—No es lo que parece. Es una planta del zoo pajeño —explicó Horvath.
Accionó sus controles y la imagen se aproximó y se centró en una sola forma negra que creció hasta que las líneas exteriores se difuminaron: una cara afilada y ratonesca, con malignos dientes. Pero no era una rata.
Tenía una oreja membranosa y cinco miembros. El primero de ellos, del lado derecho, era una quinta garra. Era un brazo largo y ágil, que terminaba en unas uñas como dagas curvadas.
—¡Oh! —exclamó Horowitz; miró acusador a Horvath—. Usted no me enseñó esto… más guerras, ¿eh? Una de las guerras debió de destruir tanta vida que los nichos ecológicos debieron de quedar vacíos. Pero esto… ¿consiguieron un espécimen?
—Por desgracia no.
—¿De qué degeneró? —preguntó asombrado Horowitz—. Hay mucha distancia entre el pajeño inteligente y… y eso. ¿Hay alguna casta pajeña que no me hayan enseñado? ¿Algo similar a eso?
—No, por supuesto que no —contestó Sally.
—Nadie criaría selectivamente una cosa así —musitó Horowitz—. Debió de ser selección natural… —sonrió satisfecho—. Más pruebas, si es que hacían falta. Una de sus guerras casi despobló su planeta. Y además durante muchísimo tiempo.
—Sí —dijo rápidamente Renner—. Y mientras esos seres se apoderaban de Paja Uno, los pajeños civilizados estaban fuera, en los asteroides. Debieron de procrear allí durante generaciones, Blancos y Marrones y Relojeros y quizás otros que no vimos porque no llegamos a la civilización asteroidal.
—Pero de eso también hace mucho tiempo —dijo Horvath—. Muchísimo… El trabajo del doctor Buckman sobre las órbitas asteroidales… Bueno. Quizás los Mediadores evolucionasen en el espacio antes de volver al planeta. Ya pueden ver que eran necesarios.
—Lo que significa que los Blancos son tan belicosos ahora como antes —indicó el senador Fowler.
—Ahora tienen Mediadores, tío Ben —le recordó Sally.
—Sí. Y quizás hayan resuelto su presión demográfica… ¡Doctor, quite ese maldito ser de la pantalla! Me pone los pelos de punta. ¿Por qué demonios se les ocurriría meter una ciudad destruida en un zoo?
La horrible imagen desapareció, para alivio de todos.
—Lo explicaron —Horvath parecía otra vez casi alegre—. Algunas de sus formas evolucionaron en ciudades. Un zoo completo tendría que incluirlas.
—¿Ciudades destruidas?
—Quizás para recordarles lo que pasa cuando no escuchan a los Mediadores —sugirió quedamente Sally—. Un horrible ejemplo para que teman la guerra.
—No hay duda de que es eficaz —dijo Renner; se estremeció levemente.
—Bien, resumamos. Los pajeños estarán aquí dentro de unos minutos —dijo el senador Fowler—. Uno: La tasa de reproducción potencial es enorme, y los pajeños parecen dispuestos a tener hijos en lugares donde nosotros no lo haríamos.
»Dos: Los pajeños mintieron para ocultar su elevada tasa de natalidad.
»Tres: Los pajeños han tenido guerras. Al menos tres grandes. Quizás más.
«Cuatro: Su civilización es muy antigua. Mucho, realmente. Eso parece indicar que han conseguido controlar su población. No sabemos cómo lo hacen, pero podría relacionarse con el hecho de que tengan hijos en misiones peligrosas. Debemos preguntárselo. ¿De acuerdo, por ahora?
Hubo un coro de asentimiento.
—Ahora las opciones. Primera: Podemos seguir el consejo del doctor Horvath y negociar acuerdos comerciales. Los pajeños han pedido estaciones permanentes, y el derecho a buscar y poblar mundos vírgenes dentro del Imperio y más allá de él. No insisten en el espacio interior, pero les gustaría obtener lo que nosotros no usamos, asteroides y rocas terraformables, por ejemplo. Ofrecen mucho a cambio.
Hizo una pausa por si había comentarios, pero no los hubo. Todos dejaban satisfechos que el senador resumiese lo dicho para la grabación.
