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– ¿Entonces qué es lo que quieres?

Qadir no respondió. Tal vez no supiera qué responder, o no quisiera compartir sus secretos con ella.

– ¿El rey puede obligarte a que te cases?

– No. Pero se puede mostrar difícil.

– El se preocupa por ti, y no es tan raro que quiera verte casado; supongo que también querrá tener nietos.

– ¿Te pones de su parte? -le preguntó Qadir.

– No, sólo te hago notar que aunque su táctica no es nada discreta, lo hace por tu bien. Le importas, y eso ya vale mucho.

– Sí, pero si de pronto pusiera todo su interés en casarte a ti, ya no te sentaría igual.

– A lo mejor.

Maggie estaría encantada de que su padre aún pudiera darle la lata.

– Así que él quiere una joven que te dé hijos – dijo Maggie- y tú quieres enamorarte.

– No hace falta que me enamore. Me conformaría con un respeto y unos intereses mutuos.

No parecía muy romántico, pensaba Maggie, pero no era de la realeza, y tal vez por eso esperaba más del amor. Quería pasión, emoción. Quería un amor de verdad durara para siempre.

Auque le complacía que su hermano Asad estuviera celebrando su fiesta de compromiso, Qadir tenía ganas de que terminara el baile. Si tenía que conocer a una sola joven más, se montaría en su caballo iría al desierto con su hermano Kateb, que vivía un pueblo, lejos del palacio.

No estaba en contra del matrimonio… al menos en teoría, pero en la práctica no era lo mismo. Él no creía en la fantasía del enamoramiento, pero quería sentir algo por la persona que eligiera para ser su esposa. Estaría bien sentir emoción, y mejor aún placer. Sin embargo, hasta el momento no había sentido nada de eso.

Había estado enamorado una vez, y con una había sido suficiente. Como bien le había dicho a Maggie el amor no le interesaba, pero quería algo más el desinterés propio de un matrimonio de conveniencia.

Lo que necesitaba era comprometerse, se dijo; o al menos, mantener una relación seria con alguien.

Muchas mujeres estaban detrás de él, pero ninguna le llamaba la atención. Ironías de la vida, supuso.

Vio a Maggie que iba hacia el bufé, y cómo ignoró los canapés de caviar y se decantó por las pequeñas porciones de quiche. Se llevó una a la boca y tocó la lengua con los dedos para, limpiárselos.

El gesto fue rápido y natural, pero a él le pareció erótico. Al ver el movimiento de su lengua imaginó que se lo estaba haciendo a él, por todas partes.

Le sorprendió estremecerse de deseo, tanto como la imagen que había echado raíces en su pensamiento. ¿Maggie le parecía sexy?

Era una joven competente y le gustaba charlar con ella; le gustaba tomarle el pelo, también, y le encantaba su forma de reírse, pero nada más. Ella trabajaba para él, no era la clase de mujer que se prestaría a esos juegos. Era…

Era perfecta. Era sensata, trabajadora y en absoluto pretenciosa. Aunque no le había dicho que necesitara el dinero, él sabía que el trabajo le había interesado porque pagaba muy bien. ¿Querría prestarle otros servicios que pudieran ayudarlo a distraer a su padre?

– ¡Vaya, parece que estamos en Navidad! -exclamó Maggie mientras miraba el montón de cajas que la esperaban a la puerta de su oficina.

Le había costado un poco levantarse esa mañana, después de haberse acostado tarde la noche anterior, pero al ver todas las cajas, se le quitó el cansancio sólo de pensar en todo lo que podía hacer.

– Se te ve muy contenta.

Se dio la vuelta y vio a Qadir ir hacia ella.

– Me encanta cuando te envían las cosas tan rápidamente -señaló las cajas-. No sé por dónde empezar. Hay tantas posibilidades, entre faros, pistones, horquillas…

El la miró con verdadera curiosidad.

– Eres una mujer poco habitual.

Lo sé, no eres el primero que me lo dice.

Maggie se dispuso a cortar la cuerda de embalar de la primera caja.

– Sí, como he dicho, poco habitual… Me gustaría hablar contigo un momento, Maggie.

– Muy bien.

