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El agua tibia le pareció exquisita. Lentamente, frotó el jabón entre sus manos. Después se lavó el pelo. Niall Burke. Niall Burke. Su mente repetía ese nombre como una letanía. Era tan alto… La había hecho sentir pequeña aunque sabía que no lo era. Se había presentado vestido a la manera inglesa, con elegantes calzas color verde y pantalones también verdes hasta la rodilla para hacer juego. Ella se imaginó los músculos bajo el jubón de terciopelo verde. Y, de pronto, se preguntó qué sentiría si él la apretara contra su pecho. Para su vergüenza, sus pezones se endurecieron y asomaron por el agua.

¿Qué demonios le estaba pasando? Nunca había sucumbido a ese tipo de pensamientos. Sabía tan poco de lo que sucedía entre hombre y mujer, y Dom nunca la había fascinado, eso era evidente. En realidad, a pesar de lo buen mozo que era, Dom le provocaba repulsión.

Molly retiró el jabón, terminó de lavarla y la secó con una toalla. Apenas había terminado de envolverla en una bata de seda cuando se oyó un golpe en la puerta. Molly la abrió, se inclinó con amabilidad y dejó pasar a Dom O'Flaherty.

Él recorrió a su prometida con una mirada lasciva. El cuerpo de Skye se transparentaba bajo la bata suave y brillante.

– Debo irme por unos días, Skye. Sir Murroughs ha mandado un emisario para comunicarme que me necesita. Regresaré a tiempo para nuestra boda.

El corazón de Skye se llenó de alegría. Dom se iría y lord Burke seguiría cerca de ella.

– Ve con Dios, Dom -dijo con dulzura.

Durante un momento, hubo un silencio embarazoso. Después Dom se acercó a ella y la abrazó con fuerza.

– ¿No me das un beso, amor? ¿Me dejas partir sin un gesto de cariño?

– No estamos casados todavía, Dom. No tengo por qué besarte.

– ¿No tienes por qué? -explotó él-. Por Cristo, Skye, no seas mojigata… Tendrás mucho más que un beso dentro de unos días, eso te lo aseguro… -Maldición, era dulce esa mujercita, toda perfumada y tibia por el agua del baño… Dom sentía que el deseo crecía en su interior. Buscó la boca de Skye, pero ella se apartó bruscamente.

– ¡No!

Los ojos de Dom se encendieron furiosos. Pero optó por reírse.

– De acuerdo, amor. Pero no tardarás mucho en rogarme que te bese. -Le hizo una reverencia en broma y se alejó. Ella tembló de arriba abajo.

– ¡Ja! -se rió Molly-. Os aseguro que ese hombre es lujurioso, mi señora. Con él tendréis diversión asegurada en el lecho y eso es tener suerte con el marido…

– Cállate, tontita -le reprendió Skye-. En lugar de soñar con mi prometido, tráeme el nuevo vestido de terciopelo color vino. Quiero ponérmelo esta noche con los rubíes que me ha traído papá.

Molly se apresuró a obedecer. Skye O'Malley era mejor ama que la mayoría, y muy rara vez se volvía cruel, pero no por eso dejaba de administrar alguna bofetada de vez en cuando. La vistió con un pequeño corsé que le empujaba los senos hacia arriba con tal presión que parecían a punto de escaparse de la blusa por debajo del vestido. Las mangas casi transparentes estaban bordadas en oro. Skye con sumo cuidado se puso las medias sobre sus bien formadas piernas. Eran medias de seda rosa, bordadas con hilo de oro y traídas directamente de París. Luego se puso varias enaguas y finalmente el vestido. Una creación en el terciopelo más fino y más suave del mundo con una falda brillante, roja como una joya y elegante como las alas de un pájaro. Las mangas cortadas dejaban ver las rayas doradas de la blusa que llevaba debajo.

Skye se sentó frente al espejo con cuidado, para no arrugar la falda, mientras Molly le cepillaba el cabello hasta dejarlo brillante, con reflejos azulados en el negro. No podía levantarlo hasta después de la boda, no estaba permitido. Eso la había hecho sentirse frustrada, sobre todo en el mar, pero su padre era muy firme al respecto. Le había permitido trenzarlo, pero las trenzas tenían que caer sobre sus hombros.

