—Os lo agradezco a los dos. ¿Sabes lo que dijo mi tío Dan? Es el coronel de las fuerzas aéreas, el de Baltimore, el que te dijo que el mejor coro del mundo eran los Sargentos Cantores y que Wagner era un viejo extravagante y aburrido.
—Lo recuerdo. Rossini dijo algo parecido… sobre Wagner, claro, no sobre los Sargentos Cantores. Dijo que Wagner tenía momentos bonitos, pero cuartos de hora espantosos. También dijo que no se podía juzgar el Lohengrin de Wagner tras una sola escucha, y que tenía muy claro que no pensaba escucharlo por segunda vez.
—El tío Dan dice que en el ejército las ideas no se pierden. —Ana no estaba dispuesta a dejarse distraer por las anécdotas musicales de Drake—. Las viejas ideas se dejan en la estantería, y cuando se presenta el ciclo de consolidación adecuado, se les quita el polvo y vuelven a proponerse como si fueran nuevas. No me creo muchas de las cosas que me dice, pero esa sí. El equilibrio de terror no empezó con la Destrucción Recíproca. Ni terminará con ella. Las malas ideas siguen ahí, en la estantería, a la espera.
Y a veces se quedan en esa estantería durante muchísimo tiempo antes de alcanzar por fin su potencial.
—Me parece que no te sigo —dijo la nave.
No era de extrañar; los pensamientos privados de Drake no eran para nadie más. Saltaban caprichosamente entre el pasado y el presente, e incluían referencias personales que sin duda no estaban registradas en ninguna base de datos general.
Drake dirigió sus comentarios directamente a la interfaz de la nave.
—La Destrucción Recíproca es una idea muy sencilla: Yo construyo enormes sistemas armamentísticos. Tú también. Luego tú no te atreves a atacarme, porque si lo hicieras, yo te atacaría a mi vez y tú también morirías. —Había matado a Ana, y también él había perecido. Él consideraba sus actos como un gesto de Supervivencia Recíproca. ¿Lo hacía eso distinto de los lunáticos de la Destrucción Recíproca?—. Así que ninguno de los dos se atreve a atacar al otro. Cualquiera diría que podría dar resultado, pero la Destrucción Recíproca adolece de un defecto fundamental. Produce el equilibrio entre dos grupos, pero se trata de un equilibrio inestable. Un accidente, incluso un simple malentendido, y los dos bandos emplearán sus armas. Deberán golpear tan fuerte y tan rápido como les sea posible, para neutralizar toda la potencia de fuego enemiga que les sea posible. Peor aún, un tercer grupo con arsenal propio puede forzar un malentendido y hacer que las dos grandes potencias se enfrenten entre sí, fingiendo el ataque de una sobre la otra. Me parece que estamos observando los resultados de la Destrucción Recíproca aplicada a gran escala. Creo que acabó con toda la galaxia.
—Eso no puede ser cierto. Mientras hablamos, detecto nuevos mensajes superlumínicos. No los entiendo, pero eso demuestra que ahí todavía hay inteligencia en activo.
—Algún tipo de inteligencia, sí. A veces, si una idea es lo bastante vieja, puede llegar a parecer nueva. Debería haberme dado cuenta de lo que ocurría hace tiempo, en cuanto me dijiste que había dos tipos de señales distintos procedentes de esta galaxia, y que eras incapaz de interpretarlos. Dijiste que cualquier tipo de señal debería ser inteligible para ti. Pero supongamos que estuviera diseñada para que no la comprendiera nadie que no tuviera la clave adecuada. Supongamos que ambos bandos estuvieran empleando sistemas cifrados, códigos incomprensibles para el rival.
—Secretismo intencionado. Sin duda es posible. Pero ¿por qué estás tan seguro de que esta galaxia está muerta? ¿Cómo es posible, con la tecnología aún en activo?
