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– Deja a la O'Malley en el mar, amor mío. Yo prefiero a las niñas descalzas, especialmente a la que tengo entre los brazos. Además, no sabías que venía. Y detrás de mí, a un día apenas, viene el heredero del señor, ansioso porque tu tío nos comprometa formalmente en un par de días, ansioso por firmar el contrato. ¿Te parece bien, amor mío?

– ¡Oh, Niall! ¡Sí, sí!

– Y luego -siguió él-, después de que el compromiso sea anunciado podemos casarnos dentro de tres semanas.

– ¡Sí! -Y luego, bruscamente, la cara de Skye se puso seria-. No, no puede ser dentro de tres semanas. ¡Maldita sea! Parto para Argel la semana que viene.

– ¿Para Argel? ¿Por qué?

– Se nos ha sugerido que pongamos un puesto comercial en Argel, y no puedo dar mi aprobación hasta que no haya examinado las posibilidades sobre el terreno. No quiero malgastar el oro de los O'Malley ni sus recursos.

– ¿Y por qué la semana que viene? ¿No puedes ir más adelante?

Skye adivinaba la irritación en la voz profunda de Niall.

– Niall, lo lamento, pero para ganar la licencia de Argel, debemos conseguir el permiso del Dey, que representa a la Sublime Puerta en Constantinopla. Sin la aprobación del Dey, no podemos comerciar con seguridad en el Mediterráneo.

– ¿Y no puedes enviarle algún dinero para comprarlo?

Skye rió.

– Vamos a darle dinero, claro, pero los turcos hacen las cosas de otro modo. Nosotros somos bastante directos, pero ellos exigen gracia y elegancia, incluso en los tratos comerciales. Cuando el Dey supo que la jefa de la compañía O'Malley es una mujer, exigió conocerme personalmente. Mis representantes no se atrevieron a rehusar. Así que tengo que ir, o corro el riesgo de insultar al Dey, y eso es como insultar al Sultán. No nos concederían el permiso comercial, claro. O, lo que sería peor, marcarían los barcos de los O'Malley como presas para los piratas berberiscos que navegan a las órdenes del Dey. Nos arruinaríamos. Tengo que ir. Y ya han establecido la fecha de la cita.

– ¿Cuánto tiempo estarás fuera?

– Por lo menos tres meses.

– ¿Tres meses? Maldita sea, Skye, es demasiado tiempo.

Los ojos de ella se encendieron.

– Ven conmigo, Niall. ¡Ven conmigo a Argel! Sé que les debemos a nuestras familias el placer de casarnos con toda pompa. Pero una vez que estemos comprometidos, nadie va a oponerse a que me acompañes. Podemos casarnos por la Iglesia cuando volvamos. Ven conmigo, amor mío… ¡Por favor, acompáñame a Argel!

Era una idea loca, muy poco práctica y él estuvo a punto de negarse a aceptar. Después pensó en los largos días y noches que lo esperaban, respiró hondo y dijo:

– Está bien, Skye, amor mío. Iré contigo. Debo de estar loco.

Con un grito de alegría, ella se arrojó a sus brazos.

Varios días después, en la misma capilla que había visto el bautismo de Skye y el principio de su desastroso matrimonio con Dom O'Flaherty, se celebró su compromiso con Niall Burke. Ella lamentó la ausencia de su padre en ese momento de alegría, pero el evidente entusiasmo del MacWilliam la ayudó a superar su tristeza.

Apenas terminó la ceremonia, Skye dejó a su prometido y a sus huéspedes al cuidado de sus hermanas y se dedicó a supervisar los preparativos del viaje. Navegarían con una flota de nueve barcos. El barco insignia era el Faoileag (la Gaviota). También irían el barco de su padre, Righ A'Mbara (Rey del Mar); el de Anne, el Banrigh A'Ceo (Reina de la Neblina), que había sido un regalo de bodas del O'Malley, y los seis barcos que pertenecían a Skye y sus hermanas. Los llamaban «Las seis hijas» porque todos incluían la palabra en su nombre: Inghean A'Slan (Hija de la Tormenta), Inghean A'Ceo (Hija de la Neblina), Inghean A'Mhara (Hija del Mar), Inghean A'Ear (Hija del Oeste) e Inghean A'Ay (Hija de la Isla).

