– ¿Es cierto que se han cargado al sospechoso?
– Es cierto.
– ¿No será un farol?
– Yo estaba allí y lo vi, le dispararon a quemarropa. No lo reconocí en el momento porque se había cortado el pelo y afeitado la barba, pero su identificación es definitiva. Se trata de SNP.
– Jamás vi a ese individuo. Cada vez que me tocaba turno de vigilancia, me ponía de acuerdo con mi compañero y salía corriendo a ver a Nedjma.
– El arma que le encontraron es la tuya, la misma que sirvió para el atentado contra Thobane y que mató a su chófer. Tienes que recordar cómo la perdiste.
Sus dedos ascienden por mi brazo y buscan un punto de apoyo. Quiere tomarse su tiempo, pero no se lo permito.
– Lino, no me van a permitir volver a verte. Así que no tendremos oportunidad de recordar tranquilamente lo que te ocurrió aquella noche. Éste es el momento de refrescar la memoria, pues no habrá otro.
Lino asiente con la cabeza. Un hilo de sangre sale de un absceso reventado en la sien y corre por su mejilla.
– No he parado de pensar en aquel día, Brahim. No pienso en otra cosa desde que me encerraron. Sé que una chispa bastaría para aclarar todo este asunto.
Sacude la barbilla desesperadamente:
– Lo siento, es como un agujero negro.
Regresa el macaco, con el ojo puesto ostensiblemente en su reloj. Me levanto. Lino comprende que la visita ha acabado. Se agarra a mi brazo. Lo que leo en su mirada me traspasa como un puñal. Su boca se estremece en medio de sus resquebrajaduras, intenta decirme algo pero, consciente de mi enorme desazón, cambia de opinión y se tumba en su rincón con los ojos mirando al suelo.
Capítulo 15
– Pienso que lo drogaron -dice Serdj dándole una calada a su colilla-. ¿Cómo quieres que recuerde algo después de lo que le han hecho? Estaba grogui cuando lo entregaron a sus torturadores. Estoy seguro de que ni siquiera le dieron tiempo para comprender lo que le estaba ocurriendo. Con los golpes que le han dado en la cabeza y las humillaciones por las que ha pasado no me extraña que no recuerde nada.
Miro mi taza sin abrir la boca.
Nos encontramos en la terraza de un café de Belcourt, lejos de mis colegas y de mi gente, dándole vueltas y más vueltas al hipotético balance de nuestras investigaciones en torno a un imbebible café de puchero.
Serdj aplasta su colilla en el cenicero.
Está agotado.
Llevamos seis días correteando, cada cual por su lado, tras un testigo providencial que pueda aportar alguna esperanza a nuestras pesquisas. Nada de nada. Serdj se ha metido en un centenar de tugurios con la foto de Lino por delante. Ni un barman, ni un borracho, ni una prostituta han arqueado la ceja. Yo, por mi parte, he vuelto a la casilla de salida para reconstituir la cronología de los hechos. Dos vecinos de Hach Thobane, una anciana y un joven cantante melódico, me han asegurado que el tipo que acechaba el regreso del zaím a su casa, emboscado muy cerca del número 7 del Camino de las Lilas, usaba un walkie-talkie. Cinco minutos antes de que llegara la víctima, oyeron el chisporroteo del aparato y algunos fragmentos de instrucciones incomprensibles, por lo que se supone que el matón tenía al menos un cómplice. Esa posibilidad, en vez de animarme, me fastidia. Hasta ahora, mi afecto por Lino y el temor de no poder sacarlo del atolladero en que se había metido no me sirvieron de mucho. Mis sentimientos se imponían a mi imparcialidad y no me permitían ver las cosas con claridad. Luego, una noche, decidí adoptar otra actitud. Si quería avanzar, tenía que aparcar mis cuitas y plantearme las cosas con mayor rigor. Soy poli, y un poli se mueve por lógica: ¿y si Lino estuviese metido en este asunto? ¿Y si realmente se hubiese dejado llevar por su odio y sus celos? ¿Al fin y al