El cada noche intentaba hacerle el amor a su esposa. La inexperiencia de Darragh le impedía comprender la paciencia de su esposo. Estaba decidida a resistirse, pero también él se mostraba firme en el empeño de que ella finalmente se rindiera. Y entonces, Darragh le informó de que sería su esposa sólo para guardar las apariencias. Su virginidad le pertenecía a Dios.
– No puedes forzarme como hiciste con la pobre Skye O'Malley, milord. ¡Apenas si puedo imaginarme la vergüenza de esa pobre chica! -dijo en tono virtuoso.
La cabeza de Niall giró con rapidez inusitada al oír el nombre de Skye. Miró con asco a la criatura piadosa, fría, sin sentimientos que le habían dado por esposa. Una niña de piel pálida y pecho chato con ojos azules y acuosos, cabello casi blanco por lo claro y una boca pequeña. ¡Dios, cómo podía compararla con Skye y sus pequeños senos redondeados, su cabello negro azulado y sus ojos verdiazules! ¡Skye! La esposa de Dom O'Flaherty por su propia voluntad…, una mujer que le había dado sólo una noche de placer para luego destruir su felicidad para siempre con una carta fría y desagradable… Skye le daría hijos a Dom. Así que, decidió con rabia, lo mismo haría Darragh O'Neill con Niall Burke, su esposo.
Al ver la decisión amarga en esos ojos de plata, Darragh cayó de rodillas y tomó entre sus dedos las cuentas de su rosario. Sus labios se movieron en silenciosa plegaria. Niall le arrancó el rosario con furia y la puso en pie. Le quitó el camisón blanco de un manotazo y la tomó entre sus brazos. La besó con fuerza, obligándola a abrir los finos labios. Ella luchó, arañándolo con sus afiladas uñas y gritando como una fiera acosada. Darragh creía realmente que Dios fulminaría a su esposo con un rayo como castigo a su maldad y rezó para que el Señor lo matara. Cuando cayeron sobre la cama y ella sintió que la masculinidad de él entraba en su cuerpo virgen, llamó a todos los santos del calendario para que la protegieran. Pero pronto, entre sollozos, le rogó que continuara; sus delgadas piernas cruzadas sobre la espalda de Niall y sus muslos siguiendo el ritmo marcado por sus embestidas.
Al acabar, él sintió asco de sí mismo. Y de ella. Nunca había forzado a una mujer, pero ella lo había obligado con sus negativas y la mención de su amada Skye, Skye la traidora.
«¡Mujeres! ¡Todas son iguales! Dicen una cosa y piensan otra.» Junto a él, su esposa temblaba y se quejaba.
– ¡Me has hecho daño! ¡Me has hecho daño!
– Siempre duele la primera vez. La próxima será más agradable.
– No vas a hacerme esto otra vez. ¡Nunca más!
– No habrá concepciones inmaculadas en mi familia, esposa, y además, te ha gustado. Lo sé, siempre se sabe cuándo una mujer lo disfruta, querida mía. Y, te guste o no, es tu obligación darme hijos. Tal vez hasta llegues a admitir que te gusta. No hay nada malo en que una mujer goce con su esposo.
– ¡Nunca! -le escupió ella mientras él la abrazaba de nuevo y trataba de acariciar su tenso y rígido cuerpo-. Lo toleraré porque veo que es voluntad de Dios, pero cada vez que metas esa cosa horrible en mi cuerpo, voy a odiarte con toda mi alma.
– Como quieras, querida mía -dijo él-. Pero recuerda que yo no deseaba este matrimonio. Menos que tú. Hubiera preferido que te quedaras en tu convento. -Y volvió a hundir su sexo en ella. Ella gritó-. Dame un par de hijos, Darragh y te dejaré en paz para siempre -prometió él.
Y en la costa, en la otra orilla, en la isla de Innishturk, Dom O'Flaherty se inclinó sobre su hermosa mujer, jadeando plácidamente. Skye era una mujer demasiado sensual para negarle un alivio a su cuerpo.
Se dejó ir en un mundo de sensaciones agradables y entonces escuchó gemir a su esposo. Él la montó. Ella no había gozado todavía pero a él no le importaba. A Niall le habría importado. Ella volvió la cabeza para que Dom no pudiera verla y una lágrima se deslizó por sus mejillas. ¡Al infierno con Niall! ¿Nunca dejaría de sentirse perseguida por su recuerdo?
