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—Enviamos mensajes en la mayoría de las lenguas humanas —contestó Rod—. ¿Cree usted seguro que estuvieran vivos?

—¿Cómo saberlo? —preguntó Jock—. No se preocupen por ellos —la voz se llenó de desprecio—. No eran representantes adecuados de nuestra raza. Sus rituales incluyen sacrificios de seres inteligentes.

—¿Y cuántos de estos adoradores del Demonio hay? —preguntó Hardy—. Nunca me hablaron de ellos.

—No estamos orgullosos de su existencia —contestó Jock—. ¿Nos hablaron ustedes de los exteriores? ¿O de los excesos del Sistema Saurón? ¿Les alegra que sepamos que los humanos son capaces de cosas así?

Hubo murmullos de embarazo.

—Maldita sea —dijo Rod—. Así que estaban vivos… después de recorrer toda aquella distancia. —El pensamiento resultaba amargo.

—Veo que están alterados —dijo Jock—. Nos alegramos de que no hablasen con ellos antes de conocernos a nosotros. Su expedición habría sido de un carácter completamente distinto si ustedes hubiesen…

Se detuvo, con un gesto extraño. El doctor Horowitz se había levantado de su asiento y estaba inclinado sobre la pantalla, examinando la imagen de la máquina del tiempo. Accionó los controles de la pantalla para agrandar una de las estatuillas demoníacas. La silueta de la sonda se desvaneció, dejando la mitad de la pantalla en blanco, luego apareció otra imagen y creció y creció… Una criatura de cara de rata y agudos colmillos acuclillada sobre un montón de escombros.

—¡Aja! —gritó triunfal Horowitz—. ¡Me preguntaba quién podría ser el antepasado de las ratas! Formas degeneradas de éste…

Se volvió a los pajeños. No había en sus gestos más que curiosidad, como si no hubiese prestado atención a lo que se hablaba antes.

—¿Y para qué utilizan esta casta? —preguntó—. Son soldados, ¿verdad? Tienen que serlo. ¿Para qué otra cosa podrían servir?

—No. Sólo son mitos.

—Pamplinas. ¿Demonios con armas? Padre Hardy, ¿puede usted imaginar Demonios con rifles desintegradores? —Horowitz accionó de nuevo los controles y apareció otra vez el perfil de la sombra—. ¡Por las barbas de Abraham! Eso no es una estatua. Vamos, admítanlo, es una subespecie pajeña. ¿Por qué ocultarlo? Es fascinante… No he visto nada mejor adaptado para… —la voz de Horowitz se apagó.

—Una casta guerrera —dijo lentamente Ben Fowler—. No me extraña que nos lo ocultaran. ¿Cree usted, doctor Horowitz, que esa criatura es tan prolífica como sabernos que pueden ser los otros pajeños?

—¿Por qué no?

—Pero les aseguro que los Demonios son seres legendarios —insistió Jock—. El poema. Doctor Hardy, ¿recuerda usted el poema? Ésas son las criaturas que hacían caer los cielos…

—Lo creo —dijo Hardy—. Pero no creo que estén extintos. Mantienen ustedes a sus descendientes salvajes en los zoos. Anthony, voy a hacerle una pregunta hipotética: si los pajeños tuviesen una casta muy prolífica dedicada a la guerra; y sus Amos un afán de independencia similar a los leones terrícolas; han tenido varias guerras desastrosas; y están atrapados irremisiblemente en un solo sistema planetario: ¿Cuál es la proyección más lógica de su historia?

Horvath se estremeció. Y los demás lo mismo.

—Como… la MacArthur —contestó con tristeza Horvath—. La cooperación entre Amos cesa cuando la presión demográfica se hace lo suficientemente grave… si es que se trata realmente de una casta actual, David.

—Les aseguro que son demonios legendarios —protestó Jock.

—Creo que no podemos creer todo lo que nos dice —dijo Hardy; había una profunda tristeza en su voz—. No es que haya aceptado siempre todo lo que me decían. Los sacerdotes oímos muchas mentiras. Pero siempre me preguntaba qué estarían ocultando. Habría sido mejor que nos enseñasen algún tipo de fuerzas militares o policiales. Pero no podían, ¿verdad? Eran… —señaló a la pantalla— ésos.

