– ¡Niall! -Los ojos de ella se llenaron de lágrimas-. Por favor, compréndeme. No puedo soportar que me toquen; nadie, ni siquiera Mag. Mi vieja y querida Mag. Soporté el deseo brutal de Dom durante tres años. Y seguía acordándome de lo que había sido contigo y rezaba para que un día pudiéramos estar juntos de nuevo. Ninguna de las obscenidades de Dom logró borrar tu recuerdo. No hasta que, esa noche, él y su asquerosa hermana… -No pudo continuar.
Él terminó la frase por ella, con voz tranquila y tenue.
– Hasta la noche en que te violaron.
– Sí -afirmó ella, y volvió a quedarse en silencio.
– Comprendo -dijo él con su voz profunda, cálida, llena de suavidad. Quería hacer que se sintiera mejor, mostrarle que él seguía siendo el mismo-. Las heridas están abiertas todavía y yo, en mi felicidad, pensé que te alegraría compartir conmigo la idea de que podíamos volver a estar juntos. Perdóname, amor mío. Tú has sufrido dos impresiones horrendas y ahora estás cargada de responsabilidades. Necesitas tiempo. Lo tendrás, querida.
Las pestañas de Skye eran como hilos de seda contra su pálida y bella piel. Una enorme ola de piedad recorrió el cuerpo de Niall cuando vio que dos lágrimas cristalinas se deslizaban por sus mejillas. Quería acercarse a ella y acariciarla, abrazarla, tomarla entre sus brazos, consolarla, borrar el horror. Pero se quedó allí, quieto, con los puños cerrados, y luchó por controlarse para no asustarla y tal vez perderla para siempre.
Finalmente, ella le contestó:
– Te amo, Niall. Nunca he amado a ningún otro hombre.
– Lo sé, Skye -le contestó él con rapidez-. Y por eso voy a esperar.
– ¿Esperar qué? -Los ojos húmedos se abrieron para mirarlo.
– Sí, mi amor. Esperar. El terror se borrará con el tiempo y, cuando esto suceda, yo estaré aquí. No me importa que sea dentro de un mes, un año o diez.
– Necesitas un heredero, Niall. Tu padre lo desea desesperadamente.
– Tú me lo darás un día, amor mío.
– Estás loco. -Pero había una sonrisa a punto de insinuarse en los bordes de esa boca sensual.
– Loco no, amor mío, solamente enamorado de una fiera salvaje y dulce que algún día volverá a mí.
De pronto, ella le tendió la mano. Él la tomó y la sintió temblar, y ella permitió que la sostuviera.
– Dame tiempo, Niall y volveré a ti. Sé que lo haré. Ahora estoy segura. Dame tiempo.
Una sonrisa de intensa alegría iluminó el rostro de Niall, su boca se curvó hacia arriba, sus ojos plateados se aferraron a los de ella.
– Señora, os daré el tiempo que necesitéis. No conozco ninguna otra cosa por la que valga más la pena esperar.
Se inclinó todavía con la mano de ella entre las suyas y le acarició la piel con los labios. Ella tembló levemente -¿revulsión o deseo?- Niall se enderezó y salió de las habitaciones de su invitada.
Skye se quedó allí, paralizada, casi sin respirar. ¡Él la amaba! A pesar de todo, seguía amándola. ¡Y quería esperar! Y ahora, mientras volvía a sentir la sangre corriendo por sus venas, calentándola como nunca desde aquella noche terrible, supo que todo estaría bien. Los recuerdos eran muy recientes pero algún día lograría superarlos. Y cuando lo hiciera, Niall estaría esperándola.
Al día siguiente, la O'Malley agradeció la hospitalidad a su señor y al hijo de éste y después de una galopada hasta la costa, navegó hacia Innisfana. Un mes después, el MacWilliam supo que la transmisión del poder de O'Malley a su sucesora se había llevado a cabo sin problemas y que la flota había vuelto a zarpar.
Y Niall Burke esperó. El proceso de curación de Skye había empezado y, cuando llegara a su fin, estarían juntos para siempre. Él no quería acercarse a ella antes de eso. Había tiempo, mucho tiempo.
