Lanzó un suspiro.
– En este sentido -continuó diciendo-, el Tratado de Delhi fue un gran nivelador, porque, en definitiva, el planeta en que vivimos fue el que más le traicionó. Al desaparecer la amenaza de una guerra nuclear, desaparecieron también los gobiernos realmente irresponsables. Creo que el período que va del año 2004 hasta nuestros días ha sido algo tan novedoso, que nadie lo ha comprendido lo suficientemente bien como para darle un enfoque positivo. En la actualidad, muchas de las pesadillas que habían acosado al hombre desde siempre, han disminuido hasta adquirir una importancia muy relativa, ya sea la perspectiva de un aniquilamiento masivo, la usurpación de los territorios o incluso la posibilidad de morir de hambre. La gente ahora contempla la vida, no la muerte. ¡Pero la vida le resulta tan extraña! Y han perdido a Dios. El mundo del tercer milenio es un mundo absolutamente nuevo y, por su misma naturaleza, no puede ser hedonista, y, sin embargo, tampoco puede ser nihilista. Y, como siempre, estamos aplicando conceptos del pasado a las realidades del futuro. Tratamos de imponer los hechos de ayer a las irrealidades del mañana. ¡Estamos aferrándonos al pasado, doctora Carriol!
– Usted no está hablando de la Zona C, doctor Christian -afirmó ella-. Está hablando de todo el mundo.
– Es que la Zona C es todo el mundo.
– Usted no es psicólogo, es filósofo.
– Eso no es más que una etiqueta. ¿Por qué tenemos que etiquetarlo todo, hasta a Dios? La neurosis del milenio es la prueba de que las etiquetas no sirven ya a ciertas cosas. La gente no sabe hacia dónde se dirige ni por qué tiene que ir. Vagan en un desierto espiritual sin una estrella divina que les guíe.
Ella sintió tremendas oleadas de júbilo que crecían en su mente. Para Judith Carriol era una sensación nueva, física e intelectualmente. Eso era lo que él causaba en los que le escuchaban. Pero, ¿cómo lo lograba? No eran las ideas en sí mismas, por interesantes que fueran. Ese hombre emanaba algo… un enorme poder. No encontraba la palabra indicada, si es que esa palabra existía. Eran sus ojos y su voz, su forma de mover las manos, la tensión de sus músculos. Cuando hablaba, obligaba a su interlocutor a creerle, pues si uno le miraba a los ojos y escuchaba lo que decía, le creía. Parecía tener a su cargo la dirección del universo o poder tenerla, en cuanto lo deseara.
– Volvamos a la situación de la Zona C -dijo ella manteniendo un frío tono de voz, lo cual le resultaba bastante difícil-. Usted dijo que conocía algunas soluciones y me gustaría oírlas. Estoy profundamente involucrada en el tema de la reubicación.
– Bueno, en primer lugar, es preciso reorganizar la reubicación.
Ella lanzó una carcajada.
– ¡Hace años que la gente dice eso!
– ¡Y con toda razón! El principal problema es que mucho antes de que se pensara oficialmente en la reubicación, se produjo un movimiento masivo de gente en las ciudades del norte y del noroeste, que comenzó alrededor de 1970, cuando el elevado coste de la calefacción obligó a las industrias a trasladarse al sur, a lugares como las Carolinas o Georgia. Piense en Holloman, mi ciudad, por ejemplo. Holloman no es una víctima de los glaciares, ni del Tratado de Delhi ni de la reubicación. Si no fuese por la existencia de Chubb, Holloman ya habría muerto al comienzo del tercer milenio, pues todas sus fábricas se habían trasladado al sur. Cuando yo nací, hacía diez años que los alrededores de Holloman estaban clausurados, y yo nací a finales del año 2000. Primero se fueron los habitantes de los ghettos, los negros y los portorriqueños. Les siguieron los obreros blancos y los blancos de clase media que, en su mayoría, eran norteamericanos de ascendencia italiana, polaca, irlandesa y judía. La población vieja se marchó a Florida, pero los viejos más irritables se fueron a Arizona. Los jóvenes, entre ellos muchos médicos que ya no conseguían trabajo ni de cajeros en los supermercados, fueron los siguientes en irse. Y todos se dirigían hacia donde brillara el sol. Uno de mis pacientes es un anciano de East Holloman. Le llamo paciente, aunque creo que, en realidad, es una institución para nosotros y no me gusta dar de alta a la gente en la clínica si, a pesar de estar curados, siguen necesitándonos. El problema de ese viejecito es que se siente solo y nosotros llenamos un poco ese vacío que hay en su vida. Su familia vivió y trabajó en Holloman durante cinco generaciones. Él y sus cuatro hermanos nacieron alrededor de 1950. En 1985, murió el padre y la madre se había ido a vivir a Florida, su hermano estaba en Georgia, una de sus hermanas vivía en California, otra, se había casado con un sudafricano y vivía allí y la tercera vivía en Australia. Él me asegura que el suyo es un caso típico en su barrio en los últimos veinticinco años del siglo xx, y yo le creo.
