Dom la miró extrañado, pero antes de que pudiera decir nada, Anne O'Malley se acercó a saludarlos. Envió a Dom a reunirse con sus amigos y luego se acomodó con cuidado y miró a su hijastra.
– ¿Te parece sensato insultar así a Niall Burke y su esposa? -le preguntó.
– ¿Te parece sensato lo que él ha hecho conmigo?
– Todavía lo amas.
– ¡Lo odio! Por el amor de Dios, Anne, hablemos de otra cosa. El bebé hace que siempre me esté preocupando por todo y llore por cualquier cosa. Preferiría que la gente no me malinterpretara.
– Claro -dijo Anne O'Malley con calma-. No serviría de mucho que Niall Burke pensara que lloras por él.
– Nunca me había dado cuenta hasta hoy de lo mala que puedes ser cuando quieres, madrastra -dijo Skye, con voz tranquila.
Anne se rió.
– Ah, el bebé te pone nerviosa, ¿no es cierto?
– Será un varón -dijo Skye-. Dom y su padre están convencidos de que será niño y no aceptarán otra cosa.
– Ya veo. Y fuera de eso, ¿cómo te va?
– Bastante bien en realidad, Anne. Papá me hizo un gran servicio casándome con Dom. Tengo un marido con deseos perversos y un suegro con el mismo defecto… La hermana de mi esposo es una perra infernal que se pasa el día robándome cuanto puede y quejándose a su hermano y a su padre cuando la atrapo. Es una familia encantadora…, sí, estoy profundamente agradecida por la elección de papá. Mi nuevo hogar está casi en ruinas y a pesar de la maravillosa dote que me dio papá, me dicen que no hay dinero para arreglarla. La mitad de lo que compré para la casa, la platería y los candelabros, por ejemplo, desapareció misteriosamente. En realidad, soy la señora de una pocilga habitada por un viejo gallo vanidoso y avejentado, un gallo joven vanidoso y disoluto y una gallinita frívola.
Anne estaba impresionada.
– ¿Quieres venirte a casa hasta que nazca el bebé, Skye? -¡Por Dios! ¡No podía dejar que Skye diera a luz en un lugar como ése!
– Claro que sí, ¡sí! Claro que quiero ir a casa, pero no dejarán que el nuevo O'Flaherty nazca lejos del castillo de la familia, Anne. De todos modos, me gustaría que lo arreglaras todo para que Eibhlin venga a ayudarme después de la misa de Candelaria. No espero a mi hijo hasta la primavera pero tal vez una tormenta de invierno fuera de época retrase a Eibhlin si viene más tarde, y me asustaría que no llegara a tiempo. Además -añadió sonriendo con astucia-, necesito compañía. Claire no me sirve y ni ella ni Mag ni nuestra vieja cocinera saben nada sobre nacimientos.
Anne estaba muy preocupada.
– ¿Y las otras mujeres de la casa?, ¿las criadas?, ¿las lavanderas? ¿No hay comadrona en tu aldea?
– Las pocas mujeres que trabajan para nosotros, pues cuesta convencerlas, vienen de nuestra aldea cada día y vuelven a su casa cada noche. Los campesinos aman a sus hijos y ninguna familia permitiría que sus hijos trabajasen en el castillo. Todos saben cómo son O'Flaherty y su hijo. Labran sus tierras y les pagan los impuestos y luchan por ellos, pero son ya demasiadas las mujeres que han sufrido abusos en manos de los hombres de esa familia y nadie quiere enviar a las hijas al castillo. De todos modos, Dom y Gilly se las arreglan para atrapar a esas pobres criaturas, te lo aseguro. Se van a caballo y las cazan cuando ellas están trabajando en los campos… La reputación de esos dos es tan mala que ni Claire tiene dama de compañía.
– Sabía que era un error desde el principio -se lamentó-. ¡Lo sabía!
– Entonces, ¿por qué no le dijiste nada a papá como me habías prometido, Anne? Le dijiste que me casara esa misma mañana, la mañana del nacimiento de Conn.
– No, no, Skye… ¡No fue así! Traté de decirle a tu padre que lo suspendiera después del nacimiento, pero me pusieron un somnífero en el vino para hacer que descansase y tu padre me entendió mal. Cuando me desperté, dos días después, ya te habían enviado a St. Bride's.
– Entonces, ¿no me traicionaste para que me fuera de casa?
