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Por fin había conseguido captar la atención de sus colegas, incluso la de la doctora Carriol, que se enderezó en su silla y le miró como si empezara a conocerle en ese momento.

– Por regla general, y sobre todo desde la aparición de los medios de comunicación de masas -prosiguió diciendo-, la forma en que una persona expresa y vive sus ideas es tan importante como las ideas mismas. Y aquel que escriba un libro realmente importante, pero luego meta la pata en su vida personal, puede considerar que allí ha acabado su carrera. ¿Cuántas veces ha superado un candidato presidencial a otro en un debate televisado, simplemente porque es capaz de proyectarse y de proyectar sus ideas mucho mejor que su contrincante? ¿Y cómo creen ustedes que se las arregló el viejo Gus Rome para mantener el apoyo del país y su poder sobre ambas Cámaras del Congreso? ¡Gracias a sus enardecidas declaraciones televisadas a todo el país! Miraba a la cámara directamente, sin pestañear, con esos grandes, claros y fascinantes ojos, y expresaba sus ideas y su espíritu de tal forma que era capaz de eliminar la brecha que pudiera existir entre la Casa Blanca y los ciudadanos de todas partes. Cualquiera que le viera o le escuchara tenía la convicción de que el hombre hablaba con el corazón en la mano y de que se estaba dirigiendo exclusivamente a él. Era un individuo fuerte, indomable y absolutamente sincero y tenía la habilidad de proyectar eso a los demás. Conocía las ideas y las palabras claves para desatar las emociones. -Hizo una mueca, como si de repente sus propias palabras le repugnaran, pero en seguida recobró la compostura-. Si alguna vez han oído un discurso de Hitler o han visto algún periódico viejo, de esos que le muestran agrupando a las masas, habrán pensado que era ridículo. Parece un hombrecillo, infantil y ululante, cargado de falsas posturas. Muchos alemanes utilizaron tácticas similares a las de Hitler y apelaron a los mismos sentimientos nacionalistas frustrados, persiguieron a los mismo inocentes chivos expiatorios, pero a esos otros alemanes les faltaba lo que a Hitler le sobraba: la capacidad de inspirar, de enterrar el sentido común y la inteligencia bajo una avalancha de emociones. El dictador poseía una malvada personalidad, pero tenía carisma. Si lo prefieren, tomemos como ejemplo a su acérrimo enemigo: Winston Churchill.

»Los discursos más importantes de Winston Churchill fueron tomados en su mayoría de trabajos ajenos, o bien fueron parafraseados. Muy poco de lo que dijo era original, y a menudo se nos presenta como un hombre sentimental e incluso ridículo. Pero el hombre se expresaba maravillosamente y, al igual que Hitler, se encontraba allí, justo en el momento en que la gente podía ser influenciada por lo que él decía y por la manera en que lo decía. Era un inspirado. ¡Tenía carisma! Ni Hitler ni Churchill eran hombres apuestos, ni por lo que se cuenta, simpáticos, a no ser que les interesara resultar encantadores, en cuyo caso eran capaces de utilizar sus encantos hasta conseguir resultados increíbles. Y hasta ahora sólo hemos mencionado los casos de Hitler, Churchill y Augustus Rome. Pero adelantémonos un poco en el tiempo y examinemos el caso de Iggy Piggy, la estrella pop, o el de Raoul Délice, el playboy. ¿Creen ustedes que ellos tienen carisma? Por supuesto que no. Ambos son sexy, tienen un encanto colosal y son objeto de adulación. Sin embargo, cuando pase el tiempo, nadie recordará ni siquiera sus nombres, pues no poseen las cualidades necesarias para conducir a una nación a su hora más gloriosa ni al punto culminante de su historia. Respecto al senador David Sims Hillier vii, la computadora afirma que no posee el tipo de carisma que yo supuse que buscaba Judith, y el jefe de mi equipo de investigadores coincidió con la computadora. Yo coincido con ambos. Desde las primeras fases del trabajo y durante los primeros pasos del programa, el nombre del doctor Joshua Christian aparecía constantemente a la cabeza de la lista de candidatos. Su nombre fue como un corcho que no podíamos mantener bajo el agua. Fue así de simple.

