Su discurso fue recibido con un silencio de estupefacción. El doctor Chasen había pronunciado un nombre equivocado.
La doctora Carriol le dirigió una mirada tan intensa, que él levantó la cara y la desafió con la mirada.
– Seré la primera en expresar mis objecciones -dijo ella por fin en un tono carente de toda emoción-. Jamás oí hablar de eso que denominas «neurosis del milenio». Y jamás oí hablar del doctor Joshua Christian. -Aparte de ser jefa de la Cuarta Sección del Ministerio del Medio Ambiente, la doctora Carriol era una de las psicólogas más famosas del país.
– Tu objección me parece válida. El doctor Christian nunca publicó ningún trabajo después de su tesis doctoral, que yo hice leer a expertos de su profesión, y que consiste en una serie de datos presentados en forma de tablas, gráficos, etc., con los textos más cortos y concisas que he leído en mi vida. Pero el trabajo en sí es tan brillante y original que se ha convertido en punto de partida y de referencia para todas las investigaciones que se realizan en este campo.
– Aunque se encuentre fuera de mi área de trabajo, creo que debería haber oído hablar de él, y no es así -aclaró la doctora Carriol.
– No me sorprende. Por lo visto, no le motiva la ambición de la fama y parece que sólo le interesa dirigir tranquilamente su clínica de Holloman. Se ha convertido en el objeto de la burla y del desprecio de sus semejantes, y, sin embargo, este hombre está realizando un espléndido trabajo.
– ¿Y por qué no escribe? -preguntó la doctora Hemingway.
– Por lo visto, no le gusta.
– ¿Hasta el punto de no ser capaz de presentar un trabajo, con todos los métodos modernos de que dispone actualmente la gente que no sabe escribir? -preguntó la doctora Hemingway, incrédula.
– Sí.
– Esa carencia me parece muy grave -intervino el doctor Abraham.
– Me gustaría saber en qué lugar de la lista se especifica que el individuo tiene que ser perfecto, aparte de su comportamiento como esposo y como padre. ¿Estás insinuando que en este caso existe una deficiencia mental, Sam?
– Bueno, es una posibilidad -contestó el doctor Abraham, poniéndose a la defensiva.
– ¡Oh, por favor! Esa observación me parece absurdamente escrupulosa.
– ¡Caballeros, caballeros! -intervino la doctora Carriol con un tono de advertencia. Tomó la fotografía de la carpeta, que no había mirado, porque había puesto toda su atención en escuchar la descripción que el doctor Chasen hacía de su candidato. En ese momento, se puso a examinar la fotografía como si pudiera ofrecerle alguna pista con respecto a los motivos que indujeron al doctor Chasen a anteponer a ese hombre al que debía haber escogido. Realmente, tenía una cara atractiva, pero tenía aspecto de desnutrido y no parecía fuerte. Su nariz era aguileña, tal vez fuera una herencia de su sangre armenia, y sus ojos eran oscuros, muy brillantes y cautivadores. En su rostro se advertía una austeridad y un ascetismo que no había observado en ningún otro candidato. Tenía una expresión misteriosa, pensó, mientras se encogía de hombros.
– ¿Y quién es el segundo candidato, doctor Chasen? -preguntó.
El doctor Chasen esbozó una malévola sonrisa.
– Me parece que en estos momentos se están preguntando todos ustedes quién es el culpable de este disparate, Chasen o su computadora. Pueden estar tranquilos, mi computadora funciona perfectamente e incluyó en mi lista de nombres al senador David Sims Hillier vii ¿Es necesario que añada algo más?
En cuanto el doctor pronunció el nombre del senador, se escuchó un inmenso y colectivo suspiro de alivio. ¡El muchacho dorado! La doctora Carriol observaba en una fotografía en colores de doce por dieciocho, al hombre más querido, más admirado y más respetado de Norteamérica: el senador David Sims Hillier vii. A los treinta y un años era demasiado joven para ser Presidente de la nación, pero llegó a serlo cuando cumplió los cuarenta. Medía casi un metro noventa de estatura, lo que indicaba que no sufría de complejo napoleónico y tenía un cuerpo espléndido, pelo rubio, ondulado y envidiablemente abundante y espeso. Los ojos eran azules, profundos y brillantes y sus facciones eran clásicas, aunque no podía decirse que fueran bonitas. En la foto, se apreciaba un mentón prominente. Las curvas de la boca eran firmes, disciplinadas y poco sensuales y su mirada era firme, inteligente, resuelta y sabia. Él era exactamente así: generoso, humano, y no era indiferente a los problemas de los nacidos en circunstancias menos afortunadas que las suyas.
La doctora Carriol volvió a guardar la fotografía.
– ¿Objeciones?
– ¿Le investigaste a fondo, Moshe? -preguntó la doctora Hemingway.
– Por supuesto, en todos los sentidos. Y si es que tiene algún punto débil, yo no supe descubrirlo. -El doctor Chasen asintió con gran seriedad-. Es perfecto.
– Entonces -preguntó el doctor Abraham con voz aguda- ¿por qué elegiste en primer lugar a un psicólogo desconocido, con aspecto de medio loco, que vive en una ciudad perdida como Holloman, anteponiéndolo al mejor hombre de Norteamérica?
El doctor Chasen acogió la pregunta con obvio respeto. En lugar de dar una respuesta apresurada, frunció el entrecejo y se tomó algún tiempo para pensarlo, lo cual era una actitud muy poco habitual en él cuando debía enfrentarse al escepticismo de sus colegas.
– No sé cómo explicarlo -contestó-. Simplemente, estoy absolutamente convencido de que el doctor Joshua Christian es el único hombre que cumple todos los requisitos que se nos dieron, por lo menos, en la lista que me tocó analizar a mí. ¡Y sigo convencido de ello! Recuerdo perfectamente que hace cinco años, la doctora Carriol estaba sentada aquí mismo, donde está ahora, y recuerdo que repitió hasta el cansancio que lo que buscaba era alguien con carisma. Recalcó que el carisma era lo que convertiría a este ejercicio en el más importante que se haya realizado jamás, porque íbamos a utilizar nuestras herramientas y métodos más modernos para localizar algo intangible. Y aseguró que si lo lográbamos, habríamos dado un importante paso en la historia de la estadística analítica, demostraríamos la importancia de nuestro trabajo y, con ello, colocaríamos al Ministerio del Medio Ambiente en un lugar mucho más elevado que los de Justicia y Tesorería Nacional y que pasaríamos a ser los reyes indiscutibles del procesamiento de datos. Cuando yo programé la computadora, puse especial énfasis en los factores que indicaran la presencia de carisma en los candidatos.
Se pasó la mano por el pelo con un gesto de exasperación, al comprender que todavía no había logrado explicarse con claridad.
Lo que yo pregunto es lo siguiente: ¿qué es carisma? -inquirió retóricamente-. Originariamente era una palabra que se utilizaba para describir el poder conferido por Dios a los santos y a los justos para que cautivaran y moldearan los espíritus de sus seguidores. Durante la última mitad del siglo pasado, esta palabra perdió su sentido original y comenzó a utilizarse para definir el impacto que producían en el público las estrellas pop, los playboys y los políticos. Pero todos nosotros conocemos perfectamente a Judith, mucho antes de que se iniciara la Operación de Búsqueda, y, conociéndola, supuse que el significado que ella le daba a la palabra carisma se acercaba más a la antigua definición que a la moderna. Judith nunca pierde el tiempo en banalidades.