La hermana de Dom pasó su cuerpo muy despacio sobre el de Skye hasta que los senos de ambas se encontraron. Luego, rotó la pelvis y el monte de Venus contra los de Skye mientras murmuraba:
– No me digas que con todas las hermanas que tienes nunca jugaste así en tu casa. Y recuerda, mientras nosotras nos acariciamos, Dom nos mira y se prepara para poseernos con su enorme y duro miembro. No luches contra mí, cariño, porque ahora que has descubierto lo que pasa entre Dom y yo, no hay razón para que no podamos compartirlo y disfrutarlo al mismo tiempo.
Skye volvió la cabeza, avergonzada y confundida por las oleadas de deseo que estaba empezando a sentir.
Claire se frotaba, gimiendo, contra el cuerpo inmovilizado de Skye cada vez con más fervor hasta que, de pronto, Dom la apartó y montó a su esposa. Le introdujo el miembro inmediatamente, con toda su furia.
Skye aulló de dolor y asco y eso solamente pareció excitarlo más. Claire se arrodillaba para que Skye la viera con la boca casi babeante de deseo mientras miraba cómo su hermano abusaba del cuerpo de su esposa. Cuando Dom terminó con Skye, se hizo a un lado y aflojó las cuerdas. La empujó fuera de la cama para tomar a su hermana. Skye se acurrucó contra la pared y, temblando, empezó a llorar. Nunca la habían vejado de tal manera, nunca en su vida. Sabía que si alguien la tocaba de nuevo, lo mataría, fuera quien fuera.
Y cuando lo supo, se sintió mejor y reunió el coraje necesario para intentar salir de allí. Tropezó a través de la habitación y llegó a la puerta. Dom y su hermana habían terminado ya y Claire la descubrió y empezó a gritar:
– ¡Se escapa, Dom! ¡Tráela! ¡Quiero hacerlo otra vez!
Dom saltó de la cama y corrió hacia su esposa. Skye había abierto la puerta. Cuando él estiró el brazo para atraparla, ella se hizo a un lado. Dom tropezó cerca de la puerta abierta, perdió el equilibrio y cayó, aullando, por las escaleras de piedra que llevaban al salón de su hermana.
Hubo un silencio tenso y terrible. Dom estaba tendido allá abajo, descoyuntado, con el cuerpo en una posición imposible. Claire saltó de la cama y se quedó de pie mirando las escaleras. Luego se volvió hacia Skye y aulló:
– ¡Lo has matado! ¡Has matado a Dom!
«Que la Santa Virgen me perdone -pensó Skye-, pero espero que esté bien muerto.» Luego, el alivio la inundó y, entonces, se volvió hacia Claire y la abofeteó con furia. Su mano quedó marcada en la mejilla de su cuñada.
– Cállate, perra asquerosa. ¡Cállate!
– Necesitamos ayuda -gimió Claire.
– Todavía no.
– Quieres que se muera -llegó la desesperada acusación.
– No lo niego -dijo Skye con voz inexpresiva, y Claire se apartó de ella como de una víbora-. Pero antes de buscar ayuda, tenemos que vestirnos. ¿Qué crees que pensarán los sirvientes si nos encuentran a los tres desnudos? No quiero ese escándalo en la vida de mis hijos. ¡Vístete! Después ve a buscar ropa a mi habitación. ¡Rápido!
Los preparativos parecieron durar horas. Pero, finalmente, las dos mujeres se vistieron. Después, le pusieron a Dom sus ropas. Para horror de Skye, todavía respiraba.
– Ahora sí -dijo entonces-, despierta a todo el mundo.
– ¿Qué les digo?
– Que Dom ha sufrido un accidente. Yo me ocuparé de lo demás. Vete.
Claire huyó, aullando como para despertar hasta al último de los habitantes de la casa. Rápidamente, la habitación se llenó de criados temblorosos. Skye dirigió con aplomo el traslado de su marido a sus habitaciones. El médico de la familia llegó cuando amanecía.
Dom sobrevivió, pero le hubiera convenido morirse. Tenía la columna partida. Estaba paralizado de cintura para abajo y no caminaría nunca más. Y tampoco volvería a funcionar como hombre.
Skye dio las gracias al médico, le pagó y lo despidió. Después se enfrentó a los O'Flaherty.
Gilly la acosó enseguida:
– Claire dice que tú eres responsable de lo que ha pasado.