– No entiendo qué tiene que ver todo esto con los problemas de los reubicados de la Zona C -dijo ella sonriendo para disimular el tono agresivo de su voz.
– Eso es lo que estoy tratando de explicarle -continuó él pacientemente-. Para la gente de esa zona, la reubicación organizada por el gobierno, no fue una sorpresa, pues ellos mismos habían estado reubicándose durante varios años. Pero cuando la reubicación se convirtió en una función del gobierno, perdieron el derecho a elegir el lugar al que querían ir. Y, de no haber existido esas décadas de reubicación voluntaria, dudo mucho que se hubieran sometido. De modo que el avance de los glaciares y el tratado de Delhi era algo que ellos ya conocían tan bien, que apenas apreciaron el cambio.
– ¡Pero no es que nosotros no queramos ofrecerles una opción! -protestó ella-. El problema es que el movimiento de gente es demasiado grande. Más adelante…
– No, usted me ha interpretado mal. No estoy acusando a Washington ni a nadie de no tener corazón y comprendo perfectamente la magnitud de la tarea que tienen entre manos. Las intenciones que tenían cuando planificaron la reubicación eran buenas, pero los modos de enfocar el problema fueron hipotéticos. El peor error fue dividir en comunidades diferentes a los inmigrantes permanentes y a los que sólo se reubican durante los meses de invierno. Comprendo perfectamente los motivos. Es muy duro tener que regresar al norte en abril, mientras que el vecino está instalado allí permanentemente. Pero el problema de la gente de la Zona C es que no tienen hogar. ¿Cuál es su hogar? ¿El lugar de vacaciones de noviembre a abril? ¿O el lugar donde trabajan entre abril y noviembre? Yo voy a decirle lo que opino. Creo que aquellas ciudades del norte y del noroeste, en las que ya hace demasiado frío para que las industrias sigan funcionando todo el año, deberían ser clausuradas definitivamente: Detroit, Chicago, Buffalo, Boston y todo el resto. Creo que, a excepción de los campesinos de la Zona D, todas las ciudades sujetas a reubicación deberían ser reconstruidas en lugares donde la gente pudiera instalarse decentemente para vivir y trabajar. Pienso también que debería haber una integración total de la gente de la Zona C con todos los demás, en las mismas calles nuevas de las mismas nuevas ciudades, porque la antigua estratificación ya no es necesaria y no debe continuar. Asimismo, hay que evitar la creación de nuevas estratificaciones. Todas las capas de la sociedad deben soportar a la OSH, la falta de combustible en invierno y la carencia de transportes privados. Actualmente, casi todo el mundo tiene mucho en común con los demás, y eso facilita el hecho de que nos entendamos entre nosotros.
Ella sonrió.
– Se lió un poco al final, pero creo que he captado el sentido de lo que ha querido decirme.
Ella se preguntó si tendría mucho sentido del humor. Decidió que probablemente no.
– Actualmente, ya no es posible que el hombre siga viviendo como si fuera el único centro de su universo personal, si es que alguna vez lo fue -añadió, como si estuviera pensando en voz alta-. Espiritualmente, los comunistas están en una situación mucho mejor que la nuestra, porque, por lo menos, ellos pueden adorar al Estado. En cambio, nosotros amamos apasionadamente a Norteamérica, pero no la adoramos. Por eso, nuestro pueblo debe reencontrar a Dios, debe volver a vivir con Dios y consigo mismo, pero no con el antiguo Dios judío. ¡Ese Dios ha sido demolido y vuelto a alabar tantas veces, por tantos hombres! Pablo, Agustín, Lutero, Knox, Smith, Wesley, y la lista sería interminable. Y, desde el principio, estuvo siempre entre el Dios de los judíos y el panteón de los romanos. ¡Es un concepto humano! ¡Y Dios no es humano! Dios es simplemente Dios en todo momento. Yo les digo a mis pacientes: ¡crean! Les digo que si no pueden creer en ningún concepto ya creado de Dios, deben encontrar el suyo propio. ¡Pero es necesario que crean, porque si no, nunca serán seres integrales!