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Se dijo que sería el ambiente, la noche o el baile, y no el hombre con el que estaba, lo que le provocaba esos leves estremecimientos de placer en el estómago.

– ¿Tienes nostalgia de tu casa? -preguntó él.

– Esta noche no.

– ¿Y otros días?

– Un poco. Pero creo que me ha venido bien venir aquí.

– ¿Nuevas aventuras?

Ella asintió. Esa noche era sin duda una aventura para ella.

La canción terminó, y Maggie se sintió un poco decepcionada cuando Qadir se apartó de ella. Le dio la impresión de que se quedaba fría. Inexplicablemente, quería que él la tomara de nuevo entre sus brazos, porque le gustaba lo que sentía.

Recordó de pronto las palabras de Victoria. Aunque Maggie no estaba de acuerdo en lo de ser impulsiva, sí que entendía que por muy guapo que estuviera Qadir de esmoquin y por mucho que le gustara bailar con él, él estaba a años luz de ella, y allí no iba a pasar nada.

Empezó a excusarse, cuando los interrumpió un hombre alto cuyo rostro le resultó ligeramente conocido.

– Por fin te encuentro -dijo el hombre-. Te estaba buscando.

– Padre, permíteme que te presente a Maggie Collins Maggie, mi padre, el rey Mujtar de El Deharia.

Capítulo 4

MAGGIE se quedó inmóvil, sin saber si hacer una reverencia o largarse corriendo. Y para colmo estaba descalza…

– Encantado de conocerla -dijo el rey, que ni siquiera la miró-. Qadir, quiero que conozcas a Sabrina y a su hermana Natalie. Su tío es duque; británico, supuesto, y muy culto -el rey se acercó a Qadir y bajó la voz-. Son bastante bonitas, y parecen muy responsables. La hermana mayor ya tiene dos hijos, que sabemos que son capaces de concebir.

Maggie seguía anonadada, pero el susto inicial había dado paso al humor. Con los comentarios del rey temió que de pronto le diera un ataque de risa. No sólo la descripción del rey le pareció divertida, también la cara de sufrimiento de Qadir.

. Parecía que ser príncipe también tenía sus desventajas.

Estaba a punto de darse la vuelta para marcharse cuando Qadir la miró.

– Tú no te vas -dijo, más en tono de orden que de ruego.

– Bueno, supongo que querrás bailar con una de las sobrinas del duque -murmuró, mirando hacia las jóvenes que estaban cerca de ellos-. Sabrina es preciosa -añadió.

– Exacto -dijo el rey, sonriéndole-. Yo he pensado lo mismo.

Qadir se acercó a ella y habló en voz baja. -No sabes cuál de las dos es Sabrina.

– Las dos son muy guapas e inteligentes. ¿Qué más quieres?

Maggie se apartó y observó las presentaciones. No podía negar que le dio cierta envidia, pero en el fondo sabía que así era mejor para ella. Mejor no olvidarse de quién era Qadir que permitir que un baile le alterara el conocimiento.

Observó a Qadir hablar con las dos mujeres, antes de salir a la pista con una de ellas.

– Buena suerte -dijo-. No va a funcionar.

Desgraciadamente, la música terminó justo cuando lo estaba diciendo. El rey se volvió hacia ella y la miró.

– ¿Qué es lo que no va a funcionar? -preguntó el rey.

– Bueno… yo… -miró a un lado y a otro disimuladamente, para ver cómo salir de aquélla-. No es nada.

– Sí que lo es. Para mí es muy importante que mis hijos se casen. Y como no parecen tener prisa por buscar novia, me obligan a interferir.

– Pero no puede imponerle una mujer así -dijo con cautela-. Y no es porque las que ha elegido para el no sean mujeres jóvenes y encantadoras.

El rey la miró enfadado.

– Supongo que tendrá una razón para decir eso.

– Sí, que a los hombres les gusta la caza.

Jon se lo había dicho varias veces. Se habían reído de sus amigos y de sus desastrosas relaciones sentimentales, desde la seguridad de su relación, por supuesto.

– ¿Ha visto la película Parque Jurásico?

