—Magnífico para la Marina —dijo Rod—. Prácticamente una nueva flota pagada por los pajeños…
—Un momento —dijo el senador Fowler—. Estamos hablando del precio y aún no hemos decidido lo que haremos. Jock se encogió de hombros.
—Yo les hice una oferta, nada más. —Su imitación de la voz y los gestos del senador despertaron risas. Ben Fowler frunció el ceño un momento y luego rió también.
—Bueno —dijo Fowler—. No sé a qué acuerdo llegaremos, pero sí que tengo hambre. Kelley, traiga a nuestros invitados un poco de chocolate y pida la cena. Podríamos también ponernos cómodos mientras acabamos esta discusión.
54 • Fuera de la botella
—Está resuelto —informó Jock—. El senador está a punto de aceptar. Sally ya ha aceptado.
—¿ Y Blaine? —preguntó Ivan.
—Hará lo que quiera el senador, aunque preferiría estar de acuerdo con Sally. Le agradamos, y ve ventajas para la Marina. Es una lástima que se volviera loca su Fyunch(click); ahora nos sería de gran utilidad.
—¿Crees que puede resultar? —preguntó Charlie—. Jock, ¿cómo es posible? Antes de que fundemos esas nuevas colonias, los imperiales descubrirán cómo somos. Visitarán nuestro sistema, y se enterarán. ¿Qué pasará entonces?
—Nunca lo sabrán —dijo Jock—. Su propia Marina lo impedirá. Habrá visitas de naves sin armas, pero no arriesgarán más navíos de guerra. ¿Acaso no podemos engañar a unas cuantas naves llenas de humanos? Nunca podrán hablar nuestro idioma. Tendremos tiempo para prepararnos. Nunca les dejaremos ver Guerreros. ¿Cómo se enterarán? Mientras tanto, se asentarán las colonias. Los humanos no pueden tener idea de la rapidez con que podemos fundar colonias, ni de la rapidez con que podrán las colonias construir naves. Estaremos entonces en una posición de trato mucho mejor, en contacto con muchos humanos… y podremos ofrecerles lo que quieran. Tendremos aliados, y nos extenderemos lo suficientemente lejos para que ni siquiera el Imperio pueda exterminarnos. Si no pueden hacerlo con seguridad, no lo intentarán. Así es como piensan estos humanos.
El infante de marina les trajo la bebida que los humanos llamaban chocolate y bebieron con placer. Los humanos eran omnívoros, como los pajeños, pero los gustos y sabores que preferían los humanos eran generalmente insípidos para ellos. Sin embargo, el chocolate… era excelente y, con hidrocarburos extra para simular las aguas de su mundo natal, incomparable.
—¿Qué alternativas tenemos? —preguntó Jock—. ¿Qué harían si se lo dijésemos todo? ¿No enviarían su flota a destruirnos para librar a sus descendientes de nuestra amenaza?
—Apruebo este acuerdo —dijo Ivan—. Tu Amo lo aprobará también.
—Quizás —dijo Charlie; se puso a pensar, adoptando una actitud que excluía el mundo exterior. Era un Amo…— puedo aceptarlo —dijo—. Es mejor de lo que esperaba. ¡Pero es muy peligroso!
—El peligro existe desde que los humanos llegaron al sistema pajeño —dijo Jock—. Es menor ahora que antes.
Ivan observaba atentamente. Los Mediadores estaban muy alterados. La tensión había sido grande, y pese a su control exterior estaban acercándose al límite. No correspondía a su naturaleza desear lo que no podía ser, pero él esperaba que tuviesen éxito las tentativas de producir un Mediador más estable; era difícil trabajar con criaturas que podían ver de pronto un universo irreal y establecer juicios basándose en él. La regla era siempre la misma. Primero deseaban lo imposible. Luego trabajaban por conseguirlo, aun sabiendo que era imposible. Por último, actuaban como si lo imposible pudiese lograrse, y permitían que la irrealidad influyese en todos los actos. Se daba más entre los Mediadores que en el resto de las clases, pero también se daba entre los Amos.
Aquellos Mediadores estaban casi en el límite, pero aguantarían. Se preservaría la especie. Así había de ser.
—Doy mil coronas por tus pensamientos —dijo Sally. Sus ojos relampaguearon de felicidad… y alivio.
Rod se apartó de la ventana y la miró sonriendo. La habitación era grande, y los demás estaban reunidos cerca del bar, salvo Hardy que, sentado junto a los pajeños, escuchaba su parloteo como si pudiese entender algo. En realidad, Rod y Sally estaban solos.
—Eres muy generosa —dijo él.
—Puedo permitírmelo. Te pagaré inmediatamente después de la boda…
—Con los ingresos de Crucis Court. Aún no es mía, no tengas tantas ganas de eliminar a papá. Puede que tengamos que vivir aún muchos años de su generosidad.
—¿En qué pensabas? Parecías muy serio.
—¿Cómo voy a votar a favor de esto si el senador no está de acuerdo? Ella asintió sobriamente.
—Eso pensabas…
—Podría perderte por eso, ¿no es así?
—No sé, Rod. Supongo que dependería de por qué rechazases la oferta de los pajeños. Y qué aceptaras en su lugar. Pero no vas a rechazarla, ¿verdad? ¿Por qué no te parece bien lo que proponen?
Rod miró el vaso que tenía en la mano. Era una especie de bebida no alcohólica que había comprado Kelley; la reunión era demasiado importante para beber whisky.
—Por nada, quizás. Es el quizás, Sally. Mira. —Señaló las calles de Nueva Escocia.
Había poca gente a aquella hora. Los que iban al teatro y a cenar. La gente iba a ver el Palacio después del oscurecer. Pasaban marinos con sus chicas. Soldados con faldas escocesas y pieles de oso se mantenían firmes ante la garita de centinela que había junto a la entrada.
—Si nos equivocamos, sus hijos están condenados.
—Si nos equivocamos, la Marina sería derrotada —dijo lentamente Sally—. Rod, y si los pajeños salen y en veinte años se establecen en una docena de planetas. Si construyen naves. Si amenazan al Imperio. La Marina puede aún controlarlos… tú no tendrás que hacerlo, pero podría hacerse.
—¿Estás segura de ello? Yo no lo estoy. No estoy seguro de que podamos derrotarles ahora. Exterminarles, sí, pero ¿derrotarles? ¿Y dentro de veinte años? ¿Te imaginas la carnicería? Y Nueva Escocia sería el lugar más afectado. Está en su camino. ¿A qué otros mundos iban a ir?
—¿Y qué alternativas tenemos? —preguntó ella—. Yo… Rod, me inquieto también por nuestros hijos. Pero ¿qué podemos hacer? ¡No podemos hacer la guerra a los pajeños porque puedan llegar a ser una amenaza algún día!
—No, claro que no. Aquí está la cena. Y siento haber estropeado tu buen humor.
Todos reían antes de que terminara la cena. Los pajeños hicieron una exhibición: imitaciones de los personajes más famosos de la trivisión de Nueva Escocia. Al cabo de unos minutos todos los comensales reían.
—¿Cómo lo consiguieron? —preguntó David Hardy entre ataques de risa.
—Hemos estudiado su humor —contestó Charlie—. Hemos exagerado levemente ciertas características. Pensamos que si nuestra teoría era correcta, y al parecer lo era, el efecto acumulativo resultaría divertido.