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– ¿Quiere usted decir que…?

Valerie le ofreció su extraña y triste sonrisa.

– Quiero decir que Florian me tiene absoluta confianza y que yo puedo influir en él para que haga casi cualquier cosa, cuando resulta necesario. Pues bien, yo quiero que él esté con usted en Resurrección Dos. Yo creo que, por encima de su orgullo, él desea estar allí. Yo me encargaré de que él se reúna con usted en Amsterdam. Casi puedo garantizarle que lo hará, digamos, en una semana. Necesitará una semana para recuperarse. Después de eso, usted lo tendrá a su lado; amargado, elusivo, rencoroso, pero siempre entusiasmado y haciendo el trabajo que usted necesita que se haga. Lo tendrá con usted; le doy mi palabra. Gracias por su paciencia… y… y por la cerveza. Será mejor que me marche.

Fue hasta más tarde (después que consiguió un taxi en Hampstead y se recordó a sí mismo que debía telefonear al doctor Jeffries para informarle que ya contaba con un asesor-traductor), que Randall desdobló la edición vespertina del London Daily Courier.

En la primera página, el encabezado a tres columnas le saltó a la vista:

MAERTIN DE VROOME INSINÚA EL

DESCUBRIMIENTO DE UN SORPRENDENTE NUEVO

TESTAMENTO; NIEGA LA NECESIDAD DE OTRA

BIBLIA. CALIFICA EL PROYECTO DE

«INÚTIL E IRRELEVANTE»

La noticia estaba fechada en Amsterdam. La referencia y el crédito decían: «Exclusiva de Nuestro Corresponsal, Cedric Plummer. Primera de Tres Partes.»

«Tanto secreto -pensó Randall- para llegar a esto.»

Descorazonado, había intentado leer el artículo bajo la débil luz del taxi.

Plummer había obtenido una entrevista exclusiva con el cada vez más popular revolucionario de la Iglesia protestante, el reverendo Maertin de Vroome, de Amsterdam. El augusto clérigo había declarado que disponía de información secreta en el sentido de que, en base a un descubrimiento arqueológico recientemente realizado, se estaba preparando una flamante traducción del Nuevo Testamento que pronto sería puesto a la venta, como un engaño al público, por un sindicato internacional de comerciantes editores apoyados por los codiciosos miembros ortodoxos de la tambaleante Iglesia mundial.

«No necesitamos otro Nuevo Testamento para hacer relevante la religión en este mundo cambiante -según citaban a De Vroome-. Necesitamos reformas radicales dentro de la religión y de la propia Iglesia; cambios en el clero y en las interpretaciones de las Escrituras, para hacer que la religión tenga de nuevo un sentido verdadero. En estos tiempos de inquietud, la fe requiere de algo más que nuevas Biblias, nuevas traducciones o nuevas anotaciones basadas en otro nuevo descubrimiento arqueológico, para que tenga un valor real para la Humanidad. La fe requiere de una nueva casta de hombres de Dios que trabajen por el bienestar de los hombres que viven sobre esta Tierra. Ignoremos o boicoteemos este constante comercialismo de nuestras creencias. Resolvámonos a resistir otro irrelevante e inútil Libro Sagrado, y en su lugar hagamos relevante el mensaje del Jesús simbólico, familiarizado ya con la gente que padece y sufre en todas partes del mundo.»

Y decía más, mucho más acerca de lo mismo.

Pero en ninguna parte de la noticia había siquiera un solo hecho concreto. Ninguna mención de Ostia Antica, ni de Resurrección Dos; ni siquiera mencionaba por su nombre al Nuevo Testamento Internacional.

El reverendo Maertin de Vroome conocía sólo los primeros rumores, y ésta no era más que su advertencia inicial hacia los miembros de la Iglesia establecida, contra quienes se estaba preparando para la batalla.

Randall cerró el periódico. Después de todo, Wheeler no había exagerado la necesidad de una estrecha seguridad. Con un personaje tan poderoso como De Vroome ya tras ellos, el futuro del proyecto podía estar en grave peligro. Como parte del proyecto, el propio Randall se sintió amenazado y temeroso.

Y entonces, otro pensamiento lo intimidó.

Acababa de responsabilizarse de haber logrado arreglar el viaje a Amsterdam de un joven disgustado y amargado llamado Florian Knight. Si Maertin de Vroome era enemigo de Resurrección Dos, entonces ese clérigo podría encontrar en el doctor Knight un aliado que odiara el proyecto aún más que él.

Sin embargo, De Vroome no había penetrado todavía las defensas internas de Resurrección Dos. Pero cualquier día, con la presencia en Amsterdam del doctor Knight, el reformista radical podría, después de todo, tener su propio caballo de Troya.

Randall se preguntaba qué era lo que debía hacer.

Decidió que vigilaría y esperaría, y que trataría de averiguar si el caballo de Troya estaba destinado a permanecer vacío o si se convertiría en un portador de destrucción para lo que se había convertido en su última esperanza sobre la Tierra.

III

Desde su asiento junto al pasillo del jet de la compañía holandesa KLM, Randall se inclinó sobre Darlene a tiempo para alcanzar a echar un vistazo a la capital de los Países Bajos, que se encontraba muy por debajo de ellos. Amsterdam semejaba un tablero de ajedrez grisáceo y enmohecido, con las casillas ocupadas por torres en espiral y construcciones al estilo de los cuentos de hadas, y subrayados por las brillantes líneas líquidas que reflejaban los canales de la vieja ciudad.

En sus años oscuros, cuando aún vivía con Bárbara, Randall había estado una vez en Amsterdam durante dos días, y había contemplado la ciudad rutinaria, impacientemente: la plaza principal, conocida como Dam, la zona comercial llamada Kalverstraat, la Casa de Rembrandt, y las pinturas de Van Gogh en el Museo Stedelijk.

Ahora, desde su asiento en el avión, esperaba con entusiasmo el momento de retornar. Lo que allí le esperaba prometía toda una nueva vida. Incluso la velada amenaza implícita en aquel diario vespertino de Londres, la entrevista que alguien llamado. Plummer había hecho al formidable reverendo Maertin de Vroome, añadía un aire de incertidumbre y riesgo y, por lo tanto, estimulaba su visita. Dentro de ese tablero, allá abajo, dos fuerzas antagónicas se movían secretamente una contra la otra: las legiones ortodoxas de Resurrección Dos, que pretendían salvar y reforzar la fe existente, se oponían a un revolucionario llamado De Vroome, que quería asesinar al Jesucristo vivo y destruir una Iglesia que había existido desde el siglo primero.

Randall se divertía interiormente con el modo simple como había alineado, en blanco y negro, los pros y los contras, como si estuviera confrontando a uno de sus clientes industriales contra un competidor; como si estuviera escribiendo apresuradamente una gacetilla para la Prensa. Sin embargo, durante mucho tiempo había sido condicionado a la lealtad hacia sus clientes, y así seguía entendiéndolo.

Randall se preguntaba si Wheeler y los demás habrían visto el artículo de Plummer en primera plana, y en tal caso, cuáles habrían sido sus reacciones. Se preguntaba también si debería mencionar la entrevista cuando se encontrara con Wheeler, que estaría esperándolo con un automóvil en el aeropuerto de Schiphol. Dedujo que estaba perdiendo el tiempo; por supuesto que Wheeler y los otros sabrían ya acerca del artículo de Plummer.