Capítulo 5
El MacWilliam había ordenado a sus vasallos pasar los doce días de Navidad con él. Llegaron vasallos de todo Mid-Connaught, entre ellos Dom O'Flaherty y su esposa.
La hospitalidad fue generosa porque a diferencia de sus vecinos menos poderosos, el castillo del MacWilliam había crecido a través de torres interconectadas en los años de su gobierno y ahora era una gran fortaleza de piedra, construida en el centro de una superficie cuadrangular de jardines y piedras según las líneas de la arquitectura normanda.
Los invitados disponían de cómodas habitaciones. Aunque el castillo del padre de Skye era muy hermoso y estaba muy bien amueblado, el del MacWilliam parecía el de un rey.
Había cuatro O'Flaherty que disfrutaban de la generosidad de su señor.
El padre de Dom, Gilladubh, y su hermana menor, Claire, habían venido con Dom y Skye. Skye esperaba encontrar allí un marido para Claire, pero ni su padre ni su hermano parecían darse cuenta de que a los catorce años, Claire parecía una vieja criada.
En realidad, no era fea, lucía trenzas espesas, de color pajizo; los ojos de Dom, pálidos y azules, y mejillas rosadas. Pero había algo pérfido y sibilino en ella, algo que a Skye no le gustaba. En las dos o tres ocasiones en que había intentado corregirla por faltas menores, Claire se había quejado a su padre y hermano y éstos le habían dicho que la dejara en paz. A espaldas de los hombres, Claire se había reído de su cuñada. Pero Skye se vengó en parte cuando descubrió a la hermana de su esposo tratando de robar sus joyas. Le tiró con fuerza de las orejas (con sumo placer, por cierto) y le advirtió que si la descubría intentando robarle algo, ordenaría que la raparan.
– Y si te quejas a Dom o a tu padre, querida cuñada -dijo con la voz saturada de dulzura-, te quedarás pelada durante un año.
Claire O'Flaherty no necesitaba más advertencias. La feroz mirada de Skye la convenció de que la esposa de su hermano no era la lánguida tonta que ella había creído al principio. Desde ese momento, las dos mujeres se odiaron silenciosamente y llevaron a cabo una guerra secreta. Skye estaba decidida a casarla tan pronto como fuera posible para sacarla de la casa.
Skye se había enterado de que Niall estaría en el castillo de su padre esa Navidad. Pronto supo además que iba a ser el anfitrión de la fiesta porque su padre sufría de un ataque de gota. Si ese hombre esperaba ver su corazón destrozado, ella le probaría que estaba muy equivocado. En los seis meses que hacía que Dom se la había llevado de St. Bride's, había conseguido una especie de paz interior. No amaba a su esposo ni lo amaría nunca, pero sabía fingirse obediente esposa.
Su suegra había muerto hacía muchos años y todas las responsabilidades de la casa habían quedado en sus manos. A Claire no parecía importarle y eso agradaba a su suegro. Gilladubh O'Flaherty era una versión envejecida de Dom, un lujurioso lleno de pompa que adoraba los buenos vinos y el whisky. Skye pronto aprendió a esquivar sus manos, que eran muy rápidas, y una vez le arrojó un candelabro y lo amenazó con contarles a todos sus intentos de seducción.
Sentada en la lujosa cama de huéspedes de los MacWilliam, vestida sólo con enagua y su corsé adornado con cintas, se cepilló el cabello con gesto apresurado, violento. Esa noche, Skye O'Malley estaría más hermosa que nunca y se enfrentaría con la cabeza bien alta a la arrogancia de los Burke y los O'Neill. Era una suerte tener un guardarropa tan bien provisto, mejor que el de la mayoría de las mujeres: era una suerte que su padre siempre hubiera hecho todo lo posible por mimar su belleza.
Mag, su nueva dama de compañía, trajo el vestido y lo colocó con sumo cuidado a los pies de la cama. Trajo también un espejo pequeño. Skye se sombreó los ojos con polvo negro y coloreó con un leve rastro de rojo sus mejillas, para que su piel tuviese un tono delicado y la mostrara rebosante de salud. Su cabello negro y brillante había sido peinado con raya al medio y caía graciosamente rizado a ambos lados de la cabeza. Se había echado sobre el profundo valle del pecho, entre los senos y la base del cuello, unas gotas de un raro perfume, creado especialmente para ella con esencia de rosas y almizcle. ¡Que Niall oliera las rosas en su cuerpo! ¡Que recordara y supiera que a ella no le importaba que le hubiera abandonado!