– ¡Eres absolutamente boba! ¿Cómo pudiste creer una cosa así? Después, cuando ya estabas casada por la Iglesia, no pude hacer nada. Solamente lamentar que tu padre no hubiera esperado un poco. Aunque sé que él estaba decidido, tal vez habría podido impedir lo que pasó después.
– No -dijo Skye con suavidad-. Por lo menos con Niall Burke aprendí que el amor puede ser dulce…, no verdadero, pero sí dulce. Si no hubiera sido por él, tal vez habría creído toda la vida que los hombres son todos unos animales.
– Algunos hombres son más vigorosos que otros en la cama, Skye.
– Dom es un cerdo -fue la respuesta.
– ¿Por qué odias a Niall si le estás agradecida?
Los ojos de Skye se llenaron de fuego azul y su voz se transformó en dura roca.
– ¡Porque me traicionó! ¡Porque juró que me amaba! Porque me prometió hacer anular mi matrimonio y casarse conmigo. Y en lugar de eso se escapó de mi lado como un ladrón en la noche sin darme ni un beso de despedida y se fue a casa para casarse con esa O'Neill y sus títulos nobiliarios… ¡Jamás, jamás le perdonaré eso, Anne! ¡Jamás!
En el silencio que siguió, Anne O'Malley luchó con su conciencia. Conocía la verdad. Finalmente decidió que el silencio era la mejor solución. Si decía la verdad ahora, no conseguiría otra cosa que herir y enfurecer más a Skye. Ya nada podía cambiarse a estas alturas. Skye estaba casada y embarazada del primer hijo de su esposo. Niall Burke estaba también casado. Saber lo que les habían hecho no serviría sino para hacerlos más infelices. ¿Quién podía prever qué harían si llegaban a conocer la verdad?
Anne pudo dar por finalizada la conversación porque llegó un sirviente anunciando que la cena estaba servida. Una vez en el salón del banquete, las dos mujeres se separaron porque, como expresión simbólica del mayor valor de los O'Malley para los MacWilliam, el O'Malley y su esposa se sentaron más cerca de la cabecera de la mesa que Skye y Dom, que ocuparon sus sitios mucho más alejados. A Dom, sin embargo, no le importó. Gracias a la belleza e inteligencia de su esposa, era el centro de un alegre grupo de hombres jóvenes, algunos de los cuales estaban casados con mujeres hermosas de ojos atrevidos. Dom preveía unos maravillosos doce días de Navidad.
Y Skye brillaba, decidida a mostrarle a Niall su indiferencia. Para los que estaban en los lugares más favorecidos en la mesa era evidente que los del final lo estaban pasando mucho mejor. No había duda de que lady O'Flaherty era una mujer bella, encantadora y deliciosa.
Skye comió con premura, tomando sólo una rodaja de salmón fresco del primer plato y, del segundo, sólo una pechuga de pollo aderezada con limón. Comió dos rebanadas de pan de centeno con manteca, untada con elegancia con los dedos. Alrededor de ella, los otros huéspedes se atragantaban con todos los platos, pero a Skye le asqueaba el menú.
Cuando sirvieron los dulces, disfrutó de una bandeja de duraznos secos y se lamió la crema que le había quedado en los labios como un nenito. Niall la observaba desde la cabecera de la mesa y de pronto deseó besar esa boca, aunque seguía sintiendo deseos de estrangular a Skye por su perfidia.
Cuando la comida terminó, los que se habían sentado cerca de la cabecera se deslizaron lentamente hacia donde se encontraba Skye. De vez en cuando, se oían carcajadas en el grupo que la rodeaba. Cuando dio comienzo el baile, Skye no aceptó ningún baile, excepto los menos movidos, y en ninguna ocasión tuvo que esperar pareja demasiado rato. Se movía con orgullo y mucha gracia, y el vestido se desplegaba a su alrededor como una flor primaveral. Sus ojos azules brillaban y su sonrisa ardía una y otra vez.
En el salón de baile, Niall Burke se estiró furioso en su silla; apretaba la copa enjoyada con tanta fuerza que era un milagro que no la rompiera con sus grandes dedos. Sus ojos gris plateado perseguían la figura de Skye, con la concentración de los de una pantera presta a caer sobre su presa. De vez en cuando, tomaba grandes tragos de vino tinto, vaciando y llenando la copa constantemente. Qué hermosa era Skye, maldita sea; incluso ahora que estaba embarazada resultaba absolutamente deseable.