Los dos planetas exteriores ocupan la misma órbita y se llaman Dagda y Mider, siguiendo la nomenclatura mitológica celta del sistema. Dagda es un gigante gaseoso, y el imperio mantiene estaciones de combustible en las dos lunas del planeta, Angus y Brigit. Se advierte a las naves mercantes que Brigit es una base de la Marina Espacial a la que no pueden acercarse sin permiso.
Mider es una fría bola de metal, ampliamente excavada, y problemática para los cosmólogos porque su proceso de formación no parece ajustarse a ninguna de las dos principales teorías opuestas sobre el origen de los planetas.
Nueva Escocia y Nueva Irlanda, los únicos planetas habitados del sistema, tenían amplias atmósferas de vapor de agua y metano cuando los descubrieron, pero sin oxígeno libre. Elementos biológicos en cantidades masivas los convirtieron en mundos habitables a un coste considerable; Murcheson perdió al final su influencia en el Consejo, pero la inversión era ya tan grande que el proyecto se llevó a la práctica en su totalidad. En menos de cien años de trabajo intensivo las colonias cupuladas se convirtieron en colonias abiertas, uno de los mayores triunfos del Primer Imperio.
Ambos mundos quedaron parcialmente despoblados durante la Guerra Separatista, incorporándose Nueva Irlanda a las fuerzas rebeldes mientras Nueva Escocia permanecía inquebrantablemente fiel. Después de que se interrumpiese el viaje interestelar en el sector Trans-Saco de Carbón, Nueva Escocia continuó la lucha hasta su redescubrimiento por el Segundo Imperio. Como consecuencia, Nueva Escocia es la capital del sector.
La MacArthur traqueteó y volvió a la existencia pasada la órbita de Dagda. Durante largos instantes sus tripulantes siguieron sentados en sus puestos de transición hiperespacial, desorientados, luchando por superar la confusión que sigue siempre al viaje instantáneo.
¿Por qué? Un sector de física de la Universidad Imperial de Segismundo sostiene que el viaje hiperespacial no exige tiempo cero sino tiempo trans-finito, y que esto produce esa confusión característica en hombres y en el equipo de computación. Otras teorías afirman que el Salto produce un estiramiento o un encogimiento del espacio local, que afecta a los nervios, y también a los elementos de computación; o que no todas las partes de la nave aparecen al mismo tiempo; o que inercia y masa varían a un nivel subatómico después de la transición. Nadie lo sabe con certeza, pero el efecto es real.
—Piloto —dijo Blaine pesadamente. Sus ojos se centraron poco a poco en los indicadores del puente.
—Sí, diga, señor —aunque con voz confusa e indecisa, el piloto respondió de forma automática.
—Ponga rumbo a Dagda. Inmediatamente.
—Así lo haré, señor.
En los primeros tiempos del viaje hiperespacial las computadores de la nave habían intentado acelerar inmediatamente después del Salto. No se tardó en descubrir que su confusión era aún mayor que la de los hombres, y se decidió desconectar todo el equipo automático para la transición. En los marcadores de Blaine se encendieron las luces en cuanto los tripulantes comenzaron a reactivar a la MacArthur y a comprobar sus sistemas.
—Haremos escala en Brigit, señor Renner —continuó Blaine—. Ajuste su velocidad. Señor Staley, usted ayudará al piloto jefe.
—De acuerdo, señor.
El puente volvió a la vida. Los tripulantes se incorporaron y reanudaron sus tareas. Los camareros sirvieron café una vez ajustadas aceleración y gravedad. Todos abandonaron los puestos hiperespaciales para volver a sus tareas de control, mientras los ojos artificiales de la MacArthur escrutaban el espacio buscando posibles enemigos. El indicador encendía una luz verde a medida que los tripulantes informaban de que la transición había sido satisfactoria.
Blaine asentía con satisfacción mientras iba tomando su café. Siempre era así, y después de centenares de transiciones aún seguía sintiendo lo mismo. Había algo básicamente erróneo en el viaje instantáneo, algo que dañaba los sentidos, algo que la mente no aceptaba por debajo del nivel del pensamiento. Los hábitos del Servicio hacían a los hombres continuar; también éstos estaban engranados a un nivel más profundo que las funciones intelectuales.