—Ahora bien, esa actitud implica dejar sueltos a los pajeños. En cuanto tengan bases, no controlaremos el acceso a ellas, y es seguro que exteriores y rebeldes harán acuerdos con los pajeños. Hemos de tenerlo en cuenta, y es posible que nuestra generosidad de ahora nos proporcione más tarde su gratitud. El acuerdo inmediato tiene el apoyo del miembro de la Comisión Sandra Bright Fowler. ¿De acuerdo hasta ahora?
Hubo más síes y cabeceos afirmativos. Unos cuantos científicos miraron con curiosidad a Sally. El doctor Horvath le dirigió una sonrisa alentadora.
—Segunda opción: Acogemos a los pajeños en el Imperio. Instalamos un general gobernador, al menos en alguna colonia pajeña, posiblemente en el propio Paja Uno. Esto sería caro y no sabemos lo que pasaría si los pajeños se opusieran. Tienen un elevado potencial militar.
—Yo creo que eso sería una terrible imprudencia —dijo Anthony Horvath—. No creo que los pajeños se sometieran fácilmente, y…
—Sí. Intento exponer todas las opciones, doctor. Ahora que ha expuesto usted su objeción debo decir también que este plan tiene en principio el apoyo del Ministro de Guerra y de la mayoría de los miembros de la Oficina Colonial. Aún no tiene el de ningún miembro de la Comisión, pero pienso planteárselo a los pajeños como una posibilidad. Demonios, podrían querer.
—Bueno, si ingresan voluntariamente en el Imperio, yo lo apoyaría —dijo Horvath.
—También yo —añadió Sally.
Ben Fowler fijó sus gruesos rasgos en una máscara de contemplación.
—Yo no creo que funcionase —musitó—. Generalmente gobernamos através de los habitantes del lugar. ¿Qué premio podemos prometer por cooperar con nosotros contra una conspiración de toda su raza? Pero lo plantearemos.
Fowler se estiró en la silla. Su sonrisa cavilosa e irónica desapareció.
—Tercera posibilidad: El remedio de la glosopeda. Hubo exclamaciones de sorpresa. Horvath frunció los labios y respiró profundamente.
—¿Significa eso lo que pienso, senador?
—Sí. Si no hay glosopeda, no habrá necesidad de remedio. Si no hay pajeños, no habrá problema pajeño.
David Hardy habló en voz baja pero muy firme:
—La Iglesia se opone rotundamente a eso, senador. Y lo hará utilizando todos los medios de que dispone.
—Comprendo, padre. Me doy cuenta también de lo que pensará la Liga de la Humanidad. En realidad, la exterminación no provocada no es una verdadera alternativa. Aunque pudiéramos hacerlo materialmente, no podríamos, desde el punto de vista político. A menos que los pajeños fuesen una amenaza inmediata y directa para el Imperio.
—Y no lo son —dijo rotundamente Horvath—. Son una oportunidad. Me gustaría ser capaz de convencerle y de que lo viese así también.
—Doctor, puedo ver las cosas lo mismo que usted. ¿No se le ha ocurrido? En fin, las posibilidades son ésas. ¿Estamos preparados para recibir a los pajeños, o alguien tiene algo que decir?
Rod miró a Sally. Esto no va a gustarle…
—Senador, hemos olvidado las excavaciones de Sally… Recuerde que Sally encontró una civilización primitiva de una antigüedad no superior a los mil años. ¿Cómo eran primitivos los pajeños en fecha tan reciente?
Más silencio.
—Tuvieron que ser las guerras, ¿no es cierto? —preguntó Rod.
—No —dijo Sally—. He pensado en eso… los pajeños tienen zoos, ¿no? ¿No podría ser aquello… bueno, una reserva para primitivos? Las tenemos en todo el Imperio, reservas culturales para gente que no quiere integrarse en la civilización tecnológica…
—¿Después de un millón de años de civilización? —pregunto Renner—. Lady Sally, ¿cree de veras eso?
—Son alienígenas —dijo Sally, encogiéndose de hombros.
