Se podía hacer. La nave preveía obstáculos prácticos —debía administrar bien su limitado impulso, planeando con los motores apagados durante miles de años entre estrellas objetivo, aprovechando hasta el último campo de fuerza natural y viento de partículas de la galaxia— pero no había nada imposible.
A excepción, quizá, del tiempo que requeriría todo esto.
La nave hizo los cálculos y contempló los resultados. No podía suspirar ni torcer el gesto, pero deseó que fuera posible regresar junto a Drake Merlin en los últimos momentos antes de que la horda de fantasmas blancos se abalanzara sobre él, y preguntarle si era esto realmente lo que quería.
Conocía la respuesta a esa pregunta. La base de datos de a bordo lo dejaba bien claro: Drake Merlin no quería nada de todo esto. Quería a su esposa perdida. Las probabilidades en contra de eso hacían que todos los cálculos de la nave parecieran halagadores en comparación.
Se apuntó la siguiente estrella objetivo, se computó y preparó la ruta de vuelo más económica. No había ningún motivo para prolongar la espera.
La nave emprendió su viaje de miles de millones de años, surcando los inagotables vientos de una galaxia indiferente.
28
¿Quién hubiera pensado que iba a tardar tanto tiempo?
Drake vagaba por el espacio, dando vueltas lentamente. Había salido de la nave para inspeccionar las condiciones generales de la estructura. ¿Cuántas veces lo habían descargado para hacer lo mismo, él o cualquier otra de sus múltiples copias? ¿Cuántas veces había comprobado que todo estaba en perfecto estado, y cuántas había regresado a su continente electrónico?
Mil, diez mil, un millón. Lo mismo daba. El detector de ondas-S lo rodeaba por completo, una construcción cuyos nodos y filamentos de gasa se extendían hasta mucho más allá del punto donde sus ojos podían percibir su presencia contra las estrellas. El inmenso despliegue, supuestamente, debía ser capaz de detectar pruebas de actividad superlumínica fuera del límite impuesto por el desplazamiento hacia el rojo. Se había programado para operar de forma automática y por tiempo indefinido, sin necesidad de supervisión humana o mecánica si hacía falta. Una a una, se escudriñarían las galaxias hasta que el universo entero hubiera sido examinado. El proceso sólo se detendría cuando se detectara una señal. Hasta la fecha, el instrumento no había encontrado nada más que un firme siseo de ruido de fondo.
Si el ingenio funcionaba según las especificaciones, ¿significaba eso que la teoría básica estaba equivocada? En principio, una señal superlumínica atravesaría el universo en cuestión de horas; pero la teoría solo se había confirmado en la galaxia natal, con distancias millones de veces más cortas que las actuales.
La atención de Drake saltó del detector al lejano fulgor de estrellas y galaxias. Sus ojos no podían apreciar el cambio, pero sabía que estaba allí.
El final no, aún no, pero sí el sutil principio del fin. La gran nube de polvo ya se había consumido, las resplandecientes estrellas supergigantes azules hacía tiempo que habían explotado en supernovas o se habían colapsado en agujeros negros. Hasta la última estrella de secuencia principal había llegado al final de su vida, reducida de una abotargada gigante roja a una enana roja apenas mayor que la Tierra original. Tan solo las estrellas de masa reducida y combustión lenta resistían, proyectando débilmente un goteo de radiación; sus reservas de energía durarían otros cien mil millones de años.
Solo que no disponían de ese período de tiempo. El mismo cosmos estaba evolucionando, cambiando. La nave informó a Drake de que el universo había rebasado su punto crítico. Las galaxias remotas mostraban un fuerte desplazamiento hacia el azul, una migración de la luz hacia longitudes de onda más cortas. La radiación de microondas de fondo, diluida y enfriada durante la primera expansión del universo, revelaba ahora un aumento en la temperatura de su cuerpo negro.
El universo se estaba calentando. La Gran Expansión era cosa del pasado. El colapso hacia la singularidad definitiva y el fin de los tiempos estaba en camino.
Pero el pensamiento es el esclavo de la vida, juguete del tiempo; y el tiempo, que abarca el mundo entero, debe detenerse.
Drake interrumpió su deriva en el espacio, pero permitió la lenta rotación de su cuerpo. Él, igual que el tiempo, abarcaba el mundo entero. Era como si su tarea no fuera a tener fin… hasta que el universo mismo la rematara.
La inspección actual se había completado. Podía regresar a la nave. Por otra parte, no tenía ninguna prisa. Cuando volviera sería cargado de nuevo al continente electrónico. Su nuevo sueño quizá durara un millón o mil millones de años, pero podía esperar pocos cambios cuando despertara. El tránsito desde aquí hasta el final del universo sería lento y paulatino, una progresión de muchos miles de millones de años. Sólo los últimos meses y días serían espectaculares. Para quien estuviera allí para verlo, desplegarían una violencia inimaginable.
La nave era una diminuta mota dorada en el centro de la negra telaraña del sistema de detección de ondas-S. Drake se dirigió hacia ella, mirando de reojo a su izquierda de hito en hito. La nube de polvo que había proporcionado los materiales para el detector todavía flotaba allí, reluciendo tenuemente merced a su luz interna. Era demasiado pequeña como para colapsarse bajo su propia atracción gravitatoria. Esa, así como el campo constrictor levantado por la nave, había sido la clave de su supervivencia continuada.
Drake, absorto en sus pensamientos, había apagado la unidad del traje que enlazaba con la nave. No corría ningún peligro. El cerebro de la nave podía activar las comunicaciones en caso de emergencia, aunque en los muchos miles de millones desde su inmersión en la cesura jamás se había producido ni una sola anulación.
Encendió el comunicador cuando estaba a pocos kilómetros de la nave y le sorprendió escuchar un sucinto mensaje repetido.
—Se ha detectado actividad superlumínica. Análisis en proceso. Se ha detectado…
—¡Espera! ¿Por qué no me has avisado?
—Me parecía… prematuro. —La nave se mostraba extrañamente vacilante—. Hay anomalías que requieren una explicación.
—En ese caso será mejor que me digas de qué anomalías se tratan. —Drake estaba cruzando la compuerta intersticial molecular a una velocidad récord. Se sentía exultante ante la buena suerte que tenía. ¡Era él el que estaba encarnado cuando llegó la señal! Luego se sintió estúpido. Puesto que todas las encarnaciones eran versiones de él, era imposible que no fuera él el encarnado cuando se detectara un mensaje de ondas-S—. ¿De dónde viene la señal?
—Son varias señales, procedentes de una galaxia situada a unos ochocientos millones de años luz de distancia. En términos cósmicos, está bastante cerca. Se encuentra al otro lado de uno de los grandes golfos, pero dentro de un supercúmulo que sigue siendo uno de nuestros vecinos.
—¿Qué dice el mensaje?
—Ahí es donde empieza la anomalía. Para empezar, la señal carece de un remite estándar que identifique su origen y su destino.