– Vuestro hijo es el único responsable de su desgracia -replicó Skye con frialdad-. Anoche, cuando terminamos de comer y yo acabé con mis deberes en la casa, fui a la habitación de vuestra hija para hablarle sobre la necesidad de casarse. Y la descubrí disfrutando de una noche de lujuria con vuestro querido hijo… ¡Sí! ¡Incesto! Cuando traté de huir de ellos, me desnudaron, me ataron a la cama y abusaron de mí vilmente. Traté de escaparme y Dom se rió de mí. Cuando me aparté de la puerta porque él trataba de atraparme, perdió el equilibrio y cayó escaleras abajo. Lo único que lamento es que no se haya roto su maldito cuello. Me habría ahorrado la molestia de tener que atenderlo. Si todavía creéis que soy yo la que he acabado con la salud de vuestro hijo, Gilly, entonces, los O'Malley iremos a ver a los MacWilliam y les explicaremos la historia completa.
– ¡Sí! -aulló Claire-. Por primera vez en tu vida, padre, haz algo. Dom va a pasar el resto de su vida en una silla, convertido en un desecho por culpa de ella. ¡Debe pagar por eso!
Skye se alzó cuan larga era, con orgullo, y miró a la vengativa Claire con desprecio.
– Sí, Claire -espetó-, lleva tu caso frente al MacWilliam. ¡Ahora mismo! Y después prepárate para probar tu virginidad ante las comadronas o dar el nombre de tu amante… ¿Quién dirás que es, Claire? ¿Uno de los sirvientes? Supongo que no. Eres demasiado orgullosa, perra, para admitir haberte acostado con un sirviente. ¿Entonces quién? ¡No hay nadie, Claire! ¡Nadie viene a verte! ¡Nadie! Tal vez puedas nombrar al Diablo y, en cierto modo, estarías diciendo la verdad.
El suegro de Skye parecía más viejo de pronto, viejo y vencido. Claire lloraba sin poder contenerse. Las palabras de Skye parecían sentenciarla al escarnio.
– Me marcho a casa, a Innisfana -anunció-. Y me llevo a mis hijos conmigo. No pienso volver. Ya que Claire ama tanto a su hermano, que cuide de él durante el resto de su vida. Yo haré que papá retire la dote para ella. No podrá casarse decentemente sin ella, y sabiendo lo que sé, no quiero verla casada con algún pobre ingenuo. La vestiré y la alimentaré con mi dinero. Si se queda. Si no, que se vaya con lo que tiene. La elección es suya. Frag, el alguacil, administrará esto por mí y responderá sólo ante mí. Después de todo, esto lo heredera Ewan algún día y quiero que lo reciba en buenas condiciones. También cuidaré de vos, Gilly, pero los abogados de mi padre redactarán un documento, que deberéis firmar, que os impedirá jugaros lo que contiene esta casa. Y escuchadme bien, no pienso correr con los gastos de vuestras borracheras, de vuestras mujerzuelas ni de vuestras apuestas.
– Padre, ¿vas a permitir que nos haga esto?
La mirada de Gilly estaba perdida en la lejanía y Skye sonrió, triunfante.
– Sí, Claire, claro que va a permitirlo. Sabe cuál es la alternativa. Yo llevaré mi caso hasta el MacWilliam y ante la Iglesia. Si lo hago, os acusaré no sólo de incesto, sino también de brujería. ¡Tú, Claire, mereces morir en la hoguera por lo que has hecho!
– ¡Lo amo! -aulló Claire.
– ¡Pero eres su hermana!
– Lo amaba -repitió Claire-. Desde que nos acostamos juntos por primera vez, desde mis once años. He sido la única mujer que ha sabido satisfacer a Dom.
Skye la miró con lástima.
– Veremos cuánto lo amas en los años que le quedan de vida.
A la mañana siguiente, Skye se despidió de su esposo sin emoción.
– Espero que hayas disfrutado lo que tú y tu hermana hicisteis la otra noche, porque ese recuerdo tendrá que durarte el resto de tus días.
– ¡Perra! -ladró él-. ¿Qué clase de mujer eres para dejarme así?
– Soy mucho mejor de lo que crees, mejor de lo que te molestaste en averiguar, Dom. Tu conducta con tu hermana me libera de cualquier obligación que haya tenido contigo. Adiós.
Él intentó, inútilmente, ponerse en pie.