– Ninguna O'Malley se levanta el cabello hasta después de la boda -le había dicho, y ella sabía que no valía la pena discutir.

Pero, ahora que se miraba al espejo, debía admitir que el cabello suelto le sentaba muy bien. Sobre todo cuando Molly le colocó la pequeña gorrita de cintas doradas y el velo. Skye se puso el collar de rubíes y estudió el efecto. Las grandes piedras brillaban casi salvajes contra la suavidad cremosa de su pecho desnudo, y cuando retenía un instante la respiración, sus senos se alzaban, provocativos, bajo los brillantes rubíes. El adorno para el cabello no podía usarse hasta el día en que se lo levantara, pero se puso los pendientes, el brazalete y el anillo. Deslizó los pies en sus zapatos de terciopelo rojo y se levantó.

– Dios, señora… -suspiró Molly, muy respetuosamente-. Nunca os vi tan hermosa… ¡Lástima que el señor Dom no esté aquí para admiraros…! ¡Podríais enloquecer a cualquier hombre!

Skye sonrió, contenta.

– ¿Te parece, Molly? -Se preguntaba en secreto si lord Burke enloquecería al verla. Sentía que el pecho le temblaba de emoción. Casi voló a través de la puerta y chocó con su madre política que entraba a saludarla.

– Por Dios, Skye -comentó divertida Anne O'Malley-. Si quieres impresionar al salón, no corras tanto. Tienes que entrar a lo grande, deslizándote lentamente, amor mío. -Hizo una breve demostración.

– Perdona, Anne. No te habré hecho daño, ¿verdad?

– No, cariño, pero deja que te mire un poco… Por Dios, qué hermosa estás y eso que todavía no has florecido… Si el joven Dom te viera ahora…

Skye hizo un gesto extraño.

– No quiero casarme con él, Anne. -Las palabras salieron de sus labios sin que pudiera evitarlo.

Anne O'Malley se puso seria de pronto, seria pero comprensiva.

– Lo sé, cariño. Lo sé y lo entiendo.

– Por favor, Anne, por favor, habla con papá… Él te adora y te escucha. ¡Haría cualquier cosa por ti!

– Lo intentaré, Skye, tú lo sabes. Pero no va a resultar fácil. Tu padre es hombre de palabra, y comprometió su palabra en este matrimonio. Eres la última de sus hijas y quiere que estés bien casada. El joven O'Flaherty es un buen partido para una O'Malley de Innisfana.

– ¡Le odio! -murmuró con rabia-. Siempre me está desnudando con la mirada.

– Tal vez será distinto cuando estéis casados -sugirió Anne, aunque sabía que no era cierto-. Las niñas siempre temen lo desconocido. Pero, en realidad, no hay razón para alarmarse, cariño. Mañana vendré y te lo explicaré todo, Skye.

– ¡Háblale a pa, Anne! Prométeme que lo harás.

– Sí, Skye, no te preocupes. Le hablaré.

Las dos mujeres bajaron al salón principal del castillo, y Anne se dio cuenta de que los ojos de Niall Burke estaban fijos en su hermosa hijastra. Todo el tiempo. Esperaba al pie de la escalera y tomó la pequeña mano de Skye entre las suyas, la colocó en su brazo y se llevó a Skye sin decir palabra mientras Anne lo miraba, sin saber cómo detenerlo. Sólo Anne vio la peligrosa atracción que había surgido entre ellos. ¡Tenía que hablar con Dubhdara!

El piso parecía haber desaparecido bajo los pies de Skye. Se sentía como flotando en el aire. Miró con timidez la mano que cubría la suya. Era una mano grande y morena. Era mágica y cálida, y ella percibía la fuerza que se escondía en las profundidades de su palma. Le latía con furia el corazón. ¿Por qué se sentía así?

Caminaron hasta la gran chimenea flanqueada por dos leones de piedra. De ella emanaba un resplandor producido por los troncos de roble que ardían alegremente, crepitando de tanto en tanto. Se detuvieron y miraron las llamas durante un rato. Permanecieron uno junto al otro sin mirarse.