—Creo que ya nos ha ayudado —dijo Blaine; alzó su café y bebió—. Y gracias por el regalo.
—El bloqueo es una de las operaciones navales más caras que existen —musitó Fowler—. Nunca ha sido muy popular.
—Ah —Bury sintió que la tensión se apagaba en su interior; le dejarían con vida, pero le necesitaban… quizás pudiese conservar mucho más que la vida—. Están preocupados por la Asociación de Comerciantes Imperiales.
—Exactamente. —La expresión de Fowler era sincera.
Alivio. Por esto construiré una mezquita. Haría a mi padre inmensamente feliz, y ¿quién sabe? Quizás exista Alá después de todo. Aquella risa burbujeante aún seguía en el interior de su garganta, pues sabía que si empezaba a reír nunca podría parar.
—He indicado ya a mis colegas las desventajas de un mercado libre con los pajeños. He tenido cierto éxito en esto, aunque hay demasiados comerciantes que son como el vecino que siguió a Aladino a la cueva del Mago. El sueño de riquezas sin límites brilla más que el pozo negro de la amenaza y del peligro.
—Sí. Pero ¿puede usted controlarlos? ¿Descubrir a los que intenten sabotearnos y desbaratar sus planes? Bury se encogió de hombros.
—Con cierta ayuda. Será muy caro. Supongo que tendré que utilizar fondos secretos…
Fowler sonrió malévolamente.
—Rod, ¿qué más dijo Stone? ¿No dijo algo sobre…?
—No será necesario sacar a colación otra vez a ese hombre —dijo Bury—. Creo que tengo riquezas suficientes.
Se estremeció. ¿Qué sacaría él en limpio de aquello? Fowler quizás se propusiese arruinarle.
—Si algo exigiese recursos superiores a los míos…
—Hablaremos luego de eso —dijo Fowler—. Habrá casos en que sea así. Por ejemplo, este bloqueo va a absorber muchos de los recursos que Merrill pensaba aplicar a la unificación de Trans-Saco de Carbón. Ahora bien, me parece que un comerciante listo podría tener contactos entre los rebeldes. Podría incluso convencerles de nuestro punto de vista. Yo no sé cómo resultaría el asunto, claro.
—Comprendo.
—Pensé que usted podría hacerlo. Rod, coge esa cinta de Stone y colócala en un lugar seguro. No creo que volvamos a necesitarla.
—De acuerdo. —Rod manipuló su computadora de bolsillo. La máquina ronroneó: una música que inauguraba un nuevo tipo de vida para Horace Bury.
No habrá evasiones, pensó Bury. Fowler aceptará sólo resultados, no excusas; y mi vida estará en juego en esta aventura. No será fácil cumplir el papel de agente político de este hombre. Sin embargo, ¿qué elección tengo? En Levante no podría más que esperar lleno de miedo. Al menos así sabré lo que se trata con los pajeños… y quizás cambie su política también.
—Una cosa más —dijo el senador. Hizo un gesto y Rod Blaine fue a la puerta de la oficina. Entro Kevin Renner.
Era la primera vez que veían todos ellos al piloto jefe vestido de civil. Renner había elegido unos pantalones a cuadros escoceses y una túnica aún más chillona. Su faja era de un material parecido a la seda que parecía natural pero probablemente fuese sintético. Botas blandas, joyas; en suma, parecía uno de los capitanes mercantes de éxito de Bury. Comerciante y piloto se miraron asombrados.
—A sus órdenes, señor —dijo Renner.
—Un poco prematuro, ¿no es cierto, Kevin? —preguntó Rod—. No cesa usted en la Marina oficialmente hasta esta tarde. Renner sonrió.
—Pensé que no les importaría. Y no creo que tenga importancia. Buenos días, Excelencia.
—Ah, conoce usted al comerciante Bury —dijo Fowler—. Me alegro de ello, pues van a verse mucho a partir de ahora.
—¿Qué? —Renner se puso muy nervioso.
—El senador quiere decir —explicó Rod— que debe pedirle un favor. Kevin, ¿recuerda usted los términos de su alistamiento?
—Desde luego.