Drake comprendió que, incluso eso, podía explicarlo. Su mente le había lanzado una imagen perteneciente a una antigua representación de la Sinfonía del Adiós de Haydn, de un director de orquesta frente a sus músicos. Delante de cada uno de ellos había una vela encendida. Uno a uno, cada músico concluía la parte orquestal que le correspondía, apagaba la vela de un soplido y abandonaba el escenario. Al final, la orquesta entera había salido. Su director se había quedado solo en la oscuridad.
Era improbable que la nave sacara nada en claro de ese pensamiento.
—Deja que te cuente lo que pasó en la Tierra —dijo Drake— años antes de que yo naciera. Dos grandes potencias se habían tomado la molestia de amasar armas nucleares. La posibilidad de que estallara un conflicto a gran escala parecía muy alta. Esa guerra, en caso de producirse, sería corta. Un par de horas y todo habría terminado. Se podían lanzar misiles por encima del polo para alcanzar su objetivo en menos de treinta minutos. El ejército de uno de los bandos… nuestro bando, diría la gente, aunque yo nunca consideré que fuera mi bando…, decidió que debían mantener en funcionamiento algún tipo de sistema de comunicación, incluso después de la resolución del conflicto. Imaginaron un puesto de mando con sede en el espacio, una constelación entera de satélites que orbitarían alrededor de la Tierra. La flota espacial estaría controlada completamente por ordenadores, y estos formarían una suerte de sistema nervioso central en caso de crisis, daba igual dónde se produjera esta. Este sistema norteamericano de defensa por satélite se dio en llamar MILSTAR, y se suponía que podría funcionar aun después de que se produjera el primer espasmo de la guerra. Los estrategas militares no pretendían que el MILSTAR contribuyera a la reconstrucción civil. Ese no era su trabajo. Querían que controlara las comunicaciones militares… y que fuera capaz de apoyar de nuevo la lucha armada, si fuera preciso, meses o años más tarde. Querían que el MILSTAR estuviera listo para librar otra guerra. Se diseñó para funcionar aunque todas las estructuras de mando de la superficie quedaran arrasadas. Supuestamente sería capaz de accionar armamento robótico, tanto si había humanos cerca como si no.
De nuevo surgió la imagen. El director de orquesta estaba delante de toda una orden de músicos. Conforme las potencias militares de tierra, mar y aire eran aniquiladas por el enemigo, MILSTAR continuaba organizando y optimizando unos recursos que se hacían insignificantes por segundos. Por último, en el escenario no quedaban nada más que atriles de partituras y estuches de instrumentos vacíos. El director de orquesta agitaba su batuta ante un desaparecido ejército de músicos. MILSTAR flotaba serenamente en el espacio, con su sistema de comunicación a pleno rendimiento y listo para dirigir una segunda sinfonía del Armagedón.
—Los satélites MILSTAR tenían que ser sumamente sofisticados. Necesitaban una esperanza de vida activa muy elevada. Tenían que ser móviles, para evitar el ataque directo con misiles; persistentes, para operar durante años sin mente humana que los dirigiera; robustos, para sobrevivir a los efectos de los pulsos electromagnéticos y a los impactos superfluos; e inteligentes, para comunicarse entre sí por medio de diversas señales encriptadas, a fin de que el enemigo no pudiera pinchar la red de comunicación global.
»Era un proyecto altamente secreto. Tenía que serlo. Por eso pudo obtener enormes subvenciones durante mucho tiempo, aunque cualquiera que lo mirara con ojos objetivos vería que no podía salir bien. Harían falta decenas de millones de instrucciones informáticas, líneas de programa que solo podrían ponerse a prueba en caso de guerra. Daba por sentado un orden mundial estático, con un solo enemigo bien definido. Ignoraba todas las cadenas de mando civiles. Peor aún, asumía que uno u otro bando podrían ganar una guerra nuclear a gran escala, y seguir en condiciones de volver a combatir. No hacía mención alguna a los cientos de millones de bajas civiles, a la ausencia de agua, alimentos, sistemas de alcantarillado y transporte, ni a una economía totalmente colapsada que no podría destinar ni diez centavos a las arcas militares.