—Rod —dijo el senador Fowler—, pareces muy preocupado.

—Lo estoy, señor. Pensaba lo que sería combatir a una raza que genera guerreros durante diez mil años. Esas cosas deben de estar adaptadas también a la guerra espacial. Si los pajeños adquieren la tecnología del Campo y… Ben, no creo que pudiéramos derrotarles… ¡Sería como intentar luchar contra millones de ciborgs de Saurón! Demonios, ¡un par de miles que tenían fueron capaces de mantener la guerra durante años!

Sally escuchaba desesperada.

—Pero ¿y si Jock dice la verdad? ¿Y si tiene razón? Hubo una casta guerrera, que está extinta ya, y forajidos pajeños… que quieren resucitarla otra vez.

—Es bastante fácil dé descubrir —murmuró Fowler—. Y mejor actuar deprisa, antes de que los Marrones pajeños construyan una flota que pueda detenernos.

—Si no lo han hecho ya —murmuró Rod—. Trabajan muy deprisa. Reconstruyeron la nave embajadora mientras iba al encuentro de la MacArthur. Un cambio completo, sólo entre dos Marrones y algunos Relojeros. Yo creo que el cálculo de amenaza del teniente Cargill puede resultar demasiado prudente, senador.

—Aunque no lo fuese —dijo Renner—, tendríamos de todos modos que contar con todas las naves capitaneadas y controladas por el almirante Kutuzov.

—Exactamente. Está bien, Jock. Ya ve usted nuestra situación —dijo el senador.

—En realidad no. —El pajeño estaba inclinado hacia adelante y resultaba muy extraño.

—Se lo diré más claro. No tenemos recursos para combatir a un millón de individuos que han evolucionado para la guerra. Quizás ganasen y quizás no. Si ustedes siguen conservándolos, es porque los necesitan; su sistema tiene un exceso de población y no puede permitirse mantener bocas inútiles. Si ustedes los necesitan, es porque tienen guerras.

—Comprendo —dijo Jock lentamente.

—No, no comprende —dijo el senador frunciendo el ceño—. Usted sabe algo sobre el sistema Saurón, pero no bastante. Jock, si ustedes los pajeños crían castas guerreras, nuestra especie les identificará con los saurones, y no creo que puedan hacerse idea de lo que les odiaba el Imperio, a ellos y a sus ideas de un superhombre.

—¿Y qué harán? —preguntó Jock.

—Echar un vistazo a su sistema. Pero mirar bien.

—¿Y si encuentran guerreros?

—No necesitaremos buscar mucho, ¿verdad? —dijo el senador Fowler—. Sabe usted perfectamente que los encontraremos.

Lanzó un suspiro. Su pausa para pensar fue breve… no más de un segundo. Luego se levantó y se acercó a la pantalla, caminando lentamente, como una apisonadora…

¿Qué haremos? ¿No podemos pararle?—gimió Jock. Ivan permanecía tranquilo.

—De nada serviría, y además no podrías hacerlo. Ese soldado no es un guerrero, pero va armado y tiene el arma empuñada. Nos teme.

—Pero.

Escucha.

—Llamada a la conferencia —dijo Fowler a la telefonista del Palacio—. Quiero hablar con el Príncipe Merrill y con Armstrong, el Ministro de Guerra. Personalmente, y no me importa donde estén. Quiero hablar con ellos inmediatamente.

—Sí, senador —la muchacha era joven, y el tono del senador la asustó. Comenzó a manipular su equipo, y la sala quedó en silencio durante un rato.

El ministro Armstrong estaba en su oficina. Estaba sin túnica y con la camisa desabrochada. Tenía el escritorio lleno de papeles. Alzó los ojos irritado, vio quién llamaba y dijo:

—¿Sí?

—Un momento —dijo bruscamente Fowler—. Estoy localizando al Virrey para una conferencia en circuito. —Hubo otra larga espera. Llegó Su Alteza; la pantalla mostró sólo una cara. Parecía jadear.