—Cuatro años, o la duración de una emergencia imperial de primera clase, o la duración de una guerra oficial —dijo Rod—. Ah, por cierto, el senador ha declarado la situación pajeña emergencia de primera clase.
—¡Un momento! —gritó Renner—. ¡No pueden hacerme esto!
—Claro que puedo —dijo Fowler.
Renner se hundió en la silla.
—Oh, Dios mío. Bueno, ustedes saben más que yo de todo esto.
—Aún no lo hemos hecho público —dijo el senador Fowler—. No queríamos asustar a nadie. Pero a usted se lo notificamos ahora oficialmente. —Fowler esperó a que Renner lo asimilara—. Por supuesto, podríamos tener una alternativa para usted.
—Gracias.
—Le incomoda mucho, ¿verdad? —dijo Rod. Estaba contento. Renner le odiaba.
—Nos hizo usted un buen trabajo, Renner —dijo Fowler—. El Imperio está agradecido. Yo estoy agradecido. Sabe, yo traje un puñado de nombramientos imperiales en blanco cuando vine… ¿Le gustaría a usted ser Barón en el próximo aniversario?
—¡Ni hablar! ¡Yo no! ¡Yo no quiero ser un aristócrata!
—Pero supongo que los privilegios le resultarían atractivos —dijo Rod.
—¡Maldita sea! Debería haber esperado hasta mañana para traer al senador a su habitación. Sabía que habría sido mejor esperar. No, señor, no convertirá usted a Kevin Renner en un aristócrata. Aún me queda mucho universo que explorar. Necesito tiempo para trabajar…
—Podría estropear su vida despreocupada —dijo el senador Fowler—. De todos modos, no sería tan fácil de arreglar. Envidia y cosas parecidas.
Pero usted es demasiado útil, señor Renner, y estamos en una emergencia de primera clase.
—Pero… pero…
—Capitán de una nave civil —dijo Fowler—. Con un título de nobleza. Y que tiene experiencia del problema pajeño. No hay duda, es usted exactamente lo que necesitamos.
—Yo no tengo ningún título de nobleza.
—Lo tendrá. Eso no podrá rechazarlo. El señor Bury insistirá en que su piloto personal tenga al menos la San Miguel y la San Jorge. ¿No es así, Excelencia?
Bury pestañeó. Era inevitable que el Imperio asignara hombres para vigilarle, y querían a un hombre que pudiese hablar con los capitanes mercantes. Pero aquel… ¿Arlequín? Por las barbas del profeta, aquel tipo sería insufrible… Horace suspiró ante lo inevitable. Al menos era un Arlequín inteligente. Quizás le fuese útil, incluso.
—Creo que Sir Kevin sería un hombre admirable para dirigir mi nave personal —dijo Bury suavemente; había sólo un levísimo rastro de disgusto en su voz—. Bienvenido a Autonética Imperial, Sir Kevin.
—Pero…
Renner miró a su alrededor como pidiendo ayuda, pero no había nadie. Rod Blaine tenía en la mano un papel… ¿Qué era? ¡El licénciamiento de Renner! Mientras Kevin observaba, Blaine fue rompiendo el documento.
—¡Está bien, maldita sea! —Renner no podía esperar piedad de ellos—. ¡Pero como civil!
—Por supuesto —aceptó Fowler—. Bueno, desempeñará usted una misión del servicio secreto de la Marina, pero no se sabrá.
—¡Por el ombligo de Dios! —la frase sorprendió a Bury. Renner rió entre dientes—. ¿Qué pasa, Excelencia? ¿Dios no tiene ombligo?
—Preveo un futuro interesante —dijo suavemente Bury—. Para ambos.
58 • Y quizás el caballo cante
El sol brillaba resplandeciente en el techo de Palacio. Nubes increíblemente blancas cruzaban el cielo, pero en la cubierta de aterrizaje sólo se apreciaba una ligera brisa. El sol era cálido y suave.
Un almirante y dos capitanes estaban a la entrada de un bote de aterrizaje. Frente a ellos había un pequeño grupo de civiles, tres alienígenas con grandes gafas oscuras y cuatro infantes de marina armados. El almirante ignoró ostentosamente a los pajeños y a su escolta y se inclinó dirigiéndose a los civiles.