La doctora Carriol asintió.

– Gracias, Moshe -dijo sonriendo-, ya sé que, en cierta manera, todo esto te decepciona, pero creo que debes seguir adelante y darnos el nombre de tu tercer candidato.

El doctor Chasen volvió a la realidad y abrió su última carpeta.

– Dominic d'Este. Es un norteamericano de octava generación, de treinta y seis años de edad. Está casado y tiene dos hijos, el segundo con aprobación de la OSH, número SX426084. La hija mayor tiene once años y un diez de promedio en el colegio; el hijo menor tiene siete y en el colegio se le considera un estudiante extremadamente brillante. D'Este obtuvo una perfecta calificación de diez, de acuerdo con los parámetros que nos suministró la doctora Carriol para juzgar a los candidatos como maridos y padres -dijo el doctor, pronunciando las últimas palabras con un gesto irónico dirigido a la cabecera de la mesa.

Haciendo caso omiso, la doctora Carriol empezó a estudiar el apuesto rostro que aparecía en la fotografía. En realidad, la sangre negra no se notaba, salvo en los ojos que eran oscuros como la noche y poseían esa mirada maravillosa, tan peculiar en la gente con antepasados de color.

Dominic d'Este fue astronauta en la serie Phoebus y se especializó en energía solar. En la actualidad es alcalde de Detroit y dedica todo su tiempo y energías para que su ciudad sea durante todo el año el primer centro de construcción de autobuses y otros productos de ingeniería mecánica. Cuando en Washington se publican avisos referentes a Phoebus, a reubicación o a cualquier proyecto importante relacionado con ingeniería mecánica masiva o de precisión, él está allí siempre, trabajando como un loco para ganarlo para Detroit. Ganó el Premio Pulitzer por su libro titulado Hasta el sol muere en invierno y forma parte de la comisión asesora del Presidente para protección urbana. También dirige el show de entrevistas televisivas que la «ABC» emite los domingos, titulado Northerm City, que posee un importante nivel de audiencia. Después del senador Hillier, se le considera el mejor orador del país.

– ¿Alguna objeción? -preguntó la doctora Carriol.

– Bueno, me parece demasiado buen chico -gruñó la doctora Hemingway.

Todos sonrieron.

– ¡De acuerdo, de acuerdo! -exclamó el doctor Chasen, tendiendo las manos en señal de disculpa.

– Has olvidado un detalle que yo sé por casualidad porque conozco personalmente a Dominic, Moshe -advirtió el doctor Abraham, que anteriormente había trabajado como analista de datos en la NASA-. El mayor D'Este es un fervoroso creyente y practica su religión.

– Ya lo sé -contestó el doctor Chasen-. Sin embargo, después de examinar a fondo el asunto, tanto la computadora como mi jefe de investigación y yo, decidimos que su grado de compromiso religioso no era suficiente como para descalificarle. -El doctor Chasen lanzó un gruñido-. Y la verdad es que tampoco quedó descalificado en la selección final.

La doctora Carriol colocó la última carpeta encima de las demás y, después de apartarlas, apoyó las manos encima de la mesa.

– Quiero agradecerles y felicitarles muy sinceramente por este trabajo tan largo y exigente que tan bien han cumplido. Supongo que todos devolvieron las listas al Banco Federal de Datos Humanos y que borraron de las computadoras todo rastro de la programación utilizada.

El doctor Abraham, la doctora Hemingway y el doctor Chasen asintieron.

– Por supuesto, deberán guardar sus respectivas programaciones para uso futuro, pero archivándolas de tal manera que el verdadero significado del trabajo sólo resulte comprensible para los que nos encontramos en esta habitación. ¿Queda sin destruir algún escrito, grabación u otra prueba de la Operación de Búsqueda?