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Skye, lady O'Flaherty.

Niall no quería creer lo que había leído. Después de todo, no conocía la letra de Skye. ¿Se trataba de un truco? La letra, sin embargo, era dulce, redondeada, femenina y reconoció el sello de cera que ella llevaba en su anillo. Tal vez la habían forzado a escribir eso. Pero él sabía lo terca y empecinada que era Skye. Si no hubiera querido hacerlo, no habrían podido obligarla ni quemándole la planta de los pies con carbones encendidos. ¡Al diablo con ella! ¡Al diablo con ella! ¿Eso era todo lo que él significaba? ¿Una vergonzosa noche? Al infierno con esa putita del diablo. Angustiado y desesperado como nunca en su vida, Niall se tragó las lágrimas y aceptó con voz ronca:

– Me casaré con Darragh O'Neill.

Después dejó caer la carta al suelo y se alejó sin mirar atrás.

El MacWilliam esperó un momento, hasta asegurarse de que su hijo se había marchado, y dijo:

– Podéis entrar, capitán MacGuire. Volved y decidle al O'Malley que su trampa ha funcionado. Mi hijo se casará dentro de tres semanas y no causará más problemas.

MacGuire asintió, hizo una reverencia y salió sin decir palabra.

A solas, el MacWilliam sintió que le remordía la conciencia. Amaba a su hijo hasta la locura y odiaba negarle lo que realmente quería. Sin embargo, si le daban a elegir entre una O'Neill y una O'Malley como nuera, la elección estaba clara. Sí, Niall se acostumbraría a Darragh O'Neill. Y en estas fechas, dentro de un año, él tendría un nieto, un nieto varón.

Capítulo 4

Durante la estancia de Skye en St. Bride's le sucedió algo muy hermoso. Un día, caminando sola por la playa, se encontró con un cachorro de sabueso herido. La pobre criatura estaba casi muerta de hambre, se le marcaban las costillas y tenía el pelo tan sucio y cubierto de sal que era difícil adivinar su color. Se había enganchado una pata en una grieta entre las piedras. Skye lo oyó ladrar y se le acercó. El animal la miró esperanzado y movió la cola en señal de amistad.

– Vaya, pobrecito -murmuró Skye, e intentó liberarlo. Apartó con cuidado las rocas que aprisionaban la pata. El perro gruñó pero no intentó morderla. Skye lo palmeó suavemente-. Vamos, perrito, ven conmigo y te buscaré algo de comida. -El perro se puso en pie como pudo y la siguió, renqueando.

Las monjas se compadecieron de él tanto como Skye y permitieron que Skye lo retuviese en el convento. Su origen y su dueño era un misterio. Los campesinos dijeron que tal vez fuese uno de los perros que perseguían lobos para el rey. Los campesinos solamente mantenían perros de trabajo, terriers, mastines, mestizos. Ese sabueso irlandés, el gran matador de lobos y jabalíes, era propiedad exclusiva de las clases gobernantes, al igual que los setters.

Skye lo llamó Inis, el nombre del sabueso favorito de Partholan, uno de los primeros pobladores de Irlanda. Inis se apegó a ella con una devoción especial. Caminaba junto a ella en los paseos matinales, navegaba en el bote y dormía en su habitación cada noche, tendido a los pies de la cama.

En pocas semanas, recuperó su peso y su tamaño normales, unos ochenta kilos y un metro de alto. Cuando lo bañaron, su pelo se convirtió en un manto gris plateado que hacía que Skye recordara los ojos de Niall. Las orejas y las puntas de las patas eran negras. Y era su más fiel amigo: sus ojos brillaban de placer cada vez que la miraba.

Skye necesitaba del amor del perro, porque Niall Burke parecía haberla olvidado por completo. Y un día llegó su sangre de todos los meses, justo a tiempo. Skye lloró abrazada al suave cuello de Inis porque ahora sí estaba desesperada.

La Reverenda Madre Ethna le envió un mensaje al joven O'Flaherty para informarle de que su esposa no estaba embarazada y, una semana después, Dom vino a llevársela. La Reverenda Madre lo condujo en persona a las habitaciones de Skye.

– Habría venido antes -dijo él con una sonrisa desagradable-. Pero tuve que asistir a la boda de Niall Burke y Darragh O'Neill.

Skye se desmayó. Cuando volvió en sí estaba tendida en la cama. Oyó que Dom le decía, solícito, a la monja:

– No pensaba que las noticias de la boda de lord Burke fueran a afectarla de esa forma…

– ¿No, mi señor? -preguntó Ethna O'Neill con frialdad.

