—Confía en mi habilidad, Amo. Date cuenta de que la mayoría se han tranquilizado. Los únicos que no están satisfechos son el eclesiástico y el oficial de la Marina. El Mediador Imperial está ahora indeciso, y cuando entramos en esta habitación estaba decidido en contra nuestra.
—Tengo miedo —dijo Charlie—. ¿No sería mejor decírselo todo, ahora que saben tanto? ¿Cómo vamos a poder ocultar nuestros Ciclos y nuestras pautas reproductivas secretas a la larga? Amo, me gustaría decírselo todo…
—Te callarás y dejarás que Jock hable a los humanos. Delega en ella todas las cosas que te inquieten.
—Asi lo haré, Amo. Recibí instrucciones de obedecerte. Aun así pienso que mi Amo tenía razón.
—¿Y si valoró mal a los humanos? —preguntó Jock—. ¿Y si nos consideran una amenaza para sus descendientes? ¿No nos destruirían a todos ahora, que aún pueden?
—Silencio. Habla a los humanos.
—El Embajador indica que, como el Imperio es a la vez la asociación humana más poderosa y el grupo más próximo a nuestro sector natal, va en interés nuestro establecer una alianza con el Imperio, independientemente de nuestras opiniones. Estamos rodeados.
—De eso no hay duda —aceptó Sally—. Tío Ben, ¿cuánto durará esto? Los técnicos en cuestiones económicas han hecho ya un borrador de los acuerdos ¿No podíamos pasar a estudiar los detalles?
Fowler no estaba satisfecho. Se veía en sus cejas fruncidas y en sus hombros tensos. Ya había bastantes problemas en el Imperio sin pajeños. Si la tecnología pajeña caía en manos de exteriores y rebeldes, podía pasar cualquier cosa.
—Hay un borrador de acuerdo —dijo lentamente el senador Fowler—. Antes de que se lo expongamos, tengo otra proposición. ¿Les interesa a ustedes incorporarse al Imperio? Como miembro de primera clase del sistema, por ejemplo… tendrían ustedes gobierno autónomo, representación en Esparta y acceso a la mayoría de los mercados imperiales.
—Lo hemos considerado. Llevaría tiempo estudiar los detalles…
—No —dijo decidido el senador Fowler—, eso no es posible. Disculpen, pero no tenemos intención de permitir que sus ingenieros inventen el Campo y construyan una flota de guerra. La primera condición sería admisión inmediata de observadores imperiales en cualquier punto de su sistema.
—Desarme. Confianza en sus buenas intenciones —dijo Jock—. ¿Cómo podríamos someternos a esas condiciones?
—Eso no tiene que preguntármelo a mí —dijo Ben—. Sino a ustedes.
—Dije que harían esta oferta —gorjeó Charlie.
—No podemos aceptar —afirmó Ivan—. Quedaríamos desvalidos. Suponed que los humanos son sinceros. Suponed que el Imperio no nos destruyese en cuanto se hiciera evidente nuestra auténtica naturaleza. ¿Podemos creer que dentro de unas generaciones presidiría el Imperio la misma benevolencia? Es un riesgo que no podemos correr. La raza debe asegurar su supervivencia.
—¡No hay ninguna seguridad!
—Debemos salir de nuestro sistema hacia el universo. Cuando estemos firmemente asentados en varios sistemas, los humanos no se atreverán a atacar ninguno de ellos —dijo Jock. Sus gestos mostraron impaciencia.
—¿Estás convencido de que no podemos aceptar esta oferta? —preguntó Charlie.
—Ya hemos discutido eso —dijo Jock—. Los humanos querrán llegar al final. Querrán desarmar a los Guerreros. Los Amos no permitirían eso, se lanzarían a la lucha. Habría guerra precisamente cuando los humanos lo esperasen. No son tontos, y sus oficiales de la Marina nos tienen miedo. Los observadores estarían respaldados por fuerzas abrumadoras. Si fingiésemos aceptar, se sentirían justificados para destruirnos: recordad la suerte de los planetas humanos sublevados. Esta oferta ni siquiera serviría para ganar tiempo.
—Entonces da la respuesta que acordamos —ordenó Ivan.
