos blancos de los polos.

—¿Eso son casquetes polares de agua congelada? —A Drake se le ocurrió la irrelevante idea de estar contemplando el gigantesco adorno de un árbol de Navidad. Bullía con el exceso de energía y su mente estaba dispuesta a aceptar extrañas imágenes.

—Correcto. La temperatura media es la de la Tierra durante uno de los períodos más cálidos de tu planeta.

—No se ve gran cosa a esta distancia.

Paciencia. Las imágenes que verás enseguida derivan de una órbita inferior.

La esfera rosada estaba creciendo en la pantalla. Era posible imaginar líneas oscuras en su superficie, repartidas cerca del ecuador. Drake aguardó. Conocía la tendencia del ojo humano a jugar a «unir los puntos» y discernir pautas lineales donde no las había. Sus pensamientos volaron hacia el lejano pasado. ¿Quién era, mucho antes de que él naciera, el que se había dejado engañar por ese defecto fisiológico incorporado del cerebro humano y había trazado mapas de inexistentes «canales» marcianos?

Solo que esto no era ninguna ilusión óptica. Los rasgos lineales eran reales y crecían a cada minuto que pasaba. Conforme la nave se acercaba al planeta, el monitor dejó de contener la imagen completa del mundo. La perspectiva se fijó en una línea, negra y recta, en el centro de la pantalla. Estaba jalonada de rectángulos y triángulos de colores. Para el ojo y la imaginación de Drake esa línea era una carretera que cruzaba una llanura de Kansas. Los vastos campos eran de distintos tonos de rojo, una pequeña manta de cuadros brillantes que iban del rosa claro al carmesí más oscuro. La calzada de baldosas amarillas había adquirido un matiz parduzco, pero atravesaba sembrados de tintes feéricos.

La escala que acompañaba a la imagen desmentía la ilusión. La «carretera» medía un kilómetro de ancho. La manta era monstruosa, cada uno de sus cuadros del tamaño de una comarca de la vieja Tierra. Los puntos oscuros diseminados dentro de los parches eran lo bastante grandes como para tratarse de ciudades.

El punto de vista se amplió sobre un hilo negro más estrecho en el centro de la amplia franja de la carretera. Drake pudo ver que los bordes de la manta de cuadros no eran regulares. Eran abruptos y aleatorios, los límites se invadían mutuamente. El rosa se había propagado en algunos lugares hacia la franja más oscura, como garranchuelos invasores de un césped desatendido.

El hilo negro seguramente era agua. Al contrario que en Marte, estos canales eran reales. La línea de orillas discurría recta por la superficie. Cerca de la ribera, cada pocos kilómetros, se alzaba hacia el cielo una torre pentagonal abierta de vigas. La pantalla se centró en una de ellas.

Esto es demasiado alto como para construirse en este planeta con materiales naturales. Los compuestos de carbono son esenciales para su construcción y estabilidad continuada, lo que implica una tecnología razonablemente avanzada. La tecnología implica inteligencia. Pero ¿dónde está esa inteligencia?

Drake se acordó de su «cortafuego», los millones de mundos humanos que se habían sacrificado y desocupado para huir del Shiva. ¿Habrían sido invadidas otras galaxias? ¿Habría especies alienígenas que intentaran emplear la misma táctica de contención, abandonando este mundo para ralentizar el avance del enemigo? ¿Quién era ese general romano, célebre por su política de suelo arrasado y su rechazo a enfrentarse directamente a los cartagineses?

Se podría concluir que la inteligencia está aquí.

La imagen mostró una zona de color más claro junto al canal. Era un calvero, de unos doscientos metros de diámetro, a la sombra de una de las grandes estructuras pentagonales. Drake pudo divisar por fin las formas de vida en la superficie.

El semicírculo llano lindaba en su cara recta con el agua, y en su perímetro curvo con una modesta valla. Un grupo de treinta o cuarenta objetos parecidos a gigantescos caracoles rosas se apiñaban contra la verja, por la que se arrastraban constantemente. Los rodeaba otra decena, algo más pequeños y rápidos.

Un grupo de otros veinte seres se arracimaba cerca de la orilla. Eran de un rojo oscuro, con muchas patas, y rodeaban un pozo oscuro y poco profundo en la superficie. Al fijarse mejor, Drake vio que se dividían en tres tipos. Los que estaban al borde mismo del pozo eran los más grandes, cuatro veces superiores en tamaño a los miembros del grupo más separado.

Esta depresión —un brillante punto verde, intenso contra los rosas y marrones, apareció en la pantalla en medio del pozo— según revela el análisis de infrarrojos, tiene una temperatura muy superior a la ambiental. Deduzco que se trata de una fosa de gestación, calentada por la vegetación en descomposición. No es lo bastante caliente como para tratarse de un horno.