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– ¡Perra! ¡Vuelve aquí! ¡Te lo ordeno, Skye! ¡Vuelve ahora mismo!

Ella no volvió la vista. La voz de su marido, que alternaba tonos iracundos, amenazantes y suplicantes, la persiguió hasta hacerse confusa primero y después inaudible.

Skye se alejó a caballo del pequeño castillo de los O'Flaherty, llevándose a Ewan con ella. Detrás venían los carros que transportaban a su hijo menor, las dos nodrizas y los objetos que ella había traído al hogar de su esposo.

Pero cuando llegó a Innisfana, varios días después, no la esperaba el paraíso. Dubhdara O'Malley estaba agonizando, herido por la caída de un mástil en medio de una tormenta cuando la expedición volvía a casa. Como hombre empecinado que era, se había negado a morir hasta estar en casa. Quería ver por última vez a su hija menor. El mensajero que había enviado a Skye la había encontrado en el camino, cuando se disponía a tomar un barco hacia la isla de Innisfana.

Pero apenas si llegó a tiempo para despedirse de su padre. Le besó la frente sudorosa y fría.

– He vuelto para siempre, papá.

Él asintió. Las explicaciones no importaban demasiado.

– Tu hermano es demasiado joven para los barcos -jadeó él con la voz muy débil-. Tienes que ocuparte de todo por mí.

A ella no se le ocurrió que él le estaba poniendo un gran peso sobre los hombros. Contestó sin dudarlo:

– Claro.

– Eres la mejor de todos, incluyendo a los chicos.

– Oh, papá -murmuró ella-, papá, te amo.

– Skye, muchacha, esta vez obedece a tu corazón -fueron las últimas palabras de Dubhdara O'Malley para su hija. Murió unos minutos después, con la mano de ella entre las suyas.

Los ojos azules y hermosos de Skye se llenaron de lágrimas y miró con tristeza a su tío Seamus.

– Lo he oído todo -dijo él-, y defenderé tus derechos frente a los demás, Skye. Eres la nueva O'Malley, y que Dios te ayude, porque vas a necesitar toda la ayuda que puedas conseguir.

Skye miró a su madrastra.

– Yo también lo he oído y confío en ti -dijo Anne-. Sabrás cumplir con las responsabilidades del cargo. Además, es tu hermano Michael el que está en la línea sucesoria, no mis hijos.

– En esta familia -afirmó Skye-, no heredará el cargo el mayor, sino el más competente. Al menos dos de tus hijos prometen más que Michael. Él se parece a mi madre, que el Señor lo ayude, supongo que es más fácil que siga a Nuestro Señor Jesucristo que al mar y su espíritu. ¿No te parece, tío Seamus?

Seamus O'Malley asintió.

– Me pidió que le hablara a Dubh. Quiere entrar en St. Pedraic y ordenarse sacerdote.

Skye se volvió hacia Anne.

– Ya ves. Ahora todo queda en manos de Shane y Brian.

Tan pronto como se pudo reunir a la familia, se determinó el alcance del duelo y la fecha del funeral. Con Seamus y Anne a su favor, Skye se transformó en la nueva O'Malley. A sus hermanas y hermanos les sorprendió mucho la novedad, pero la aceptaron de buen grado. Pronto llegaron los vasallos y los hombres del clan y le rindieron homenaje como nueva jefa del clan, y lo hicieron con entusiasmo, porque la conocían.

El siguiente paso era un viaje al castillo de los MacWilliam para que Skye jurara su fidelidad al señor de la región. Solamente Anne, Eibhlin y su tío conocían la razón por la que Skye había dejado a su esposo. Los tres estaban horrorizados, pero juraron guardar el secreto. Seamus O'Malley agregó algo a la leyenda que se formaba alrededor de su sobrina contando que había vuelto a raíz de un sueño en que su padre la llamaba a través de las aguas. Los hombres que habían navegado con ella y con su padre cuando ella era una niña volvieron a hablar de su bravura y su habilidad. El MacWilliam se vería muy presionado si se le ocurría negarle sus derechos a Skye.

Ella cabalgó hasta el castillo del señor escoltada por todos sus capitanes.