—No lo había olvidado —dijo Ben Fowler—. Está bien, discutámoslo. Sally, tu idea es absurda. Sabes lo que sucedió, movieron los asteroides mientras los pozos estuvieron fríos. Luego, hacia la época del Condominio, sus luchas les volvieron de nuevo a la Edad de Piedra. Supongo que nadie seguirá diciendo que no aprendieron a luchar, ¿verdad?
—Nosotros hicimos lo mismo entonces —dijo Sally—. O lo habríamos hecho, si hubiésemos estado encerrados en un solo sistema.
—Sí —contestó Fowler—. Y si yo fuese un comisionado del imperio pajeño, no dejaría a los humanos vagar por el espacio sin vigilancia. ¿Algo más?
—Sí, señor —dijo Rod—. Sally, no me gusta esto, pero…
—Adelante —gruñó Fowler.
—De acuerdo. —¿La perderé por causa de los pajeños? Pero no puedo olvidarlo sin más—. Doctor Horvath, parecía usted muy inquieto después de que llegamos a la conclusión de que los pajeños tenían una civilización milenaria. ¿Por qué?
—Bueno… en realidad por nada… salvo que… bueno, he de hacer más comprobaciones, eso es todo.
—Como Ministro de Ciencias, es usted responsable de las previsiones tecnológicas, ¿verdad? —preguntó Rod.
—Sí —admitió Horvath.
—¿En qué punto nos encontramos respecto al Primer Imperio?
—Aún no hemos llegado a ese nivel. Tardaremos aún otro siglo.
—¿Y dónde estaríamos de no haber sido por las Guerras Separatistas? ¿Si el Viejo Imperio hubiese seguido sin interrupción…?
Horvath se encogió de hombros.
—Probablemente tenga razón. Sí. También a mí me preocupa. Senador, lo que quiere decir el comisionado Blaine es que los pajeños no están lo suficientemente avanzados para haber tenido civilización un millón de años. E incluso diez mil. Posiblemente ni mil.
—Sin embargo, sabemos que trasladaron esos asteroides hace por lo menos diez mil años —exclamó Renner; había en su voz asombro y nerviosismo—. ¡Debieron de recolonizar la Paja aproximadamente cuando se inventó el Impulsor Alderson en la Tierra! ¡En realidad los pajeños no son mucho más viejos que nosotros!
—Hay otra explicación —indicó el padre Hardy—. Recolonizaron mucho antes… y tuvieron una nueva serie de guerras cada milenio.
—O incluso con más frecuencia —añadió suavemente el senador Fowler—. Y si así fuese, sabemos cómo controlan su población, ¿no les parece? ¿Qué nos dice a eso, doctor Horvath? ¿Qué nos aconseja?
—Yo… yo qué sé —tartamudeó el Ministro de Ciencias; se mordió las uñas, comprendió lo que hacía, y dejó las manos sobre la mesa, donde vagabundearon como animalitos heridos—. Creo que debemos asegurarnos.
—Eso creo yo —le dijo el senador—. Pero no perjudicaría el que… Rod, mañana trabajarás con el almirante.
—Le recuerdo, senador, que la Iglesia prohibirá a sus miembros participar en el exterminio de los pajeños—dijo Hardy.
—Eso se acerca mucho a traición, padre.
—Quizás. Pero es cierto.
—En fin, no era eso lo que yo había pensado. Quizás tengamos que incluir a los pajeños en el Imperio. Les guste o no. Puede que se sometan sin luchar si vamos allí con una gran flota.
—¿Y si no se someten?—preguntó Hardy.
El senador Fowler no contestó.
Rod miró a Sally, luego miró a su alrededor, y por último a las paredes.
Es una habitación tan corriente, pensó. No hay nada especial tampoco en la gente que hay aquí. Y aquí exactamente, en esta sala de conferencias ridiculamente pequeña en un planeta apenas habitable, hemos decidido la suerte de una raza que puede ser un millón de años más vieja que nosotros.
Los pajeños no van a rendirse. Si son lo que creemos que son, no podremos derrotarlos tampoco. Pero sólo tienen un planeta y unos cuantos asteroides. Si vinieran…
—Kelley, puede usted traer ya a los pajeños —dijo el senador Fowler. Penetraban en la estancia los últimos rayos mortecinos de Nueva Caledonia. Fuera, los terrenos de Palacio se hacían de un púrpura sombrío.