Dejó la caja y entró con Qadir en el despacho, preguntándose si habría hecho algo mal.

– ¿Qué te parezco yo? -preguntó él.

La pregunta le sorprendió.

– ¿Cómo?

– Nos llevamos bien, ¿no? ¿Sería una pregunta trampa?

– Sí

Bien, estoy de acuerdo -dijo él.

¿Con qué?

– Tenemos mucho en común -explicó Qadir.

Maggie estuvo a punto de echarse a reír. ¿Qué era lo que tenían en común? ¿Los caballos purasangre?¿Los viajes en avión alrededor del mundo?

– Por ejemplo, los coches -dijo él-. A los dos nos gustan.

– Muy bien -dijo ella despacio-. Seguramente, los coches.

– Lo digo porque estoy pensando en tu negocio de Estados Unidos.

El que había perdido, pensaba ella con tristeza.

– Ya no es lo que era -dijo ella.

– La pérdida de tu padre cambiaría todo, imagino.

Más de lo que él podía imaginar.

– Lo pasé muy mal cuando él estuvo enfermo.

Estaba en el hospital y yo pasaba mucho tiempo con él. Me costó trabajo controlarlo todo.

– Pues claro. Cuando vuelvas, tendrás más tiempo.

Ella asintió, pensando que también tendría una buena suma de dinero ahorrada, aunque no lo suficiente para recuperar el negocio. Pero podría empezar de nuevo con un pequeño taller, y continuar con el trabajo.

– Te vendría bien más dinero -dijo él.

– Suele pasar -de pronto se animó-. ¿Tienes otro coche para restaurar?

– No exactamente.

– Entonces…

– Tengo una proposición que hacerte.

Si ella se pareciera a Victoria, habría adivinado enseguida la clase de proposición que querría hacerle Qadir, pero como estaba allí con el mono puesto, el pelo recogido y la cara lavada, era imposible que quisiera proponerle tal cosa.

– ¿Y cuál es esa proposición?

Qadir sonrió.

– Ya has visto las ganas que tiene mi padre de que me interese por una mujer. Quiere que me case lo antes posible.

– Típico de un padre -dijo ella.

– Sí, pero a mí no me gusta queme presionen. El único modo que se me ocurre para que mi padre me deje en paz es darle la idea de que estoy con alguien, y de que podría ir en serio.

Ella asintió.

– Eso seguramente funcionaría -dijo Maggie. -Me alegra que estés de acuerdo. Por eso quiero proponerte un acuerdo. Saldríamos durante unas semanas mejor durante unos meses, y después anunciamos el compromiso No lo anunciaríamos oficialmente, por supuesto, aunque habría pistas. Unas semanas después de eso, tendríamos una discusión acalorada; entonces tú volverías a tu país y yo me quedaría con el corazón destrozado, y no podría volver a pensar en tener ninguna relación más el resto del año o tal vez más tiempo.

Maggie abrió la boca para decir algo, y la cerró de nuevo. Lo había oído todo, pero no tenía sentido para tenía que haberle entendido mal.

– Quieres decir que yo… tú…

el sonrió.

– Una relación de conveniencia -dijo-. Simplemente accederás a ser la mujer con la que fingiré estar saliendo durante un periodo de tiempo concreto, digamos, seis meses. Por supuesto, te pagaré por ello.

Nombró una cantidad que la dejó impresionada.

– ¿Y por qué no sales con una de las mujeres que te busca él?

– Ninguna me interesa… Maggie, sé que mi plan requiere que te quedes más tiempo del que habías pensado en El Deharia, pero también te llevarás una cantidad de dinero considerable.

– Yo no soy la candidata a princesa -dijo ella-. Trabajo con coches.

– Eres distinta, y por ello maravillosa.

– Ni siquiera sé vestirme, ni decir lo correcto. Deberías pedírselo a Victoria, a la secretaria de Nadim-añadió cuando Qadir se quedó mirándola-. Es bonita, rubia y viste bien.

– Tú y yo nos llevamos bien, no sufriríamos estando juntos.

Era cierto, se llevaban bien. Aparte de bailar, tampoco le importaría mucho si él quisiera besarla.