Niall Burke la vio llegar desde una de las torres del castillo y se preguntó qué iría a pasar entre ellos esta vez. Ella cabalgaba a horcajadas como solía hacer en el pasado sobre Finn, su potro negro. Vestía un jubón verde de tipo Lincoln, usaba botas castañas de cuero y una chaqueta corta de piel de ciervo con botones de perla. Su cabello negro y glorioso estaba peinado con raya en medio y recogido en un mechón sobre el cuello. Tenía la piel color gardenia ligeramente enrojecida. Sobre su mano izquierda Niall vio un reflejo azul y supo que llevaba el gran anillo de zafiros que había sido el sello de su padre.

Bajó de la torre y caminó con rapidez hasta sus habitaciones. Para su sorpresa, Darragh lo esperaba. Los tres años de matrimonio habían sido una broma pesada y él casi ya no la veía; no compartían habitaciones, por supuesto. Era obvio que nunca concebiría un hijo. Nunca se había acercado a él con deseo y, cada vez que él la había tomado, había sido una batalla en la que ella cedía a la carne y luego hacía penitencia por sus deseos pecaminosos. Se había hecho coser vestidos de telas bastas y rugosas, vestidos y batas que parecían los de las monjas de su antigua orden religiosa. Casi nunca se bañaba, porque creía que el baño era una concesión a las bajas pasiones de la carne. Durante un año se había pasado días y noches en plegarias casi constantes. Él ya no se le acercaba.

Los hábitos de su mujer lo asqueaban y cada vez que exigía sus derechos maritales, le parecía estar mancillando a una monja, impresión que no le proporcionaba ningún placer, por cierto.

De modo que la recibió con cortesía, y ella replicó:

– Lady O'Flaherty está aquí. Ha venido a ver a tu padre, Niall, ¿por qué?

– Su padre ha muerto, Darragh, y su último deseo fue que ella tomara las riendas de su estirpe hasta que sus hermanos crezcan. Ahora es la O'Malley y ha venido a rendir pleitesía a mi padre.

– ¿Y su esposo? Me dijeron que trató de matarlo y que lo abandonó, llevándose a sus hijos con ella. Él está paralizado de por vida y sólo tiene a su leal hermana para cuidarlo.

– ¿Quién te ha dado toda esta información, Darragh? -Él habló pausadamente, sin alzar la voz.

– Tengo una carta de la infortunada lady Claire O'Flaherty que me pide que interceda ante el MacWilliam por su pobre hermano.

– Yo no me creo esos cuentos, Darragh, Skye siempre ha sido noble, generosa e inteligente.

– Esas son las cualidades que han hecho que el O'Malley la dejara al frente de su pequeño imperio -hizo notar Darragh con astucia. Era una observación increíblemente sensata para venir de ella.

– Skye nunca haría daño a nadie. Me niego a creerlo.

– Claro que no lo crees. Porque la deseas carnalmente, pero por la salud de tu alma inmortal deberías evitar esa tentación, Niall.

Él rió con amargura.

– ¿Y a qué tentaciones quieres que ceda entonces, esposa mía? Déjame decirte algo sobre Skye O'Malley, querida. La última vez que la vi me dijo que no quería volver a verme porque el destino había hecho que estuviéramos casados con otros. Le dije que mataría a su esposo. Ella se burló de mí y me preguntó qué haría con mi mujer. ¿Matarla también? Dijo que el destino y los demás habían abusado tanto de ti como de nosotros y que debíamos aceptar la situación y vivir con ella. No quería tentarse a sí misma ni tentarme a mí y por eso se negaba a verme de nuevo.

– ¡Ah! Las más malvadas también son las más inteligentes, Niall. Ella te engaña para hacerte creer que es virtuosa. ¡Ten cuidado con ella! ¡Ten mucho cuidado! -Y con una mirada extraña en sus ojos azules y débiles, Darragh se volvió y salió de las habitaciones de su esposo.

A solas, Niall se dedicó a cambiarse de ropa. Su padre le había dicho que lo quería presente en la ceremonia, porque la nueva O'Malley debía jurar fidelidad no solamente al MacWilliam, sino también a su heredero. Niall estaba pensando si le convenía aparecer con ropas ostentosas o sencillas, y finalmente se decidió por el terciopelo negro porque tenía la virtud de aunar ambas cualidades.