Capítulo 7
Pasó un año. Dom murió. Su muerte, aunque súbita, no fue inesperada. Imposibilitado de ambas piernas, había perdido la voluntad de vivir. Claire O'Flaherty desapareció poco después de la visita de un primo de Inglaterra y en Ballyhennessey quedó solamente Gilly, una triste sombra del antiguo señor del lugar, que pasaba sus días hundido en la ofuscación del alcohol. Frang, el alguacil, manejaba las propiedades con diligencia.
El pequeño y próspero imperio comercial de los O'Malley se hizo todavía más próspero con el hábil manejo de Skye, y el MacWilliam tuvo que admitir que Dubhdara O'Malley sabía lo que hacía cuando dejó a su hija a cargo de todo. El asunto de cómo se comportaría ella en tiempos de guerra era completamente distinto, claro está, y él todavía no la había requerido para tal finalidad.
A los nueve años, Michael O'Malley era más un inminente seminarista que un niño, y su vocación era tan evidente que Skye decidió enviarlo al colegio del monasterio de St. Brendan's, para que preparara su entrada en el seminario en cuanto cumpliese dieciséis años. No tomaría sus votos definitivos hasta los veinte y, para entonces, sus hermanastros se habrían casado y probablemente tendrían herederos.
Brian y Shane, a sus siete y seis años, respectivamente, habían empezado a aprender algunos rudimentos sobre el mar, los barcos y los métodos, no siempre legales, de su padre en los negocios.
Brian fue asignado a un barco llamado Viento del Oeste y Shane al Estrella del Norte. Nunca saldrían de viaje al mismo tiempo y de tanto en tanto los dos muchachos podrían estar juntos en el castillo familiar, para que Skye pudiera evaluarlos mientras crecían. Los dos eran verdaderos O'Malley, y les gustaba el mar. Confiaban en él como en un viejo amigo al que había que respetar. A Skye le hubiera gustado que su padre los pudiera ver. Sabía que habría estado orgulloso de ellos.
Con la ayuda del obispo O'Malley y la donación de una buena dote a la Iglesia, Niall Burke consiguió la anulación de su matrimonio con Darragh O'Neill. Ella volvió, feliz, al convento y tomó votos definitivos en cuanto pudo. El MacWilliam hizo llamar a Seamus O'Malley y le pidió formalmente la mano de Skye O'Malley para su hijo Niall. Con el permiso de ella, las negociaciones podrían empezar inmediatamente.
– Ahora no estoy segura -dijo Skye, con sonrisa traviesa.
– ¡Por los huesos de Jesucristo! -rugió el obispo, que durante un segundo se pareció tanto a su hermano que la sobrina estalló en carcajadas. El obispo, la cara larga y ofendida, le preguntó-: ¿Qué quiere decir eso de que ahora no estoy segura? ¡Desde que te vio por primera vez, Niall Burke no ha amado a otra sino a ti y tú sientes lo mismo por él! Ahora que puedes, no sabes si quieres o no… ¡Por los cielos, mujer! ¡Decídete! -Tenía la cara regordeta completamente enrojecida y los ojos azules casi negros de furia.
La risa de Skye murió en su garganta. Arrodillada, inclinó su cabeza sobre la rodilla del prelado.
– No es porque no ame a Niall, tío; lo quiero mucho. Es el único hombre en el mundo para mí, y siempre lo será. Pero ya no soy una niña. Ya no sueño solamente con un hombre y con hijos. Tal vez nunca quise sólo eso, en realidad.
– Ten cuidado, muchacha -le advirtió Seamus O'Malley-. Estamos tratando con el MacWilliam y su heredero. Son tus señores.
– ¡Que ellos también se cuiden! -le ladró Skye-. ¡Yo soy la O'Malley!
Seamus O'Malley dominó su temperamento.
– ¿Qué es lo que quieres, sobrina? Dime algo concreto.
– Mi matrimonio no debe afectar mi posición como la O'Malley y no quiero que mi esposo y mi suegro interfieran en eso. La responsabilidad de las propiedades y negocios del clan debe ser mía hasta que pueda transferírselo a uno de mis hermanos. Papá quería que fuera así y no permitiré que los Burke metan sus codiciosos dedos en las arcas de los O'Malley. Les llevaré la dote de una princesa y eso es todo lo que pienso darles. No quiero que nadie se meta en los asuntos de los O'Malley.
El obispo asintió.
– Eres muy astuta, sobrina, pero no sé si podremos hacer que el MacWilliam acepte de buen grado tus condiciones. Él es un hombre muy astuto también. Y poderoso.