—Señor Whitbread, felicite en mi nombre al jefe de señales e informe, por favor, de nuestra presencia al Cuartel General de la flota de Nueva Escocia. Que Staley les dé nuestro rumbo y nuestra velocidad, y comunique a la estación de combustible de Brigit que nos dirigimos allí. Informe a la Flota de nuestro destino.
—De acuerdo, señor. ¿Señal en diez minutos, señor?
—Sí.
Whitbread se levantó de su silla de mando situada detrás del capitán y caminó tambaleándose hasta el timón.
—Necesitaré suministro completo de energía para una transmisión en diez minutos, Horst.
Se abrió paso desde el puente, recobrándose rápidamente. Los jóvenes solían recuperarse enseguida, lo que era una buena razón para dar el mando de las naves a oficiales jóvenes.
—ESCUCHEN, ESCUCHEN TODOS —dijo Staley; la llamada resonó por toda la nave—. ATENCIÓN. FIN DE LA ACELERACIÓN EN DIEZ MINUTOS. BREVE PERÍODO DE CAÍDA LIBRE EN DIEZ MINUTOS.
—Pero ¿por qué? —oyó Blaine.
Alzó la vista y vio a Sally Fowler a la entrada del puente. Su invitación a los pasajeros para que fuesen al puente cuando no hubiese ninguna emergencia había resultado positiva: Bury apenas si había hecho uso del privilegio.
—¿Por qué caída libre tan pronto? —preguntó ella.
—Necesitamos la energía para transmitir un mensaje —contestó Blaine—. A esta distancia necesitamos un gran volumen de energía para el rayo máser. Podríamos sobrecargar los motores si fuese necesario, pero es norma desconectar para las transmisiones si no hay urgencia.
—Oh.
Sally se sentó en la silla que acababa de abandonar Whitbread. Rod hizo girar su silla de mando para verla de frente, deseando de nuevo que alguien diseñase una prenda de caída libre para las mujeres que no cubriesen tanta parte de sus piernas, o que volviesen a ponerse de moda los antiguos pantalones cortos. Por entonces las faldas se llevaban en Esparta por debajo de las pantorrillas, y las provincias copiaban la moda de la capital. Para los viajes espaciales, los diseñadores hacían prendas tipo pantalón, bastante cómodas, pero holgadas y abultadas…
—¿Cuándo llegaremos a Nueva Escocia? —preguntó ella.
—Depende del tiempo que estemos en Dagda. Sinclair quiere hacer unos trabajos exteriores mientras estamos varados. —Sacó del bolsillo la pequeña computadora y anotó rápidamente en ella—. Veamos, estamos aproximadamente a unos mil quinientos millones de kilómetros de Nueva Escocia, esto significa sobre un centenar de horas de viaje. Unas doscientas horas, aproximadamente, con el tiempo que pasemos en Dagda. Y el tiempo que nos lleve llegar allí, naturalmente. No es tanto, en realidad; queda a unas veinte horas.
—Así que estaremos aún un par de semanas por lo menos —dijo ella—. Yo creía que una vez que llegásemos aquí… —Se interrumpió, riendo—. Es una estupidez. ¿Por qué no se inventa algo que permita utilizar el Salto en el espacio interplanetario? Resulta ridículo, cruzamos cinco años luz en tiempo cero y luego tardamos semanas en llegar a Nueva Escocia.
—¿Tan pronto se ha cansado de nosotros? Es peor que eso, en realidad. El Salto consume una parte insignificante de nuestro hidrógeno… Bueno, no tan insignificante, pero no es gran cosa comparado con el que tendremos que consumir para llegar a Nueva Escocia. No tengo bastante combustible a bordo para ir directamente, en realidad tardaría por lo menos un año, pero hay más que suficiente para hacer un Salto. Todo lo que se necesita es energía suficiente para entrar en el hiperespacio.