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– ¿Alguna objeción?

El doctor Abraham se moría de ganas de objetar.

– Me parece recordar que el profesor Charnowski fue uno de los que formuló y firmó la Petición de los Católicos para la Vida Libre. ¿Fue en el 2019 cuando intentó persuadir al Papa Inocencio para que dejara sin efecto las reglas del Papa Benedicto sobre el control de la natalidad?

La doctora Carriol miró primero a la doctora Hemingway y en seguida al doctor Abraham, pero se abstuvo de hacer comentarios.

– Sí, Sam, tienes toda la razón. Pero no sabía que en este breve informe debíamos detallar los aspectos negativos de nuestros candidatos. Si revisas los datos que figuran en la carpeta que se te ha entregado, encontrarás toda la información relevante. A partir del año 2019 no existe ningún detalle en la conducta del doctor Charnowski que indique que no haya aceptado la respuesta del Papa Inocencio con un espíritu de auténtica reconciliación.

– Sin embargo, es un punto que a mí me hubiera llevado a eliminarle, sobre todo teniendo en cuenta sus implicaciones religiosas -dijo el doctor Abraham.

– Sam -aclaró la doctora Hemingway, con una expresión que indicaba que se proponía castigarle por suponer que ella no estaba a la altura del trabajo que se le había encomendado-, mi tarea consistió en investigar más de treinta y tres mil casos, que nos fueron asignados a mi grupo de seis investigadores y a mí, mediante uno o dos métodos alternativos para seleccionar a las tres personas más capaces dentro de ciertos parámetros.

Se reclinó contra el respaldo de su sillón, cerró los ojos y con aire solemne, procedió a enumerar esos parámetros.

– En primer lugar, la persona elegida debía tener por lo menos cuatro generaciones de antepasados norteamericanos por parte de padre y madre; en segundo lugar, debía tener entre treinta y cuarenta y cinco años; tercero, podía ser hombre o mujer; cuarto, en el caso de estar casado debía obtener una calificación de diez puntos como cónyuge y si tenía hijos, debía obtener diez puntos como padre; y en caso de ser soltero podía tratarse de un homosexual o de un heterosexual indistintamente. En quinto lugar, la carrera de la persona elegida debía ser pública u orientada hacia la comunidad; sexto, dicha carrera debía ser provechosa para la comunidad, en su totalidad o en un aspecto particular, y el interés personal del candidato debía ser mínimo. Séptimo: los escogidos debían poseer una personalidad extremadamente estable y atractiva. Octavo: debían ser excelentes oradores. Noveno: a ser posible, debían ser personas carismáticas. Y décimo, el único punto negativo que podríamos decir que hay, Sam, es que los elegidos no debían tener una ocupación religiosa formal.

Abrió los ojos y miró abiertamente al doctor Abraham.

– Considerando esta lista de condiciones, yo diría que he cumplido con mi cometido -dijo.

– Todos han cumplido con sus cometidos -aclaró la doctora Carriol antes de que el doctor Abraham tuviera tiempo de replicar-. Les recuerdo que esto no es una competición, sino que más bien se trata de un ejercicio para verificar la eficacia de nuestros sistemas de búsqueda de datos, computadoras, metodología y personal. Cuando hace cinco años se les encomendó esta tarea, se les entregó el dinero, el personal y las computadoras para llevarlo a cabo, quizá pensaron que el Ministerio estaba invirtiendo demasiado tiempo y dinero en algo que era casi una entelequia. Pero supongo que tres meses más tarde, ya se dieron cuenta de que se trataba de una tarea importantísima. Tras la primera fase de la Operación de Búsqueda, la Cuarta Sección puede enorgullecerse de contar con los mejores medios de recolección de datos, con los mejores programas de computadoras, y con los mejores equipos humanos de investigación y estadística, existentes en toda la burocracia federal.

– Estoy de acuerdo -contestó el doctor Abraham, sintiendo que acababa de ser castigado por su mal comportamiento.