– No.

– Debería hacerlo. Los hombres son como el Tiranosaurio Rex. No quieren que nadie les proporcione su próxima comida; quieren salir ellos a buscarla. comida me refiero a…

A las mujeres, comprendo la analogía -se fijó en las parejas en la pista, y luego se volvió hacia ella. ¿Está segura?

– Bastante.

Sólo estaba segura de que no quería seguir hablando con el rey.

– ¿Y ahora detrás de quién está? ¿De usted?

– ¿Cómo? No, en absoluto. Yo sólo trabajo para él.

Él rey frunció el ceño.

– ¿Y qué es lo que hace?

– Restaurar uno de sus coches -le enseñó las manos llenas de callos-. ¿Lo ve? En realidad, no soy nadie.

– Pues para no ser nadie habla con mucho desparpajo.

El rey avanzó, y a Maggie no le quedó más remedio que ir detrás de él. Entonces se detuvo y le hizo un gesto para que se adelantara.

– ¿Conoce a alguien? -le preguntó.

Ella negó con la cabeza.

Seguidamente el rey le presentó a diversas personas, de las cuales Maggie sólo había oído hablar en los periódicos, incluidos dos senadores estadounidenses, una actriz delgadísima y el embajador ruso en El Deharia.

Mientras los saludaba, Maggie hizo lo posible para no pensar que seguía descalza. Menos mal que el vestido le tapaba los pies y que nadie se daría cuenta. El grupo conversó unos minutos, pero Maggie no abrió la boca, esperando que alguien fuera a rescatarla. Desgraciadamente, estaba sola allí.

Entonces el embajador ruso, un hombre apuesto, aunque un poco mayor que ella, le sonrió.

– ¿Me concede este baile, señorita Collins? Todos la miraron, y Maggie trató de no sonrojarse. -Gracias, señor, sería un placer.

Al menos eso esperaba. Si el hombre bailaba tan bien como Qadir, todo iría sobre ruedas.

– ¿Es usted amiga del rey? -preguntó él. -Acabamos de conocernos -respondió Maggie.

– ¿Así que no es usted su amante?

Maggie se tropezó de la impresión.

– No. Yo trabajo aquí, en el palacio, señor embajador.

– Entiendo. Puede llamarme Vlad.

Maggie se preguntó si tendría obligación de hacerlo.

– Soy un hombre poderoso, Maggie. Podríamos llevarnos muy bien.

• Debió de poner cara de espanto, porque el otro se a reír.

– ¿Le asusta mi sinceridad?

No le asustaba, pero todo aquello le parecía de mal gusto…

– Señor embajador…

– Vlad.

– Señor embajador, me temo que se ha equivocado conmigo.

Tenía mucho más que decir, pero en ese momento apareció Qadir.

– Maggie… estás aquí… Nuestro baile es el siguiente -sonrió al ruso-. ¿Le importa que le interrumpa?

Vlad se apartó.

·Por supuesto que no.

· Qadir le tomó la mano. -¿Qué ha pasado?

·Nada -respondió ella. El se quedó callado, y Maggie suspiró.

– Bueno, creo que quería ligar conmigo, pero no estoy segura.

– Yo sí -dijo el príncipe.

– Qué asco.

Qadir se echó a reír.

– Tu reacción no le gustaría mucho.

– Acabo de conocerlo.

– Ese hombre tiene mucho poder. Para muchas mujeres eso es suficiente.

– Pues yo no he sabido qué decirle.

– Puedes empezar diciendo que no. Suele funcionar.

– Me acordaré de eso-dijo ella aunque era poco probable que fuera a frecuentar la compañía de algún embajador más-. ¿Qué tal el baile con Sabrina?

Qadir entrecerró los ojos.

– ¿Te burlas de mí?

– A lo mejor un poco. Pero se la conoce por su capacidad para criar hijos.

Qadir la acompañó hasta el balcón. Como iba descalza, el suelo de piedra estaba un poco frío.

– Para ti todo esto es divertido -gruñó-, pero para mí es todo lo contrario. No quiero casarse por conveniencia con una joven de buena familia.