Skye ordenó que los prepararan y aprovisionaran concienzudamente y eligió personalmente las tripulaciones. Quería causar una buena impresión al Dey. El permiso para comerciar con Argel era sinónimo de riqueza.

Y así, una semana después de haberse comprometido con Skye, Niall Burke se encontró en la cubierta de un barco que navegaba por la Bahía O'Malley hacia el azul furioso del océano Atlántico. No era marinero por naturaleza y no le gustaba especialmente el mar. Pero el clima era tolerable y no tardó en acostumbrarse al balanceo del barco. En cambio, le costó mucho dejar de asombrarse ante la mujer que comandaba la flota, una Skye completamente distinta de la que él conocía y amaba.

En alta mar, la O'Malley era increíblemente competente y tenía conocimientos profundos en temas que él casi no comprendía. Los hombres que la rodeaban hacían lo que ella les pedía sin dudarlo un instante, jamás cuestionaban sus órdenes y la escuchaban con un respeto evidente y profundo. Si ella no hubiera seguido siendo su dulce Skye en la intimidad de la cabina, Niall se habría sentido realmente asustado ante esa guerrera. Por suerte, tenía sentido del humor y pronto se dio cuenta de que iba a necesitarlo.

Aunque compartía el camarote con Skye, dormía a solas en la litera de un pequeño camarote con el gran perro Inis como único compañero. El sabueso le profesaba una singular devoción y Skye estaba encantada, porque Inis siempre había odiado a Dom. Lord Burke se divertía entrenando al perro, que era inteligente, pero no tenía educación alguna. También pasaba largos ratos en compañía del capitán MacGuire, el mismo que lo había devuelto a su casa hacía ya varios años, después de la noche de bodas de Skye.

MacGuire empezó a enseñarle los rudimentos de los oficios del mar, porque según creía:

– Los O'Malley son medio peces y si vais a casaros con uno de ellos, será mejor que comprendáis por qué aman el mar, aunque vos no lo améis.

Niall Burke lo escuchaba y aprendía. Pronto empezó a admirar profundamente a los hombres que vivían y trabajaban en el mar.

Pasaba todas las noches con Skye, pero ella no quería hacer el amor con él.

– No soy una simple pasajera en este viaje -le dijo-. Si me necesitan en plena noche y estamos… -Los ojos azules brillaron de alegría y él sonrió, a pesar de su desilusión. Para recompensar su paciencia, ella se arrojaba a sus brazos y lo besaba con pasión mientras sus senos se apoyaban contra su corazón palpitante, provocándole, y la lengua jugaba en su boca.

En una ocasión, Niall la empujó y la pateó y ambos cayeron sobre la litera del camarote del capitán. Skye sintió que los botones de su camisa se desabrochaban como por arte de magia y la boca de él quemó la suave piel de sus senos, restregándose contra un pezón que bruscamente se había endurecido y chupándolo hasta que el temblor que ella sentía entre las piernas se le hizo casi insoportable.

Entonces él levantó la cabeza y sus ojos plateados la miraron divertidos y tolerantes.

– Tú eres la capitana de este barco, Skye pero yo quiero ser capitán de este camarote, si no te importa. Si vuelves a acariciarme y besarme así, querida, te pondré de espaldas en la cama antes de que puedas abrir la boca. ¿Me comprendes, amor mío?

– Sí, capitán -contestó ella, y él vio admiración en esos ojos profundos y se sintió confortado.

El clima fue milagrosamente benigno durante todo el viaje hacia el sur. La flota esquivó la traicionera bahía de Vizcaya con la simple maniobra de mantenerse alejado de la costa, en aguas profundas. Luego navegaron bordeando el cabo de San Vicente y a través del golfo de Cádiz y el peñón de Gibraltar hacia el Mediterráneo. A apenas unos días de Argel, una tormenta de vientos cruzados azotó a la flota de los O'Malley y los barcos se separaron. El viento y las olas eran tremendos. La lluvia barría las cubiertas y bajaba hasta los camarotes inferiores. Justo cuando se creían a salvo porque la tormenta había amainado, un cañonazo los puso cara a cara con los piratas berberiscos.