—El Embajador lamenta que un acuerdo de este género exceda a su autoridad. Podemos hablar en nombre de todos los pajeños, pero sólo dentro de ciertos límites; poner toda nuestra raza en vuestras manos queda fuera de ellos.
—Es lógico —dijo el doctor Horvath—. Sea razonable, senador.
—Procuro ser razonable, y no se lo reprochaba. Les hice una oferta, eso es todo. —Se volvió a los alienígenas—. Ha habido planetas incorporados al Imperio contra su voluntad. No disfrutan de ninguno de los privilegios que les he ofrecido.
—No sé lo que los Amos harían si intentasen ustedes conquistar nuestro sistema —comentó Jock—. Sospecho que lucharían.
—Perderían —dijo tranquilamente el senador Fowler.
—Haríamos lo posible porque no fuera así.
—Y al perder podrían absorber ustedes un volumen tal de nuestras fuerzas que perderíamos la mayor parte de este sector. Y el impulso unificador retrocedería quizás un siglo. La conquista resulta siempre cara. —El senador Fowler no añadió que la esterilización no; pero este pensamiento no expresado colgó pesadamente sobre la sala iluminada.
—¿Podemos hacer una contraoferta? —dijo Jock—. Permítannos establecer centros de producción en mundos deshabitados. Nosotros los terraformaremos: por cada mundo que nos den, terraformaremos otro para ustedes. En cuanto a los desajustes económicos, pueden formar empresas para establecer un monopolio en el comercio con nosotros. Parte de las acciones podrían venderse al público. Se mantendría el equilibrio para poder compensar a las empresas y trabajadores desplazados por nuestra competencia. Creo que descubrirían que esto minimizaría los inconvenientes de nuestra nueva tecnología, dándoles a ustedes al mismo tiempo todos los beneficios.
—Magnífico —exclamó Horvath—. Precisamente mi equipo está trabajando en eso. ¿Estarían de acuerdo con esto? Comercio sólo con empresas autorizadas y con el gobierno imperial.
—Desde luego. Pagaríamos también por la protección naval del Imperio a nuestros mundos coloniales… no tenemos ningún deseo de mantener flotas en las regiones del espacio que ustedes controlan. Para asegurarse, podrían inspeccionar los astilleros de las colonias.
—¿Y el planeta natal? —preguntó Fowler.
—Supongo que el contacto entre Paja Uno y el Imperio sería mínimo. Sus representantes serían bien recibidos, pero no nos gustaría ver sus naves de guerra cerca de nuestros hogares… He de decirles además que estábamos muy preocupados por aquella nave de combate que orbitaba nuestro planeta. Era evidente que llevaba armas que podían convertir a Paja Uno en un planeta casi inhabitable. Nos sometimos, llegamos incluso a invitarles a que se aproximasen más, precisamente para demostrar que no teníamos nada que esconder. Nosotros no somos una amenaza para el Imperio, señores. Como muy bien saben, son ustedes los que constituyen una amenaza para nosotros. Sin embargo, creo que podemos llegar a un acuerdo en beneficio mutuo (y para seguridad mutua) sin tensiones innecesarias y sin que una raza haya de confiar en la benevolencia de la otra.
—¿Y terraformarían un planeta para nosotros por cada uno que se quedaran? —preguntó Horvath.
Pensó en las ventajas: incalculables. Pocos sistemas estelares tenían más de un mundo habitable. El comercio interestelar era terriblemente caro comparado con el comercio interplanetario, pero las operaciones de terraformación eran aún más costosas.
—¿No es bastante? —preguntó Jock—. Supongo que se hacen cargo de nuestra situación. Tenemos sólo un planeta, unos asteroides y una gigante gaseosa que no podemos hacer habitable. Merece la pena realizar una inversión enorme de recursos para duplicar lo que tenemos. Digo esto porque es evidente, aunque sé que sus procedimientos mercantiles no suelen incluir la admisión de inconvenientes. Por otra parte, sus planetas inhabitables de órbitas propicias no deben de ser para ustedes de gran valor, porque si no los habrían terraformado ya. Consiguen, pues, algo por nada, mientras que nosotros tendremos que hacer un gran esfuerzo. ¿Les parece justo el trato?