O'Flaherty sonrió y siguió hablando, sin dejarse herir por el sarcasmo de la monja:

– Me doy cuenta de que no es habitual que un caballero pase la noche en vuestro convento, pero no creo que deba mover a mi esposa hasta que se recupere de su desvanecimiento.

La Reverenda Madre decidió que Dom O'Flaherty no le gustaba, pero estaba de acuerdo con él en que Skye debía quedarse esa noche en el convento. Tuvo que asegurarle que, aunque no era usual, no estaba prohibido que un hombre pasara la noche bajo el techo de St. Bride's. Dom se lo agradeció con amabilidad y le preguntó si podía llevarse al perro de su esposa, hacer que lo alimentaran y dejarlo con sus hombres y sus caballos en el establo. Inis, que odió a Dom apenas lo vio, salió de la habitación protestando.

Ahora estaban solos. Dom O'Flaherty se acercó a su esposa y le susurró con frialdad:

– Ya te has recuperado de tu desmayo, Skye. Levántate y recibe a tu señor como corresponde.

Ella se levantó con lentitud y le dio un fugaz beso en la boca. Él sonrió y la abrazó con firmeza. Ella se puso tensa y él se rió.

– No te gusto, ¿eh, esposa mía? ¡Qué lástima! Muy pronto tendrás que someterte en cuerpo y alma a mis deseos y ser sólo mía. Y cuando esté bien dentro de ti, olvidarás para siempre a Niall Burke… -La buscó con la boca y ella respondió a puñetazos. En ese momento, alguien llamó a la puerta. Dom ahogó una maldición y dijo con rabia-: Adelante.

Entraron, sin levantar la vista del suelo, dos monjas con bandejas de comida. Depositaron las bandejas en la gran mesa junto al refectorio y se retiraron. Skye se liberó del abrazo de su esposo.

– ¡Qué buenas son! -dijo con alegría-. Nos han traído la cena.

– No tengo apetito aún -protestó Dom con voz ronca.

Ella levantó la tapa de una fuente.

– Mira. ¡Camarones hervidos! Y hay capón y cordero suave. Si no lo comemos ahora, se nos enfriará.

– ¡Déjalo! -La tomó con rapidez por detrás y le desató los lazos del vestido. Posó sus manos sobre los senos descubiertos-. Yo tengo hambre de esto, Skye -dijo, y le apretó los senos con fuerza-. La comida esperará. Ya te he soltado los lazos. Ve al dormitorio y termina de desvestirte. Espérame en la cama.

Ella cerró los ojos tratando de retener las lágrimas.

– ¡Por favor, Dom! -rogó-. ¡Aquí no! Haré lo que quieras, pero no en esta casa sagrada. ¡No aquí!

– No lo había pensado de ese modo -dijo él-, pero la idea de acostarme contigo en un convento me gusta mucho. ¿Hacemos como si fueras una joven monja que está a punto de ser violada por un capitán pirata? -Ella palideció ante el sacrilegio y él le ladró-: ¡Rápido, Skye! Estoy en celo, te deseo…, me han negado mis derechos maritales durante más de un mes… -Y puntuó las palabras con una suave caricia en la mejilla de su esposa.

Skye quería luchar contra él, pero las novedades sobre la boda de Niall la habían derrumbado y no tenía fuerzas para hacerlo. Huyó al dormitorio y, con dedos temblorosos, se sacó la ropa y se acostó en la gran cama. Un momento después entró Dom bebiendo vino en una copa. Dejó la copa vacía sobre la mesita de noche y se desnudó delante de Skye. Cuando se acercó para entrar en la cama, ella reprimió apenas un grito de terror. Niall era un hombre bien dotado, pero el miembro de su esposo era enorme, antinatural. Dom se rió al ver su miedo.

– ¡Las putas de París me llaman le taureau! ¿Sabes lo que significan esas palabras?

Ella asintió, aterrorizada.

– El toro. -Su voz era apenas un susurro.

– ¡Sí, el toro! -confirmó él con orgullo-. Y lo soy, esposa mía. Ahora ábrete bien. ¡Tengo algo para ti! -Retiró las sábanas de un manotazo y ella cubrió sus senos con las manos. Él se inflamó de lujuria al ver el cuerpo desnudo de la mujer que lo había evitado durante tanto tiempo y se abalanzó sobre ella.