– ¡Muy bien! Entonces, hemos terminado con la doctora Hemingway. ¿Alguien tiene alguna objeción general con respecto a los candidatos que ella presentó?

Silencio.

– Muy bien. Gracias, Millie. Y gracias por esta síntesis admirable que hiciste sobre el criterio con que se realizó la Operación de Búsqueda.

La doctora Hemingway hizo un gesto, pero después de pensarlo mejor, se abstuvo de hablar.

– Doctor Chasen, ¿puedes presentarnos a tus candidatos, por favor? -pidió la doctora Carriol.

En el acto, todo el mundo olvidó su amor propio herido, y la atmósfera del salón empezó a cargarse de expectativas, mientras el doctor Chasen agrupaba las tres carpetas que contenían los datos de sus candidatos. El doctor Chasen era de complexión robusta y era tozudo y solía emitir fuertes opiniones. Asimismo, era un formidable analista de datos y hacía ya diez años que la doctora Carriol lo había robado al Departamento de Salud, Educación y Bienestar Social y a él, al igual que a sus colegas Abraham y Hemingway, le encantaba trabajar bajo las órdenes de Judith Carriol.

Aunque pudiera parecer sorprendente que ella hubiera permanecido en silencio durante la presentación de los seis primeros candidatos, los doctores Abraham y Hemingway creían adivinar el motivo de su actitud. El nombre esperado no había surgido entre los seis primeros, y por lo tanto, sería presentado por el doctor Chasen, y, naturalmente, en primer lugar. En cierta manera, le estaba quitando a la presentación gran parte de su suspense, y al doctor Moshe no le gustaba que le robaran la oportunidad de crear expectativas. Por lo tanto, la atmósfera reinante era más bien un anticlímax. Sin embargo, el doctor Chasen no tenía el aspecto ni la actitud de alguien que ha sido burlado. En ese momento, se dispuso a abrir la primera de sus carpetas.

– Cuando debí escoger el método de selección, me decidí por la primera alternativa -explicó con una voz gruñona, que hacía juego con la expresión de su rostro-. No es tan democrática, Millie, pero es mucho más eficaz según mi punto de vista. Mi jefe investigador y yo nos reservamos el derecho de decisión y, por supuesto, coincidimos en nuestra selección.

– Desde luego -dijo la doctora Carriol con un tono levemente amenazador.

Él dirigió una rápida mirada a su jefa y en seguida bajó la cabeza.

– Nuestra primera selección -con un amplio margen de preferencia- recayó sobre el doctor Joshua Christian, un norteamericano de siete generaciones de antigüedad con antepasados nórdicos, celtas, armenios y rusos. Tiene treinta y dos años de edad, es soltero y sin hijos y nunca contrajo matrimonio. A la edad de veinte años, se hizo hacer voluntariamente una vasectomía. Aunque la información a la que tiene acceso la computadora es considerable, no nos ha sido posible averiguar las preferencias sexuales del doctor Christian, si es que las tiene. Sin embargo, sabemos que vive dentro de una unidad familiar estable compuesta por su madre (su padre ha muerto), dos hermanos, una hermana y dos cuñadas. Es sin duda, lo que yo llamaría la figura paterna por excelencia. Se graduó summa cum laude en Ciencias Básicas en la Universidad de Chubb y se doctoró en Filosofía y Psicología en la misma Universidad. Dirige una clínica privada en Holloman, Connecticut, especializada en el tratamiento de lo que él llama la neurosis del milenio. El número de curaciones que ha logrado es realmente sorprendente y posee lo que yo denominaría seguidores, que le profesan una especie de culto, tal vez porque alienta a sus pacientes a encontrar consuelo en Dios, aunque no necesariamente en una religión formal. Posee una personalidad inquieta e intensa y es un excelente orador frente a un auditorio de cualquier tamaño. Pero lo que realmente me indujo a escoger a este hombre como primero y, casi diría, único candidato, es su sorprendente carisma, y usted aseguró que eso era lo que buscaba. Y bien, el doctor Christian lo tiene.