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Él respondió con su maravillosa sonrisa.

– Siempre has hecho más de lo que esperaba de ti, siempre, desde el principio, Yasmin. Gracias. -Dio dos palmadas y envió al esclavo que acudió por café. Se volvió hacia la mujer y le preguntó-: ¿Las mujeres que tienes en la Casa de la Felicidad resultan satisfactorias?

– Todas menos dos. La muchacha inglesa, la dulce Rosa, está enamorada de uno de sus clientes y dejó de gustarle su trabajo. Con vuestro permiso, puedo arreglar ese problema, porque el caballero quiere comprarla para su harén.

– Véndela, pero exige un precio alto. Después de todo, perderemos una buena inversión. ¿Y la otra?

– La gitana Rhia, no se adapta bien, mi señor. Creo que debo recomendar un castigo severo en su caso.

– ¿Por qué?

– La envié con otras dos chicas a una fiesta de media docena de oficiales turcos jóvenes. Habían pedido que les permitieran jugar a la violación. Les asignamos la Suite de las Nubes. Se arregló que las muchachas se sentaran allí sin hacer nada hasta que los turcos entraran y las violentaran. Es un juego inofensivo y los oficiales son clientes regulares, todos muy recomendados. Las otras dos chicas lo hicieron bien y aullaron y protestaron antes de ceder. Rhia gritó mucho y peleó con fuerza y arañó a dos de los huéspedes en la cara. Finalmente, la dominaron, claro, y me alegra poder deciros que la disfrutaron los seis a pesar de sus protestas. Pero las otras, claro, se sintieron molestas. Estaban furiosas porque, de esa forma, Rhia acaparó toda la atención. Los oficiales también se quejaron porque después ella se puso a llorar como una loca. Tuve que sacarla de la habitación y enviar a otra.

– ¿Alguna vez había participado en este tipo de fantasía, Yasmin?

– No, mi señor. Cuando llegó a nosotros era medio salvaje, ya sabéis. Pero la hemos tratado bien y siempre se había comportado con toda corrección con los clientes, en tratos individuales. Pensé que estaba lista para este tipo de cosas.

– ¿Cuál es su especialidad, Yasmin?

– La gratificación oral, mi señor, y me han dicho que es muy buena en eso.

Khalid el Bey reflexionó durante un momento.

– Probablemente la violaron alguna vez. La fantasía en la que la hiciste participar le trajo ese recuerdo y el terror que lo acompaña. No vuelvas a utilizarla en algo así. Que haga solamente lo que sabe hacer.

– Sois demasiado blando, mi señor. Rhia ofendió a nuestros huéspedes. Cuando me pidan explicaciones, ¿qué les diré?

– No esperes a que te pidan explicaciones. Envía un mensaje a los caballeros implicados y diles que nos hemos ocupado del asunto. Ofréceles una noche a cargo de la casa.

– Se hará como ordenáis -aceptó Yasmin.

Khalid el Bey se levantó de los almohadones y ayudó a su esclava a ponerse en pie.

– Ahora tienes que volver a tu puesto, ya lo sabes -dijo con voz calma, para despedirla-. Vendrás mañana para empezar a instruir a Skye.

– Como mi señor desee -dijo ella. Saludó con una reverencia y salió precipitadamente de la habitación de su amo.

Él casi suspiró de alivio. Yasmin era hermosa y leal, pero cada vez resultaba más exigente y presuntuosa por la confianza que le daba el largo tiempo que hacía que estaban juntos. No estaba seguro de lo que haría con ella. Si la liberaba, tendría ideas que le harían creer que estaba por encima de su situación real, porque era una esclava, nacida de padres esclavos. Sonrió, pensando en aquella ocasión, hacía ya años, en que había ido a esa granja de crianza circasiana con un amigo egipcio. Su amigo era mercader de esclavos en Alejandría, un especialista en hombres y mujeres hermosas, que prefería tratar directamente con el criador para seleccionar mejor.

Los dueños de la granja habían hecho desfilar a una gran variedad de vírgenes exquisitas y jóvenes esclavos frente a su cliente más apreciado y el hombre que lo acompañaba. Yasmin estaba entre la mercancía ofrecida y el amigo de Khalid se la señaló, diciendo que ya se la habían mostrado en dos visitas anteriores.

– Es una pena -suspiró el anfitrión-. Es más hermosa que una mañana de abril, pero no la puedo vender. Acabo de decidir que voy a hacerla criar con mi mejor esclavo.

– ¿Cuál es su ascendencia? -preguntó el amigo de Khalid.

– Pitias de Iris -fue la respuesta.

– ¡Diablos! -exclamó, admirado, el alejandrino.

Khalid el Bey no sabía de qué hablaban esos dos, pero había algo conmovedor en la esclavita.

– ¿Qué edad tiene? -preguntó.

– Quince.