cabo, por qué no? No colabora, se escuda en una amnesia discutible, sabía quién era SNP, su arma es el cuerpo del delito, tenía móvil y ninguna coartada… Es triste plantearse ese tipo de hipótesis pero, desde un punto de vista profesional, el puzle resulta menos caótico. Lino no estaba sereno en aquel momento. Quizá acabara tomándose en serio sus amenazas. Desde ese punto de vista, el asunto se desenmaraña algo y no se presta a tanta confusión. Si se descarta este aspecto, nos mantenemos en la indefinición y no sabemos por dónde tirar. Lo que no veo nada claro es la chapucera puesta en escena del aparcamiento del Marhaba. ¿Por qué liquidaron a SNP? Acorralado como estaba, le podían haber esposado. Quizá fuera para poner término a un escándalo molesto para todo el mundo, especialmente para Hach Thobane, que, según las últimas noticias, ha puesto una denuncia a todos los periódicos que se hicieron eco del caso. Esta manera de funcionar es muy propia de nuestra tierra. Cualquier cotilleo susceptible de perjudicar el avance de la revolución se yugula de inmediato. Dentro del desafuero político ambiental, el rumor no tarda en convertirse en cataclismo. Así, el régimen sólo debe su longevidad al letargo en que mantiene al pueblo llano…
He vuelto dos veces a ver al profesor Aluch. Necesitaba conocer mejor a SNP. El profesor Aluch me ha puesto otras grabaciones, que tampoco me han permitido conocer mejor al personaje. Su identidad se va desgranando al compás de sus delirios. Su expediente es tan pobre como el examen de un pésimo alumno. Sin filiación ni pasado, sigue siendo un enigma.
– ¿Va a tomar otra cosa? -me pregunta un camarero con la bandeja en la mano.
Consulto a Serdj:
– Yo nada -me dice.
– Yo tampoco.
El camarero no se mueve, como molesto.
– ¿Y bien? -le pregunto.
– Pues que llevan ustedes aquí varias horas y sólo han consumido una vez.
– ¿Y qué?
– Que si todos los clientes hicieran lo mismo, acabaríamos cerrando.
Serdj echa atrás su silla.
– Tienes razón, nos largamos.
Me levanto a mi vez y pago. Antes, este tipo de descortesía me sacaba de quicio. Está claro que estoy de capa caída, pues ya no me lo tomo tan en serio.
Serdj propone dejarme en casa. Como mi reloj marca las tres y treinta y ocho, y no pinto nada a esta hora en casa, le pido que me lleve a la oficina.
Me encuentro con Baya espolvoreándose el morrito tras una pila de asuntos pendientes. Pone mala cara porque pretendía largarse en seguida. Suelta su bolso y pospone sus proyectos de fin de jornada. A veces, la obligo a quedarse conmigo hasta muy tarde. Antes esto le fastidiaba sus proyectos orgiásticos y el disgusto le duraba varios días. Pero desde que Lino está consumiéndose en las mazmorras del SI y del OBS, es capaz de renunciar a la cita de su vida con tal de sentirse útil.
– Si quieres, puedes irte.
– No tengo prisa.
– ¿No fue al albino al que vi la otra noche?
No cabe en su propia timidez:
– No es albino, es pelirrojo.
– Qué suerte tienes. Dicen que los pelirrojos son unos sementales de cuidado. Por eso les arde hasta la cara.
Se le diluye la sonrisa en el fuego de sus pómulos, y clava su mirada en el suelo:
– Apenas acabamos de conocernos, comisario. No sabemos nada el uno del otro. Por favor, yo no me embarco en una aventura así porque sí. Ya no me chupo el dedo.
– Hay algo más que el dedo.
Baya se me pone carmesí. Aunque finja indignación por mis palabras, sé que le encanta que hablemos así de cuando en cuando. A ella y a sus propios fantasmas.
– ¿Hay algo nuevo?
Me dice sin levantar la cabeza que el profesor Aluch quiere hablar conmigo.
– Ponme con él y luego lárgate. Esta tarde no te necesito.
Asiente con la cabeza.
El profesor está sobreexcitado.
Casi se me sale del auricular.