– Un poco vieja. ¿Es virgen?

– ¡Señor! -El dueño se mostró ofendido.

Khalid el Bey rió.

– Yo me la llevaré, amigo mío. Pregunto para saber qué estoy comprando.

El dueño de la granja puso un precio abusivo del que Khalid se burló, recordándole la edad de la niña y el hecho de que si decidía hacer de ella una esclava de cría en lugar de venderla, tal vez descubriera que era estéril. Discutieron un buen rato hasta que, finalmente, se llegó a un precio que a Khalid le convenía pero que, según el dueño de la granja, lo empobrecía a él. Se hizo el intercambio y Khalid el Bey se convirtió en dueño de una hermosa esclava circasiana de cabello rubio y grandes ojos verdes Nilo.

Cuando volvieron a Alejandría, se dedicó a enseñarle las maravillas del amor físico. A ella le habían enseñado ese arte antes, pero sin llevarlo a la práctica. Conocía el cuerpo humano y sus partes sensibles. Sus hábiles dedos podían convertir en un gran amante a un impotente y lograr una erección firme y duradera en cualquiera. Cantaba y tocaba el laúd. Bailaba bien. Y después de varias semanas en el lecho de Khalid el Bey, éste descubrió que también era muy buena amante.

Entonces, una noche, Khalid el Bey tuvo varios invitados a cenar y cuando terminó el banquete, ella bailó para todos. Después, él la envió a sus habitaciones, diciéndole que tal vez uno o dos de los huéspedes la visitarían y que si lo hacían, debía agradarles porque eso le agradaría a él. Esa noche, cuatro de los huéspedes de Khalid el Bey pasaron por las espaciosas habitaciones de la muchacha y ella fue tierna, encantadora, cálida con todos. Ellos quedaron admirados por su habilidad y Khalid la recompensó con un collar de perlas exóticas. La noche siguiente y la otra y todas las que siguieron, Yasmin complació a los amigos de su amo. Luego hubo otra muchacha, Alyia. Yasmin era rubia y de tez pálida, Alyia era de piel oscura como una rosa negra, de cabello ensortijado y espeso parecido al ala de un cuervo, enormes ojos castaños y una boca muy roja. Para indignación de Yasmin, Alyia compartió la cama de su amo durante varias semanas. Pero después se unió a la circasiana y entretuvo a los amigos del amo.

Unos meses después, Khalid dejó a sus dos mujeres en manos de su amigo, el mercader de esclavos. Hizo un viaje rápido y volvió con otras dos esclavas. Se llevó a las cuatro a la ciudad de Argel.

Se instalaron en una acogedora casita y, todas las noches, las mujeres entretenían a los huéspedes, desde visitantes ricos a oficiales turcos del ejército imperial otomano que cumplían misiones en Argel. Al cabo de un año, Khalid tenía veinte mujeres hermosas y una casa mucho más grande. A los dos años, era dueño de cincuenta y dos mujeres y había empezado a construir su propia casa. Al terminar el tercer año, la construcción de la casa llegó a su fin y Khalid se convirtió en el Señor de las Prostitutas de Argel. Dos cosas no habían cambiado: primero, Yasmin seguía siendo la preferida y cumplía cada vez más con las funciones de administradora y menos con las de cortesana; y segundo, todas las muchachas que servían en sus casas pasaban primero por su lecho. Eso les daba un contacto directo con el amo que, mientras lo servían, las amaba y las protegía a todas. Nunca había usado la fuerza con ellas y, por eso, todas lo adoraban.

Pero Skye suponía un gran desafío para él. Con el adiestramiento adecuado, podía transformarla en su mejor prostituta. A diferencia de las demás, que alentaban el secreto deseo de que alguien las comprara y se casara con ellas, Skye no tendría esperanzas porque no sabía lo que significaba el matrimonio. Y si, tal como esperaba, terminaba descubriendo que no tenía inhibición alguna, podría enseñarle trucos exóticos que le costarían un dineral a cualquier cliente.

Cuanto más pensaba en ella, más curiosidad sentía. Muchas veces la había observado en secreto en el baño y en el dormitorio. Su figura era hermosa y tenía buen color, pero lo que más lo intrigaba era su piel. No tenía marcas. Ni una. Suave, hermosa, del color de la crema más rica, ¿o de la seda marfileña? Deseaba tocarla con sus dedos sensibles, con sus labios. ¿Sería tan suave como parecía? Sí, sin duda. ¿Sería cálida y suave o suave y fría para sus labios? La idea lo hacía temblar de deseo. Aunque todas sus mujeres estaban siempre a su disposición, pasarían varias semanas hasta que pudiera probar a Skye y sus encantos. Suspiró y se retiró a su dormitorio. Tal vez la pequeña hurí que compartiría su lecho esa noche pudiera hacerle olvidar en parte sus deseos.